miércoles, 24 de junio de 2020

El corcho en el aceite



Hace muy poco me enteré que mucha gente / alguna gente / gente que se cree cocineros / gente que se creen personas, al momento de freír, ponen un tapón de corcho en el aceite.
Como 'persona no cocinero' que soy, me encontré preguntándome por qué razón podría ocurrir esta situación tan insólita.

Las respuestas que pude recabar cuando investigué  fueron diversas:
— Colocando un corcho en el aceite evitamos que éste se queme.
— ¡Para que el aceite no haga espuma!
— Para evitar que el aceite salpique (también puede ser sal, o miga de pan).
Al parecer el corcho es algo así como una resistencia a las altas temperaturas del aceite.
Pero también encontré que para sacar el hollín de una sartén usada, nada mejor que frotarla con un corcho... Así que nada, mientras no se usa, limpia; y mientras se usa... nada, pero en aceite.

Al corcho se le presenta la disyuntiva filosófica que muchas veces tenemos todos nosotros en algunas conversaciones o con ciertas personas de nadar en dulce de leche o en aceite hirviendo, y elige. También en el famoso dicho 'de la sartén al fuego', el corcho elige la sartén. Por poco.

El corcho es un temerario psicópata.

Güemes para matemáticos



Güemes para matemáticos

Problema 1: El buque  inglés  Justina estaba 'al pairo' después de bombardear el Fuerte de Buenos Aires, cuando lo sorprendió la bajamar. Güemes avanza a caballo con 40 jinetes sable en mano y pese a los disparos de 100 marinos con sus fusiles, toma el barco y lo obliga a rendirse. ¿Cuantos fusiles vale cada sable patrio?

17 de junio, en aniversario de su nacimiento, una manera diferente de ver la historia.

Un poco de info:
http://www.portaldesalta.gov.ar/justina11.html

Un poco más (la parte épica dela historia me encanta):
http://revistaelcanillita.com.ar/cuando-guemes-capturo-un-barco-ingles-a-caballo/

miércoles, 17 de junio de 2020

Sistema motivacional para los empleados públicos ante le emergencia del coronavirus 2020




— ¡Buen día! a partir de mañana mismo te vas a hacer home office en tu casa, sin consultarte ni mierda si tenés materiales, comodidad, lugar apropiado o problemas familiares. Pero eso si, vas a trabajar en tu casa para que no viajes. Te estamos cuidando.
— Ehhh, bueno, ok, trabajo desde casa.
— Aprovechando la pandemia, vas a trabajar muchas horas, total no viajás, y esperamos que estés siempre disponible.
— Ah, pero... Tengo familia, es un espacio pequeño, mi horario es de 9 a 18...
— Si, perfectamente, es lo que dijeron los contratados que echamos la semana pasada. Por eso ahora tenés la mitad de tu equipo de trabajo.
— Ah, se me complica ahora, para llegar con las tareas.
— Todos estamos complicados con la emergencia, por eso todos los proyectos que te damos van a ser en su mayoría muy urgentes, para ayer, y van a ser sin tiempo de prepararte ni de aprendizaje. También vas a tener asignado todos los proyectos de los compañeros que echamos.
— Bueno, pero si voy a trabajar más, y con el dolar que se multiplicó por tres, me aumenta todo, alquiler, escuela,  expensas, impuestos, comida, por ahí, un aumento de sueldo...
— Olvidate de cualquier aumento, estamos en plan de austeridad por la emergencia. Austeridad para ustedes claro, nosotros nos seguimos aumentando los sueldos como siempre. Ponga el hombro.
— Bueno esperemos que para marzo, las paritarias ayuden un poco.
— Los gremios nos apoyan en esta emergencia, por solidaridad no va a haber paritarias, sabemos que tenes el sueldo atrasado de hace dos años, pero este es momento de solidaridad con los que menos tienen y con los que mas tenemos, no va haber nada para los empleados. Trabaje y cállese, es feliz por tener trabajo todavía.
— No sé si llego, espero en junio el aguinaldo para cubrir los baches de mi economía, ya como sólo fideos y arroz, no compro ropa...
— No habilitamos los negocios de compra de ropa, así que no se preocupe. Viva en pijama, total no puede salir. Cuarentena estricta. Y es momento de sacrificarse, su aguinaldo olvídelo, su dinero ganado por trabajar de manera excelente vamos a dárselos a los vagos que no trabajan y viven de prestado, que sino hacen quilombo. Haga silencio y siga trabajando y pagando impuestos que alguien nos tiene que dar dinero.


viernes, 12 de junio de 2020

Gratitud



No tengo miedo de un ejército de leones dirigido por una oveja.
Tengo miedo de un ejército de ovejas dirigido por un león.
Alejandro Magno


Alejandro Magno era ya casi dueño del mundo, tenía tantos territorios que debía cabalgar de uno a otro frente de batalla a veces durante días.
Un día Alejandro se separó de su tropa y al pasar por un pueblo muy humilde, con unas pocas chozas precarias, y estando ya muy cansado decidió detenerse y pedir un poco de agua para él y para su caballo. Una familia salió y pese a su pobreza le ofrecieron lo poco que tenían, juntaron lo que pudieron para poder darle un poco más de agua, sacando parte de cada uno le ofrecieron la poca comida que tenían.
Recordemos que en esa época, no había noticias, nadie conocía la cara del emperador.
Alejandro, sorprendido de la actitud desprendida de la gente, les preguntó
— ¿Ustedes acaso saben quién soy?
— No.
— Yo soy Alejandro, el emperador. Y por su generosidad, a partir de ahora declaro que son dueños de todo cuanto alcance su mirada
— Señor, nosotros no nos merecemos un regalo tan grande
— Puede ser, pero yo tampoco merezco una gratitud más pequeña.




martes, 9 de junio de 2020

El cuerpo del delito



“Hay crímenes para los que la ley no basta como adecuado castigo”
— Edgar Wallace


Lizarazu es mi apellido, mi profesión detective.
El golpe en la puerta un jueves al mediodía no auguraba nada bueno: nervioso pero seco, un golpe huesudo en la madera que astillaba los oídos.
Cuando fui a abrir, mis presunciones se hicieron realidad. Sofisticada, elegante, vestida con marcas caras y mirada de hielo. Y allí terminaba la imagen de 'chica en problemas' de película de Humphrey Bogart, la mujer estaba algo pasada de años, huesuda, de dedos largos pletóricos de anillos y nariz de navaja.
El desagrado en la voz revelaba un apellido de alcurnia aún antes de presentarse, cosa que inmediatamente ocurrió. Comencé a agregar ceros mentalmente en el cheque por el monto de mis servicios al escucharlo: Marita Grimaldi Prada de Ibal, familia de mansión en la Recoleta, casada con un algo más que joven empresario, de apellido definitivamente mucho menos aristocrático. Pero el joven empresario además de la juventud tenía mucho más dinero que la familia de la mujer de noble apellido venido a menos, caso típico de funcional reunión de riqueza y abolengo. Incluso los negocios de él se habían disparado luego de la unión gracias a una gran cantidad de nuevos contactos y el asociarse con conocidos y amigos de su esposa. Actualmente había dejado un tanto el agro y había comenzado a incursionar en el negocio inmobiliario.
De forma rápida busqué información en mi memoria: De ella recordaba que había participado poco en sociedad previo a su boda, que había sido pasados los 40 años, salidas a eventos benéficos y no mucho más. Aunque luego de casarse había aprovechado sus estudios de escuela de negocios y apoyaba a su marido desde el directorio de su conglomerado de empresas como socia, mientras él controlaba el curso de la compañía como CEO además de socio.
De él no había mucho que decir ya que era un desconocido en el ambiente de alta sociedad o farándula, aunque lo hubiera intentado. El apellido Ibal no había salido casi nunca en las noticias y nunca en la heráldica. Hijo único de familia de campo emprendedores desde la época de sus abuelos inmigrantes, había soñado siempre con la fama y el glamour sin lograrlo. Alguna vez cuando ya era un joven empresario exitoso había salido en una nota en un balneario de moda acompañado de una señorita muy sensual, prestándose a la clásica nota de chismes, y luego se había descubierto en otro programa de intimidades que él mismo había pagado la nota y la supuesta novia era una acompañante paga de una agencia de modelos. Siempre quiso escalar en el mundo de la fama sin lograrlo, hasta su casamiento. Para entonces ya su familia cercana había muerto, y del resto se había distanciado hasta ser irrelevante, contaba por entonces con varias industrias agrarias y plantas de producción propias. Durante la crisis hace unos años había apostado a poner la empresa en acciones vendiendo el 49% y quedándose junto a su esposa el 51% de cada uno de sus emprendimientos para seguir manejándolas, si bien parte de ellas se transformó en una buena inversión para varios amigos de su esposa, de antiguas y estables fortunas.
Si mi excelente memoria no me jugaba una mala pasada ambos se habían conocido por amigos mutuos en una cena de beneficencia, él intentando incursionar en sociedad y ella desgastada por la misma, y se habían casado enamorados. Volví al presente, aquí y ahora:
La mirada de acero de los ojos grises de Marita me taladraba con fijeza desde la silla frente al escritorio.

Me senté profesionalmente, con elegancia y recordé cruzar las piernas con recato y no extenderlas desgarbadamente por debajo del viejo escritorio de madera como es mi costumbre. Después de todo sabía comportarme como una dama cuando me lo proponía. Puse el registro más bajo posible en mi voz de frustrada soprano segunda cuando le dije:
— Ornella Lizarazu a su servicio, aunque por supuesto ya lo sabe. ¿Qué puedo hacer por usted?
— Necesito probar que mi marido murió en un accidente.
— ¿Su marido está muerto entonces?
— Tenía pasaje de avión para un congreso en Miami, Estados Unidos este lunes pasado. Me consta que no estuvo en las conferencias ya que varios directivos se comunicaron conmigo preguntándome al respecto. El vuelo de Deltan Canadian que debía tomar se estrelló en el mar este domingo pasado, después que salió de casa, y dejé de tener noticias suyas. Necesito probar que iba en ese vuelo.
Una parte de mi cabeza estuvo a punto de darle el pésame pero eso no era lo relevante en la conversación así que el hemisferio cerebral lógico se impuso:
— ¿Por qué necesita probarlo? ¿Cómo confirmación de su muerte, entonces?
— Exactamente. Mis abogados necesitan la confirmación para declarar 'muerte presunta' a partir del próximo lunes, cumplidos los 8 días que indica la ley.
Recordé que por la nueva legislación la muerte presunta se podía declarar ahora en ese tiempo acotado para accidentes probados de avión o barco contra los tres meses que requería antes. El punto es que comprobar que un pasajero estuviera en un vuelo no era demasiado difícil para cualquier persona, mucho menos para una que tuviera las relaciones que tenía la señora y una Black Card. Así que repregunté:
— ¿Y hoy que dicen los abogados?
— Que sólo es posible hacer una declaración de ausencia, y eso no me sirve.

No soy abogada pero por razones obvias a mi trabajo tengo que conocer la ley. Ya sea para hacerla cumplir o para conocer los riesgos de incumplirla, llegado el caso. Incluso en ocasiones no se hace justicia si se sigue la ley al pie de la letra. Por tanto, sabía algunas cosas: Con una declaración de ausencia sus herederos no podían disponer de los bienes de una persona, ni era posible disolver un matrimonio. Recordaba claramente que no tenían hijos. 
Bueno, es necesario hacer algunas preguntas sobre el particular: ¿Eran habituales esos viajes de negocios, se incrementaron en los últimos meses?
Si, en estos últimos meses tuvo más viajes, pero dentro las necesidades de la empresa
¿Pese a la ausencia en esta reunión, lo vio concentrado en los negocios, se quedaba hasta tarde en la oficina?
Algunas noches se quedaba algo más tarde, para reuniones con inversores y clientes. 
¿Algún problema de salud manifiesto? ¿Iba regularmente al médico?
Sano como un roble, no perdió nunca su fama de ‘Hombre de campo’, era nuestra mejor baza en las negociaciones con empresarios del agro, es más, en los últimos meses había comenzado a ir al gimnasio.
¿Cuánto hace que no tenían sexo?
¿¡Pero cómo se atreve!? ¿Qué me está preguntando? — Los ojos gris acero eran dagas que me apuntaban

Me acomodé en mi sillón viejo de cuero gastado. Las últimas preguntas eran clásicas en casos de infidelidad y la ‘señora’, acababa de responder mis dudas. Acodándome en el escritorio sostuve la mirada de cuchillo que tenía enfrente y esta vez hablé de mujer a mujer:
—  Grimaldi Prada de Ibal, usted necesita deshacer el matrimonio ¿verdad?
La nube que pasó frente a sus ojos presagiaba tormenta de forma feroz e inequívoca
— Necesito que confirme la muerte de mi marido. Las razones son mías y para eso pago.
— Pero no cualquier muerte, necesita la confirmación de que murió en ese vuelo para poder acceder a los bienes del matrimonio para este lunes.
— Exacto.
— No entiendo entonces la duda de que estuviera en ese vuelo, ¿No está en la nómina de pasajeros declarados?
— No
— No tomó el avión, entonces.
— No lo sé, pero necesito que lo pruebe.
El caso me intrigaba, no voy a negarlo. El punto es que no veía de qué forma podría resolverlo y el por qué la señora había llegado a mi puerta. Dos cuestiones que necesita urgente aclarar, así que comencé por la más sencilla y directa:
— ¿Y puedo saber al menos quien me recomendó para este trabajo?
— Usted hace un tiempo trabajó para Eva Estrada de Ruiz — Recordé que después de mi trabajo ya nunca más volvió a usar el 'de Ruiz'—. Ella le recomendó. Me dijo que usted podía estar a la altura del problema y que era discreta.
Eva Estrada. Un caso de al menos tres años atrás. Divorcio por infidelidad. Hubiera sido un escándalo social sino fuera que conseguí pruebas —en forma de unas muy expresivas fotos— del señor Ruiz con una promotora de Turismo Carretera. La señora Eva había conseguido la custodia de sus hijos, la mansión, un Mercedes de colección y la mitad exacta de la cuenta bancaria y acciones en la compañía de automotores del señor Ruiz sin necesidad de un juicio y en el mejor común acuerdo que se pudo lograr dadas las circunstancias. Esto me daba una estimación bastante clara de lo que estaba pasando.
— Entiendo que el señor Ibal tiene negocios en el exterior por los que se ausenta de forma repentina. Negocios por los cuales desaparece con repetida frecuencia. ¿Puede ser que estuviera haciendo otro negocio personal o familiar además del congreso?
— Si, viaja seguido. No, el viaje previsto era para sólo para este congreso, aunque esperaba entre los asistentes al mismo unos inversores para un proyecto de fusión de empresas que proyectamos para abarcar propiedades de la mitad de la costa este de EEUU. Ahora ese negocio está en peligro aunque yo como una de las principales inversoras de la empresa, así como el directorio, le indicamos a nuestro gerente general temporario que se haga cargo de esta situación de ausencia de mi marido. La realidad es que, sin mi marido, yo manejaría las acciones suficientes para decidir sobre el negocio y aprobarlo —¡Y ahí estaba una de las puntas del ovillo!
— Y su marido no se presentó en la reunión, teniendo pasaje en el vuelo del avión siniestrado.
— Su secretaria sacó el pasaje con la tarjeta de la empresa, pero él no figura en la lista de embarque cosa que hice investigar el mismo día que me informaron que no se había presentado en el congreso, el viernes pasado. Ya había ocurrido que perdiéramos una posibilidad de inversión importante en Milán porque hace unos meses no se presentó a una reunión, aunque nunca le hice saber que me había enterado. Quise confirmar el lunes en la empresa si había habido noticias pero desde el mismo lunes la secretaria no se presentó a trabajar dando parte médico. Tengo todos estos datos en esta carpeta. También está mi número de teléfono privado.
No era necesario ser un genio para atar cabos a esa información. No me estaba pidiendo una investigación, sólo una certeza.
— Perfectamente, tomo el caso. Déjeme la carpeta, y me comunicaré con usted mañana para contarle el avance en la investigación. Voy a necesitar seguramente permiso para hablar con gente de la compañía, en especial con Recursos Humanos por los datos que me harán falta, y prefiero si les puede indicar que colaboren con la investigación. Y está el detalle de mis honorarios...
— De eso puede despreocuparse. Sobre lo demás daré las directivas necesarias.
La acompañé a la puerta en donde le esperaba un gigante rapado que supuse de custodia. La vi salir del edificio y subirse con el custodio como chófer a un deportivo Jaguar rojo... aunque la señora hubiera dicho que era colorado.

Revisé los papeles de la carpeta: estaba una tarjeta personal, con su número de teléfono, el comprobante del pasaje de avión, y el resumen de la tarjeta de crédito empresaria de Ibal con la cual se compró, una copia certificada del registro de embarque en el que faltaba su nombre, teléfonos de personal de la empresa, el teléfono de Recursos Humanos y  — un detalle a tener en cuenta— el propio número de teléfono personal de la secretaria.
Esto claramente no era casual, pero no es mi línea habitual de trabajo el ser tan predecible.
Llamé por teléfono mientras me ponía una bata: Recursos Humanos me contestó de inmediato y estaba al tanto de quien era yo y lo que necesitaba. Anoté la respuesta a mi pregunta y me acerqué a Almagro al edificio de Lorelaine, la secretaria. Toqué el timbre del portero de su departamento
— Buenos días, soy del servicio médico de la oficina. Acto seguido subí dos pisos por escalera.
Sinceramente no me esperaba que me abriera la puerta con el dueño de la empresa asomándose en cueros detrás de ella, pero nunca hay que menospreciar la visita sorpresa. 
Me abrió una chica delgada, morocha de largo cabello oscurísimo, joven, de cara alargada y una evidente operación de pechos que lucían increíbles con el vertiginoso escote del camisón que llevaba. Atrás suyo, cabello castaño y una mirada entre preocupada y enojada, un chico de unos 8 años estaba haciendo un desastre de témperas sobre la mesa del comedor, lo que sin duda le sumaba cansancio a la evidente gripe que se notaba en los ojos con ojeras de Lore.
Estetoscopio en mano hice algunas preguntas de rigor médico —estudié medicina dos años después del secundario, aunque luego abandoné esta carrera a la que me había empujado mi padre porque no era mi vocación— y entre las preguntas intercalaba otras que me interesaban mucho más, aprovechando la confusión que provocaba la demandante criatura que llamaba a la madre cada dos minutos ya pidiendo agua, leche, galletitas, y gritando mientras se la traían sin parar de llorar, para acto seguido volcar el agua manchada de témpera al piso durante un berrinche cuando no era atendidas sus exigencias al instante. Con la paciencia y control que demostraba Lorelei, le hubiera pedido yo misma que fuera mi secretaria en caso de poder costearme una, o mi cirujano sí fuera el caso necesario. Pregunté:
— ¿Tuvo fiebre? 39
— ¿Dolor muscular?  un poco
— ¿Cuándo comenzó este cuadro? el lunes por la mañana
— ¿Ya había recibido otra visita médica?  Si, este mismo lunes. Me dieron 72 horas, me extrañó que usted pase hoy —Confirmación del estado del cuadro gripal para prevenir el contagio, la empresa se empeña en evitar el síndrome de 'edificio enfermo' — ¿Y eso es...? —No se preocupe, no es el caso.
— ¿Si es necesario puede ausentarse del trabajo unos días más? Si, supongo que no habría problema, pero espero reincorporarme lo antes posible.
— ¿Su jefe se molesta cuando falta varios días? No creo, es muy amable. Y esta semana volaba a un congreso por varios días.
— ¿Usted acaso debía asistir con él a la reunión como su asistente? ¡Qué pena perder el viaje! — No, en general últimamente siempre lleva a una de las abogadas de la compañía para asistencia legal.
— ¿...?

Salí rápido confirmándole a Lore el parte médico anterior y que se reincorporara a las 72 horas e inmediatamente me comuniqué con la compañía aérea, presentándome como abogada de la empresa. El pasaje de al lado de Federico Ibal en la sección de Business estaba a nombre de un tal Ignacio Choco, y no había sido sacado con el mismo plástico. Incluso me indicaron que no había ningún otro pasaje en ese avión sacado con la tarjeta de la compañía. No, no podían darme más datos. No insistí.

Llamé nuevamente a Recursos Humanos, y confirmé que en otros viajes había sido acompañado por una joven y soltera abogada del departamento jurídico de la empresa pero que en esta ocasión no habían viajado juntos. Ella estaba de vacaciones. Laura Neuer, abogada con maestría en derecho empresario de la Universidad Católica Argentina. 33 años.
Obtuve el número de su cuenta personal adonde le depositaban el sueldo, y en el resumen tampoco había habido compras de pasajes. Nada en la tarjeta con respecto a vuelos. Pero sí una habitación matrimonial de hotel en Buzios, Rio de Janeiro, Brasil. Y algunas compras menores incluyendo entradas a un parque de atracciones para dos personas. Ayer.
Con el DNI y su nombre completo no me costó demasiado encontrar sus datos y fotos: Varios viajes por el mundo los primeros como ex modelo de una conocida agencia; la agencia fiscal mostraba que por un tiempo había sido socia en un bar temático. Su Facebook estaba convenientemente protegido a ojos curiosos, restringido sólo a amigos pero su instagram era público como correspondía a una ex modelo. Y en el post más reciente se la veía en un entorno medieval, en una mesa claramente para dos tomando de la mano a un hombre que convenientemente no aparecía en la foto, pero yo había visto esa misma tarde ese anillo. Bueno, en realidad el correspondiente a la engañada esposa del presuntamente difunto Federico Ibal. Todo apuntaba a que la muerte iba a ser una realidad cuando la señora confirmara la situación.

Llamé de nuevo a la aerolínea.
Cuatro horas más tarde el taxi me dejaba en la puerta de un cinco estrellas en Rio de Janeiro. Me registré en la habitación 14 del exclusivo hotel boutique en el centro de Buzios. Ya era tarde, pero faltaba un poco para la caída del sol. Llegué a la habitación y aunque no me molesté en desarmar el bolso, si me puse cómoda: la habitación era luminosa, paredes blancas, con ropa de cama nívea y pétalos de flores encima. Flores también en los jarrones, y almohadones con simpáticos diseños selváticos. Me serví una copa del champagne de bienvenida, comí unos maníes del frigobar —me encanta el maní tostado y salado, es una debilidad— y me di una ducha. Envuelta en la bata me asomé al balcón de la habitación que daba a la enorme pileta. Federico estaba tomando unos tragos en la barra mientras Laura aprovechaba los últimos rayos del sol en una reposera. Me puse la malla y bajé.

Los pude observar tranquila mientras me acercaba. Laura parecía menos años que los que tenía, un cuerpo esculpido a a fuerza de genética y fitness, bikini y movimientos sensuales, ojos negros enormes y unos labios voluptuosos con un toque de labial, aún en la piscina. Tengo buena figura y curvas interesantes, pero nunca me animaría a competir con una mujer así. Tanto hombres como mujeres no podían evitar mirarla al pasar, magnética, fascinante. Descarté cualquier acercamiento a ella y me dirigí a la barra. Federico tenía un Martini en la mano, apostaría cien a uno a que lo había pedido ‘agitado, no revuelto’. Lo miré a los ojos, me presenté. Hay que darle debido respeto: casi no reaccionó en medio de mi relato, no frío sino tranquilo. En algún punto me sacó una sonrisa pese al momento, era un poco simple sin ser tonto. Se hizo cargo del problema de inmediato y alcanzó a una mínima defensa con una mirada enamorada a Laura, que aún no se había percatado del cambio de la situación, tras los lentes de sol. Era claro que era su sueño hecho realidad, la mujer que siempre había deseado. Gracias a eso estábamos cerrando un acuerdo cuando al fin el ‘cuerpo del delito’ real se acercó, con una mirada de curiosidad al vernos conversando que no tardó en convertirse en enojo. 
Siguieron unos llamados a los abogados de Marita, a unos amigos abogados de Laura, expertos en herencia y familia. Ella misma era experta en derecho laboral y acciones, así que lo vio de inmediato: al divorciarse, Federico perdía el control de las empresas —de TODAS sus empresas— al dividir el paquete accionario entre él y su esposa. Por otro lado, estaba el declararlo muerto…
Federico sugirió algo, consultamos a los abogados que con el advenimiento de Marita enseguida volaron a Rio. El gesto de Laura era de confusión y asombro, pero Federico se veía feliz en medio de su pedido insólito y original para solucionar el problema. 
De alguna manera su intención era casi de película: me dio su anillo de matrimonio grabado, que con un poco de ayuda monetaria pudimos hacer aparecer en el lugar del accidente, así como un testigo que afirmó haberlo visto en el avión. Eso le permitía tener el control de las empresas a Marita, por no perder las acciones de él. A cambio, y mediante el intermedio de un conocido mío que era experto en esos trabajos, le fraguamos una nueva identidad, como playboy famoso. Era empezar de nuevo, con la vida que siempre quiso. La ahora ‘viuda’ Grimaldi Praga (ya sin el ‘de Ibal’) por medio de una compañía fantasma le creó un fideicomiso mediante el cual le asignaba una cantidad indexable  mensual por los próximos 50 años, que le permitía vivir en cualquier hotel de 5 estrellas en el mundo, para que pudiera tener la vida que siempre había soñado. Para dos, por supuesto. Y un par de vuelos disponibles a cualquier lugar del mundo. Un nacer de nuevo, una vida de glamour y misterio en sus orígenes. 
Se cerró el trato.
Descartaba que Marita cumpliera con las condiciones, y también Federico, cada uno tenía lo que quería. Marita el dinero y las empresas. Federico el glamour de una nueva vida y a Laura. Los dos la libertad que deseaban.
Todos felices. Caso cerrado.
Lo cobré muy bien, la verdad.
La siguiente noticia que tuve de ellos fue menos de seis meses después de la publicitada ‘muerte’. Caminando por la calle en un kiosco vi a Laura en una revista del corazón, claramente era ella, acompañando la foto como la flamante novia de un magnate naviero griego, que indudablemente no era Federico.
No se puede tener todo.

Fin
Pablo Brión, 08/06/2020