viernes, 23 de abril de 2021

Zoológico espacial I

 



— Adelante niños, despacio, todos frente a la jaula.

— Si ya están todos listos, comienczo con la presentación:

Al que los nativos del planeta Xarhue nombran como Vulcron, es una especie de ave de grandes alas que se alimenta de minerales, lo que provoca que con el tiempo en sus alas las terminaciones similares a plumas de las que está cubierto se tranformen en escamas, muy brillantes y bellas, tornasoladas. Así, este animal en su juventud vuela como un ave, pero en sus últimos años se muestra como un reptil de dos patas, más resistente a los depredadores naturales (los rápidos ferfes). Como reptil busca hacer sus nidos en lugares altos para que, al nacer, los polluelos aprendan solos a volar.

(murmullo)

— ¡Que bonito!, ¡Qué horroroso!, ¡Qué extraño!

— Silencio niños, ahora frente a la pantalla por favor.

(silencio)

— Si se encontraran este amiguito en la selva... nunca volveríamos a escuchar ningún murmullo.

Este ejemplar que apenas se vislumbra entre la vegetación del video es una especie de serpiente que se encuentra en el planeta Helicae. Es difícil poder verlo porque su color rojo sangre se confunde entre la vegetación naturalmente roja de un planeta que contiene tanto amoníaco en su aire, pero sobre todo porque al ser dimensional, aparece y desaparece a medida que se desliza en el aire. Su mordedura es mortal, ya que en sus colmillos se encuentra una ¿?... algo, no podemos entender si una enzima, bacteria o virus dimensional que, al entrar en el torrente sanguíneo de los animales o nativos del planeta, se reproduce rápidamente y circula por el cuerpo infectado, haciendo que partes del cuerpo desaparezcan. Sabemos que la infección lleva a las victimas poco a poco a otra dimensión en donde la serpiente se las come, ya que al desaparecer del todo se hacen visibles los huesitos devorados. Una pena, de ese modo no podemos determinar de qué dimensión viene o por qué se puede hacer visible en ese lugar. Siendo que aparecen de pronto, es mejor no visitar ese planeta.



domingo, 4 de abril de 2021

Ladrón

 



En el momento que tomó la bolsa, supo que estaba en problemas.

Era día de feria en el pueblo, un momento lleno de extranjeros y distracciones: el ambiente perfecto para que un ladrón como él se hiciera el día, o 'se ganara el jornal', como decía a todos para ufanarse de que trabajaba de ello y no lo hacía sólo ocasionalmente como otras aves de rapiña que se juntaban en la vieja taberna El Muerto y el Garfio en la parte baja del puerto, adonde atracaban más barcos por la noche que durante el día.

El clima era de fiesta y los vendedores mostraban sus mercaderías: Manzanas perfumaban el aire y tentaban a los niños  así como también sedas de los más lejanos lugares del mundo conocido tentaban a las jóvenes; los sacerdotes regañaban a los réprobos amenazando con la ira de los dioses a las puertas del tempo, mientras las brujas y charlatanas que se hacían pasar por tales leían la buenaventura: las farsantes  nunca la mala, aunque sí lo hicieran las verdaderas practicantes del arte que estaban obligadas por los conjuros de su profesión a decir los presagios y dolores por venir. Malabaristas hacían sus espectáculos ¡hasta habían traído un oso que bailaba! Un escupe fuego llenaba el aire de chispas; y los malabaristas de bastones, y los payasos de lentejuelas. Era tan sencillo escabullirse entre las distraídas multitudes apiñadas y con un ligero empujón robarles la bolsa a los descuidados. Eso sí, sólo a los extranjeros. En ese pueblo lo conocían demasiado y cualquier faltante que tuvieran los vecinos de la zona sabía que podían ir por él. Así que, habiendo guardado y en parte comido y bebido las ganancias de la mañana, recorrió en estas últimas horas de la tarde la plaza adonde las antorchas que se encendían auguraban una noche larga. Quizás fuera el brillo, quizás la propia curiosidad, pero se aproximó de nuevo adonde saltaban unos payasos con lentejuelas que refulgían a la luz de los fuegos, e intentaban a toda costa hacer bailar al paciente y cansado oso. Alrededor, en un semicírculo divertido, la multitud aplaudía, reía o chiflaba a los comediantes. Y allí fue cuando lo vio: un niño o un joven bajo y delgado, dándole la espalda, ataviado con ricas ropas y una bolsa colgando descuidadamente del cinturón. Un instinto añejo le previno de que algo no iba bien aunque no se daba cuenta de qué, pero el brillo de las lentejuelas le recordó al oro y con perfecto disimulo escondiéndose en la sombra de su capucha se agachó y desenganchó el nudo de la bolsa del cinto con mano experta. Ni un temblor, ni una duda, ni una mirada o movimiento de más. Y rápida como una brisa de verano la bolsa quedó perfectamente oculta en un bolsillo secreto de su camisa, sin que nada llamara la atención a ninguno de los presentes. 

Fue ese el momento en que supo que algo estaba mal, muy mal. Algo en la estatura o en la contextura de la reciente y aún ignorante víctima. Algo en la ropa que caía diferente a los demás, abultándose o colgando diferente a lo que debía, algo en el largo de los dedos de los guantes de seda que llevaba en una calurosa tarde de verano. No era un niño.

Dio dos pasos hacia atrás en completo silencio y obedeciendo a un oscuro presentimiento buscó donde ocultarse. Fue en ese momento en que el otro se dio vuelta una fracción de segundo y su mirada se cruzó con la de él, los ojos le leyeron el alma en el fragmento de tiempo que le llevó terminar de girar y caminar rapidamente calle abajo, al precario refugio de la taberna. O llegado el caso escapar a alguno de sus lugares secretos, que para eso los tenía. Un vistazo rápido le permitió ver que el otro no lo seguía al parecer aún entretenido con las piruetas del oso. Mejor. La bolsa pesaba y no sentía ningún tintineo que evidenciara oro pero al menos no había ruido que pudiera delatarlo. Caminando a un tranco largo pero normal antes de doblar por la calle de la costa, miró a lo lejos el puesto de la feria. Su víctima ya no estaba parado allí con sus elegantes ropas. Tampoco en la calle, ni se veía cerca. No podía entender el escalofrío que le erizaba los cortos pelos de la nuca así que apuró el paso y mirando hacia atrás casi a cada paso se refugió en la taberna y buscó su rincón preferido cerca de la puerta trasera, un sitio cubierto de sombras adonde se sentó y pidió un vino aguachento que era lo mejor que tenían, evitando el alcohol barato que lo podría emborrachar y a la cerveza agria de siempre. Era un día para festejar si el peso que sentía en el bolsillo le decía la verdad. Más tranquilo y medio oculto por una columna, miró el resto de la taberna iluminada por pocas velas desde donde podía observar bien sin ser observado. Estaban los de siempre faltando unos pocos aún robando, o borrachos, o acaso en una mala acción hubieran caído presos. Muchos ladrones inexpertos llegaban de pueblos y ciudades vecinas los días de mercado y no todos salían bien parados. La taberna los llamaba con su fama y sus mesas oscuras, con su clientela patibularia y su cerveza tan agria como barata. Muchos salían a robar desde allí, y algunos no regresaban. La guardia del pueblo era lenta pero eficaz y la justicia cuando era necesaria era sumarísima. Algunos llegaban a conocerla y ya nunca regresaban. No como él que como buen experto había esperado el momento correcto, y ahora perfectamente oculto y entre 'colegas' podía mirar discretamente el contenido de la bolsa. No la puso sobre la mesa, sino que ocultándola en su regazo y cubierta por el sucio mantel de la mesa le entreabrió apenas el borde para atisbar en su interior.

Aún en la penumbra, un fuego verde y rojo lo llenó los ojos de llamas. Sorprendido vio que en sus manos no había oro, sino rubíes y esmeraldas de gran tamaño. Agradeciendo a Nictia, la dama de la noche protectora de los ladrones y rateros por no haberse sentado cerca de las luces, cerró de prisa la correa y devolvió la bolsa al bolsillo oculto. Miro alrededor tranquilo, seguro de que ninguno de los presentes se habría percatado de sus movimientos y recorrió el lugar con la mirada el lugar de punta a punta, de ida y vuelta como hacía siempre con un hábito añejo y cauto. Fue al volver a pasar la mirada que descubrió al joven de los elegantes ropajes en una mesa alejada —aunque hubiera jurado que un segundo antes no estaba ahí— con los ojos clavados en él. Debajo de los luminosos y fieros ojos, una venda le cubría parte de la cara como una máscara.

Se supo descubierto, pero no se amilanó, no era un principiante en estos menesteres. Sin detener los ojos en el joven, continuo la mirada alrededor y sacando una moneda muy usada del bolsillo la dejó sobre la mesa y sin movimientos bruscos se puso en pie y salió sin apuro por la puerta trasera. No había alcanzado a cruzarla y ya su mano sujetaba un puñal de larga hoja y con el mango recubierto en cuero, tan adaptado a su mano como si fuera parte de su palma. 

No se detuvo a preparar una emboscada, algo en su interior le compelía a huir y poner tierra por medio, cuanta más distancia mejor. Se dirigió hacia el bosque, en la parte alejada al rio había un antiguo templo en ruinas que conocía bien aunque nunca lo hubiera explorado en profundidad, era un lugar adonde se había ocultado más de una vez. Y adonde guardaba una sorpresa para situaciones complicadas como esta.

El bosque se cerró sobre sus pasos y avanzó sin mover una hoja de más, sin que ninguna rama pudiera delatarlo al quebrarse. El atardecer oscurecía el camino y sus ropas lo iban haciendo cada momento más invisible entre la espesura. Ya lejos de la taberna se atrevió a detenerse un momento para escuchar en la temprana noche. El sonido de los insectos era el de siempre. Pero no se escuchaban pájaros en esta hora de crepúsculo. Extraño. Se agazapó con cuidado tras un árbol del que caían racimos de enredaderas como si fueran lianas, y fue cuando lo escuchó: Una rama rota, cerca, a su derecha, próximo al propio camino que había tomado antes de ocultarse. Sintió frío, y una sombra más oscura que el entorno pasó a pocos pasos a la izquierda. No era sólo uno, entonces: varias personas lo estaban buscando y cercando con habilidad. Retrocedió ocultándose entre unas ramas y al asomarse alcanzó a vislumbrar ahora a la luz de la luna un destello de metal a escasos metros. 

Perdida ya toda oportunidad de pasar desapercibido, corrió. Corrió saltando las plantas y lianas traicioneras, se escurrió entre macizos de plantas espinosas, corrió y saltó veloz en la noche esperando poder refugiarse en las ruinas. Al momento desde diferentes lugares y distancias sombras corrieron hacia él, veloces, casi incorpóreas. Casi sin atreverse a girar la mirada atravesó el rio por un paso que conocía sólo él, pero ni eso pareció detener a sus perseguidores, mantenían la distancia y hasta hubiera creído ver que algunos los seguían saltando entre ramas de árboles. Pero no, no podía ser. Faltaba poco para llegar al templo y los sonidos de sus cazadores se tornaron ahora lejanos. Tenía una oportunidad.

El umbral sombrío del templo lo recibió con la protección de la noche y el silencio del abandono. Caminó sin preocuparse en hacer ruido sobre las lajas y fue directo detrás de una estatua de un dios reptil, en donde tenía oculto un arco y flechas. Se ocultó bajo unas garras escamosas y unos colmillos de mármol, mientras aprestaba el arco y con este cubría la entrada, que se recortaba a la luz de la luna. Era un tirador hábil, y no había otro modo de ingresar como no fuera por los huecos en el techo que dibujaban rayos de luz en el camino al altar, al tiempo que acentuaban las sombras de donde él estaba escondido.

Alguna vez había recorrido el templo, siempre de día; y se había maravillado y también sentido una fuerte sensación de repulsión por la estatua que dominaba el altar central, una especie de monstruo medio humano, medio animal que pese a los avatares del tiempo seguía intacta y que hipnotizaba con su morada de piedra. Todas las estatuas laterales eran de mármol, pero a central era de piedra negra, extendiendo unas garras de afilados dedos sobre el altar. Detrás de la repulsiva estatua había una losa en el piso, demasiado pesada para levantarla pero que hacía suponer un subterráneo o un sótano bajo el templo. El olor a putrefacción era mucho mas acentuado cerca de la estatua y el altar. Pero ahora era tiempo de concentrarse: una sombra avanzaba hacia el umbral, con la luna dando la claridad necesaria para apuntar. Dejó que se recortara toda la figura mientras mantenía tenso el arco hasta afianzar la punta de la flecha en donde estaría el medio del pecho de su objetivo. No se veía a los otros. Vio un destelle en la cara de su víctima al momento en que sus dedos se relajaban sobre la cuerda tensa y la flecha salía disparada mortalmente hacia su objetivo y sintió un golpe a su espalda, no alcanzó a girar antes de que manos de fuerza sobrehumana lo empujaran contra el piso, atontado por el golpe. No llegó a alcanzar el puñal antes que lo tomaran de los cabellos y lo arrastraran hacia la figura del umbral que ahora veía seguía parada el claro de luna. Ya no tenía la tela sobre la boca, una sonrisa se dibujaba en su rostro mientras observaba con detenimiento la flecha de plumas negras que debería haberle partido el corazón. 

Un arma muy adecuada en esta situación, en verdad — dijo con voz sibiliante.

Maestro, este es el templo, lo encontramos finalmente.

Si, nuestra búsqueda termina, guiados por la suerte o por la misma noche. El culto va a ser restablecido. ¿Armand?

Mientras yo subía al techo y esperaba caerle encima al ladrón,  él se deslizó por las piedras detrás del altar y está abriendo los habitáculos bajo la losa.

Perfecto. 

Casi desmayado por el golpe y sin fuerzas escuchó la conversación entre su actual captor y su presunto blanco. Levantó la cabeza cuando sintió que le arrancaban la bolsita robada de su bolsillo, y descubrió nuevamente la sonrisa del joven elegantemente vestido al que llamaban maestro: el brillo que había visto al soltar la flecha era de los colmillos que ahora se destacaban sedientos de sangre —de su sangre— bajo los oscuros ojos. Las piedras extendidas sobre su pálida mano brillaban con luz propia en la oscuridad.

Encontramos el templo. Ahora acerca a nuestro amable guía al altar. Tenemos el sacrificio para despertar a nuestros hermanos. Las piedras de alma pronto tendrán un nuevo cuerpo donde renacer.


Fin