lunes, 5 de mayo de 2025

Cambio de rostro

 


La Ciudad de Buenos Aires hervía con su caos habitual: bocinazos, empujones, trajes grises, caras largas, y la prisa como idioma compartido. Nadie se detenía a mirar nada. O casi nadie.

Él estaba ahí. De pie en la vereda de Avenida Corrientes, entre un local de empanadas veganas y una joyería con carteles de venta de oro. Cabello negro perfectamente peinado, hombros anchos bajo un traje que parecía hecho a medida, sonrisa que no necesitaba invitación. Su vestimenta, elegante pero casual, su porte decía: "confianza" con voz segura. Tenía a sus pies una valija grande —demasiado grande para maletín de trabajo— y un neceser de cuero negro en la mano. Muy masculino.

Una mujer de unos cincuenta años pasó apurada. Él le sonrió y le ofreció hacer una breve encuesta. Ella ni se molestó en mirarlo.

Pero a unos metros, Jime sí.

Veintidos años, cabello castaño descuidado, rostro común sin gracia particular, jeans demasiado grandes y zapatillas con más kilómetros que marca. Detuvo la marcha. Él ya la había notado. Cambió el tono:

—¿Tenés un minuto? —preguntó con una sonrisa radiante.

Jime asintió. Jime siempre decía que sí.

—¿Estás conforme con tu rostro?

Ella dudó un instante, tocándose la mejilla con inseguridad.

—Creo que no... podría ser mejor, ¿no?

—¿Y con tu figura?

—Definitivamente no —rió nerviosa, tironeando la tela de su remera suelta como queriendo esconderse—. Yo no me veo como las chicas de Instagram. Nada que ver.

—¿Te molestan tu voz o tu cabello?

—Son... normales. Aburridos.

—Bien. Ahora, describite con un número del uno al diez.

Jime pensó. Se sintió observada. Se notó, por primera vez, juzgada por él. No quería parecer arrogante… pero tampoco patética.

—¿Seis?.

Él frunció apenas el ceño. Su belleza se ensombreció.

—¿Por qué esa calificación?

Jime no supo qué decir. Un frío le recorrió la espalda. Él la miraba como si acabara de fallar una prueba que no sabía que estaba rindiendo.

Entonces se inclinó hacia ella, envuelto en su perfume a maderas y especias.

—Si pudieras cambiar tu rostro por otro, pero… al azar… y a cambio recibir un millón de dólares. ¿Lo harías?

Ella retrocedió un paso. Soltó una risa incómoda.

—No sé... mi mamá dice que la belleza está en el interior.

Él se encogió de hombros y volvió a mirar al frente. La ignoró. La encuesta había terminado. 

Jime caminó media cuadra. Pero algo ardía en su nuca. Dio vueltas al asunto. "Con un millón me hago mil cirugías ¿no?. Si sale mal, lo arreglo. ¿Qué tan mal podría salir?"

Volvió. El hombre no se había movido.

—¿La oferta sigue en pie?

Él la observó con una calma casi clínica.

—Segundas oportunidades no se dan en mi empresa. Aunque… —dejó el silencio hablar—. Podría ofrecerte una prueba. Sólo el cabello, random. Te doy mil dólares.

Jime dudó menos de cinco segundos.

—Dale.

Él abrió la valija. Sacó una máquina metálica, como una afeitadora futurista con luces verdes. Apuntó a su cabeza. El zumbido fue breve.

Jime se tocó el pelo. Se sentía... diferente.

Él sacó un pequeño espejo del bolsillo de su saco y se lo alcanzó.

Su pelo ahora era rubio, lacio, brillante, con un corte moderno que enmarcaba su rostro.

—Te queda muy lindo —dijo él con un guiño. El espejo devolvía la imagen de sí misma, similar, pero más definida. Más atractiva.

—Y ahora... —prosiguió— te ofrezco un cambio completo: cuerpo, rostro, voz. Como viste, necesitamos probar esta nueva tecnología, los resultados son inmediatos. Y el premio sigue en pie. Un millón. Solo necesito una foto del antes y el después.

Jime ya no dudó.

—Acepto.

Él asintió. Encendió la máquina. Un rayo suave la recorrió. Sintió que su cintura se estrechaba, que las curvas se definían como si años de rutinas y dietas la hubiesen moldeado. Su voz, al decir "¿ya está?", era más profunda y melodiosa. Tenía un leve acento que no era suyo.

Se vio en el espejo.

Tenía unos 35 años. Ojos felinos, piel bronceada, labios carnosos. No era simplemente linda. Era... despampanante.

El hombre la fotografió y envió la imagen desde su celular. Luego cerróel neceser y le entregó la otra  valija: la grande. Repleta de billetes.

—Buena suerte —dijo, y se fue caminando entre la multitud.

Jime quedó sola. Miró su reflejo en una vidriera. Su ropa ya no le quedaba bien. Se veía mayor. Pero hermosa. Nueva. Y rica.

Sonrió. Un un cambio perfecto. Los chicos ahora la mirarían. Podía operarse para verse más joven i quería. O no. ¿Qué importaba?

Se giró para irse.

Dos patrulleros chirriaron las gomas al frenar en la vereda.

—¡Sandra Avila "La Viuda" Felix! ¡Queda detenida por narcotráfico internacional! ¡Manos arriba!

Jime palideció.

—¡No, no! ¡Soy Jimena! ¡Un hombre me cambió, se los juro!

Pero los oficiales no escuchaban, avanzaron. Jime intentó escapar pero la redujeron rápidamente. El retrato del cartel de búsqueda de Interpol coincidía con la foto que le acababa de llegar a la comisaría. El mismo rostro. La figura inconfundible a pesar de la ropa. El tono de voz, tan reconocible por tantas grabaciones con su marido el Chapo Felix. La valija llena de dólares era la prueba final.

Mientras la esposaban, un hombre de traje impecable se alejaba a paso firme por una calle lateral, con una nueva valija aún más grande para sí mismo en la mano, y el neceser de cuero negro medio oculto en el saco.