sábado, 15 de febrero de 2025

Día de configurar un televisor

 


Terminado el horario de trabajo, buen momento para ver una serie. Nos sentamos en el sillón con una comida rápida y buscamos una comedia. Ya está, ponemos esta. Cambiamos el control de la Play al del televisor una y otra vez. Esta tele es viejita, no sabe de ser inteligente o smart, como le dicen ahora. Con un control seleccionamos la Play conectada, que le da aplicaciones a una TV común; con el otro, ponemos Netflix; con el de la tele, subimos el volumen; con el de la Play, seleccionamos la serie... ya está. Nos sentamos, empanada en mano, a ver Envidiosa.

La imagen se corta, una y otra vez, aunque el sonido funciona. ¿Será la PlayStation? Es una Play 3 viejita, usada, que ya tiene muchas batallas y ha cambiado de joysticks año sí y otro también. Pero se corta la imagen. Conecto la tele directa a la computadora y pongo Netflix desde allí. Ahora sí... no. Se sigue cortando. La pantalla muestra unas rayas arriba y se sigue frenando la imagen una y otra vez. Así no se puede ver. Se va haciendo más tarde, las empanadas se enfrían. ¿Serán microcortes de internet? Parece ser eso, sin dudas. Claro, se entrecorta la conexión. Pero yo estuve trabajando todo el día y antes tuve la radio en línea, así que debe ser de ahora.

No importa, tengo un par de discos rígidos con películas. Ponemos una película directa al televisor y ya no hay problemas de internet. El USB se conecta y aparece la opción en pantalla. El disco muestra el listado de carpetas con películas y, al pasar de carpeta en carpeta, el cursor se mueve cuadro a cuadro, como si fuera un jueguito de DOS de los 90. No, no es el internet. Pruebo un video en la computadora y funciona perfecto. Es el televisor.

Lo apago, lo enciendo, sigue igual. Lo desconecto, cambio los enchufes de entrada. Nada. Mi habilidad en tecnología de televisores alcanza su límite: encender y apagar, desconectar y conectar... a lo sumo, un golpecito en televisores viejos, de los de tubo. Sí, no me miren como un dinosaurio, antes de este había uno de tubo. Este tiene 12 años, un LG 3D, una tecnología subvalorada y ahora obsoleta, con sus salvajes 720 px para la época.

Murió.

Antes de dormir, compro uno chino, barato, por Mercado Libre. Esta vez sí es Smart, 40 pulgadas, con Google TV y afines.

Llega, lo desempaco, con mi hija le ponemos las patitas, pilas en el control remoto, y después lo colocamos en su lugar y a configurar. Pide el mail, pide mi teléfono, pide la red de internet, otra vez el mail, configura algo solo. Me pide que siga con Google Home, se cuelga todo, empiezo de nuevo, ya no puedo regresar al paso indicado. Apago y vuelvo a encender, ya se conectó solo. Mágico. Seguro eran los chinos tratando de obtener todos mis datos. Igual ya me los habían pedido. Acepto las condiciones. Creo que no solo le vendí mi alma al Diablo en los términos y condiciones, sino que debo estar donando los órganos para un chino. En el segundo paso siguiente para la configuración de aplicaciones también hay términos y condiciones, una parte está en chino. Supongo que quiere decir que lego todos mis bienes a la noble causa del Partido.

Finalmente configuro todo. Mi hija pulsa la tecla Home y, nuevamente, tenemos televisión.



jueves, 13 de febrero de 2025

Día de Interactuar con Insectos

 


Todos conocemos algunas características de los insectos. Por ejemplo: sabemos que las mariposas, en su etapa inicial, son orugas y luego pasan por una metamorfosis para convertirse en mariposas. También, gracias a multitud de memes, sabemos que la hembra de la mantis religiosa se come la cabeza del macho después de copular (aunque, para ser científicamente precisos, esto no sucede siempre). A nadie parece importarle que estos insectos, con su aspecto tan peligroso, puedan girar la cabeza 180 grados o que tengan un tercer ojo oculto en la frente. También sabemos que algunas cucarachas pueden volar, o que las arañas saltan. (Y aunque las arañas no sean insectos, sino arácnidos, continúo con la referencia para que el relato tenga coherencia). En fin, las arañas saltan, lo que las coloca en el grupo de los bichos más aterradores. Porque, admitámoslo, que un insecto —o arácnido, en este caso— te salte encima no es para nada agradable y desencadena miedos ancestrales en todos nosotros.

Esto sirve como prólogo para contar una situación que me ocurrió esta mañana. Estaba bañándome y, a través de las dos cortinas del baño, a trasluz, vi caminar una cucaracha. Sin entrar en disquisiciones sobre las diferencias del cerebro masculino y femenino, y después de haber consultado sobre esto, sé que una mujer habría aplastado al bicho sin mayor problema, utilizando las cortinas plásticas. Esto, claro, si no le hubiera dado miedo o asco. Yo, como buen macho de la especie lo único que hice fue darle un puñetazo a la cortina, con la imaginaria intención de destruír el insecto por el puro poder de un golpe (un bicho que es capaz de soportar una hecatombe nuclear), lo que provocó que el asqueroso artrópodo se asustara y comenzara a correr hacia arriba. En segundos, se equilibró sobre la barra de la ducha.

Lamentablemente para mí, y en contra de mi previsión de que la cucaracha bajaría hacia afuera, huyendo de la presencia humana y alejándose de la bañadera, y en contra de la creencia popular de que las cucarachas no saltan, esta saltó. Tal vez era ignorante de las limitaciones físicas de su especie, o simplemente no le importaba. No fue que voló como otras cucarachas; era una simple cucaracha grande y negra que, sin dudarlo y sin ningún miedo a la altura, se lanzó directamente hacia mí, desnudo en la bañera. Esto provocó un rápido movimiento hacia atrás (mío), un avance frenético (de ella), algún golpe, un rápido zapateo (más para esquivar que para atacar), un intento de escape (de ambos) y un estiramiento forzoso para alcanzar un aerosol con el cual rociarla.

Hoy fue un día en el que aprendí que, al igual que las arañas, las cucarachas también pueden saltar.


domingo, 15 de diciembre de 2024

Ejercicios de Mindfulness (3/3)

 


Practicar Mindfulness requiere disciplina, pero sus beneficios justifican el esfuerzo. A continuación, se presentan ejercicios sencillos para integrar la atención plena en la vida diaria:

Ejercicio 1: Un minuto de respiración consciente
Durante 60 segundos, enfócate en tu respiración. Observa el aire entrando y saliendo por tu nariz. Este ejercicio, aunque simple, ayuda a restaurar la claridad mental.
Una variante de este ejercicio calmante, es estando sentado o acostado (es buena práctica para dormir) y con los ojos cerrados, es inspirar lentamente por 4 segundos por la nariz, sintiendo como el aire nos llena. Retener la respiracion 7 segundos, escuchando nuestro corazón, sintiendo el momento de la respiración, centrando la mente en la misma, y dejando afuera cualquier otra cosa. Luego expeler lentamente por la boca, contando 8 segundos para soltar el aire, sintiendo como pasa suavemente, lamente en blanco sólo concentrada en esto.

Ejercicio 2: Paseo meditativo
Camina despacio y siente cómo tus pies tocan el suelo. Observa el movimiento de tu cuerpo y el entorno a tu alrededor. Observa como reaccionas al viento en tu cara, a las irregularidades del piso, al movimiento a tu alrededor, a la luz, al viento.

Ejercicio 3: Escuchar música con atención
Selecciona una pieza musical relajante. Concéntrate en cada nota, cada pausa, cada vibración. Este ejercicio fomenta la concentración. No es necesario que sean temas clasicos o de meditación, puede ser  Desangra y Sangra de Serú Giran, pero lo importante es mantener la atención plena.

Ejercicio 4: Exploración corporal
Recuéstate y dirige tu atención a cada parte de tu cuerpo, desde los pies hasta la cabeza, aceptando las sensaciones sin juzgarlas.
Sentir los pies, quietos, sin moverlos, subir a las rodillas con el pensamiento, llegar a las extremidades superiores, el cuello, concentrado en lo que siente cada parte.
“La atención es una manera de hacerse amigo de nosotros mismos y de nuestra experiencia.”  Jon Kabat-Zinn


En conclusión, el Mindfulness nos invita a vivir con plenitud y conciencia. En un mundo acelerado, cultivar el arte de estar presentes nos permite reconectar con nosotros mismos y con los demás. Así, esta práctica no solo mejora nuestro bienestar, sino que también nos ayuda a enfrentar los desafíos diarios con mayor serenidad.

“La paz comienza con una sonrisa, pero florece con la atención plena.”


Los mandamientos del Mindfulness (2/3)

 


Practicar Mindfulness no se trata solo de meditar, sino de incorporar principios clave en nuestra vida diaria. Estos "mandamientos" ayudan a vivir con más calma y claridad:

Vive el presente: Abandona las preocupaciones por el pasado y el futuro.

Acepta sin juzgar: Reconoce las emociones y pensamientos sin etiquetarlos.

Cultiva la paciencia: Permítete fluir con el momento.

Confía en ti mismo: Cree en tu capacidad para enfrentar cada situación.

Desarrolla la curiosidad: Observa el mundo con ojos nuevos y sin prejuicios.

“Realiza todos los actos de tu vida como si fuera el último acto de tu vida.”  Marcus Aurelius

 

Caso de éxito: Mindfulness en el entorno laboral

En una empresa de tecnología, se implementó un programa de Mindfulness para reducir el estrés laboral. Los empleados participaron en sesiones semanales de meditación y aprendieron a aplicar técnicas de atención plena durante su jornada. Después de tres meses, los informes mostraron una reducción del 25% en el estrés percibido y un incremento del 15% en la productividad general. Además, los participantes destacaron sentirse más enfocados y satisfechos con su tra

“No se puede detener las olas, pero se puede aprender a surfearlas.” Jon Kabat-Zinn


Ejercicio básico: Observación consciente

Escoge un objeto cotidiano, como una taza o un bolígrafo. Observa sus detalles: color, forma, textura. Concentrate, mantén tu mente enfocada en el objeto. Describelo para ti msmo, mira los detalles. Este simple acto puede ayudarte a centrarte en el presente.

“Tu cuerpo vive en el presente, ¿y tu mente?”

 



Qué es el Mindfulness y cómo se usa (1/3)

 


El otro dia estaba viendo una serie en Netflix, Mindfulness para asesinos. Comedia negra, muy divertida y me hizo pensar y  buscar un poco de la práctica en sí.

El Mindfulness, conocido también como atención plena, es una práctica psicológica basada en la meditación budista, pero adaptada a un contexto secular. Este concepto fue introducido en Occidente por Jon Kabat-Zinn, quien desarrolló el programa de Reducción del Estrés Basada en Mindfulness (MBSR). Aunque sus raíces son budistas, se enseña desprovisto de elementos religiosos, centrándose en la conciencia plena del momento presente.

El Mindfulness consiste en prestar atención intencionalmente al momento presente, sin juzgar pensamientos, emociones o sensaciones corporales. Su objetivo es cultivar una conciencia clara y desapasionada de lo que ocurre en el aquí y ahora, reduciendo la tendencia a la repetir los malos pensamientos, y al estrés. Ocuparnos en el ahora, dejando de lado la preocupación a los diferentes futuros.

“Si no cumples con el momento presente, te olvidas de tu cita con la vida. ¡Eso es muy serio!”  Thich Nhat Hanh


Aplicaciones del Mindfulness

La práctica del Mindfulness se utiliza en psicoterapia, educación, y entornos laborales debido a sus beneficios comprobados. Algunos ejemplos incluyen:

Reducción de la ansiedad y depresión.
Control del dolor crónico.
Mejora de la memoria y la concentración.
Aumento de la resiliencia y regulación emocional.

(Claramente me hubiera venido muy bien saber un poco mas de esto, muchas veces).

“Tu visión sólo se hará evidente cuando mires en tu corazón. Quien mira hacia afuera, sueña. Quien mira hacia adentro, despierta.” Carl Jung

El objetivo de la Atención Plena es ayudar a las personas a hacer lo siguiente:

Reconocer, ralentizar o incluso detener las reacciones y pensamientos negativos habituales
Ver las situaciones con mayor claridad
Responder con mayor eficacia a las situaciones
Mejorar la creatividad
Sentirse más equilibrados en el trabajo y en casa

 

La eficacia del Mindfulness está respaldada por investigaciones científicas que demuestran cambios positivos en la estructura cerebral, como el incremento de la materia gris en áreas relacionadas con la regulación emocional.

“La vida no es lo que te ocurre, sino cómo respondes a ello.”


martes, 22 de octubre de 2024

Komorebi (木漏れ日)

 


Komorebi (木漏れ日) es una hermosa palabra japonesa que se refiere a la luz del sol que se filtra a través de las hojas de los árboles. Captura esa sensación mágica y serena que a menudo se experimenta al estar en un bosque o bajo la sombra de los árboles. Es algo que en particular a mi me encanta y me da paz, acaso me encanta porque me dá paz.


Fui caminando al parque al atardecer. Era tarde para leer, pero aún había tiempo para respirar y escapar del eterno encierro del home office. El sol comenzaba a ocultarse, danzando en un juego de sombras y destellos entre los árboles. Me senté en un cálido banco de madera, sintiendo cómo la brisa suave anticipaba la noche, mientras los ecos de risas de los juegos infantiles flotaban en el aire como notas de una melodía que ya no resonaba en mi pecho.

Recordé aquel atardecer, años atrás, sentado en el antepecho de la ventana de la librería frente al colegio, en la esquina de la plaza. Allí nos encontrábamos mientras los compañeros rendían las últimas materias, cuando de pronto no quedaban más días en la semana y supimos que era el último día de colegio. Esos días se iban para siempre, llevándose consigo la risa despreocupada de la niñez. Las flores perfumadas del inicio del verano, como alegoría del fin de la primavera, impregnaban el aire con aroma a jazmines, así como nuestros días por venir estaban impregnados de promesas; y el futuro brillaba ante nosotros como el propio sol que se dejaba ver entre las copas de los árboles, iluminado por la esperanza de la juventud. Pero hoy, esa luz se filtraba con una claridad diferente: era un susurro de nostalgia que me invitaba a reflexionar.

A medida que el sol descendía y su luz se desvanecía, las risas se apagaban entre mis recuerdos. Miré hacia el horizonte donde el cielo se vestía de tonos anaranjados y violáceos, y comprendí que estaba dejando atrás un capítulo dorado. Recordé ese día, cómo sentí que la infancia se desdibujaba cual último rayo de sol, y en su lugar surgía la sombra del adulto que debía ser, con responsabilidades y caminos por recorrer.

Y allí, en esa transición, sentí que el atardecer no era solo el final del día, sino el preludio del ocaso de la vida. Así, recuerdo que salté al piso desde el antepecho de esa ventana y saludé a mis compañeros, a la mayoría de los cuales nunca más volvería a ver. Treinta años, treinta y cuatro acaso, desde que caminé de regreso a mi casa y, con la tristeza del conocimiento, supe que nada volvería a ser igual.

Hoy veo caer los últimos rayos del sol entre las hojas, contemplando la belleza de la magia efímera de la luz y lo perdurable del recuerdo.


jueves, 12 de septiembre de 2024

La piedra que traba la puerta

 


En la noche sin luna, tras un llamado mortal,

La anciana se fue, dejando un legado oscuro,

Una piedra en la cocina, secreto ancestral,

Atrae a la joven hacia un destino fatal.


El viento aullaba con furia a través de las desvencijadas ventanas de un departamento de un barrio bajo en las afueras de Londres. Elena terminaba de tomar un baño después de llegar de su aburrida oficina. El mensaje de whatsapp sonó con un tono agudo y breve: Su abuela. Un mensaje con una sola palabra: Ven.

Elena descendió del autobús con una maleta en la mano y el corazón pesado. La estación de Blackmoor, apenas más que un mojón en la ruta, se alzaba solitaria bajo el cielo plomizo. El conductor cerró las puertas con un siseo y el vehículo se alejó, dejándola sola en la penumbra del atardecer.

El pueblo se extendía ante ella como una mancha gris e indefinida. Casas victorianas, antaño elegantes, ahora se inclinaban unas sobre otras como ancianos cansados. Las calles empedradas y húmedas por la persistente llovizna, reflejaban la escasa luz de farolas oxidadas.

No deseaba ir a verla. Había intentado llamar de inmediato a su abuela, pero no respondió ni audios, ni llamados, ni mensajes. En cierta forma lo esperaba: después de la muerte de sus padres el año pasado había intentado acercarse a ella y la había visitado algunas veces, pero su carácter hostil y taciturno pronto había frustrado sus esfuerzos y su interés. Más de una vez al visitarla se había sorprendido pensando “vieja loca” sobre algunos de los comentarios de la anciana. Pero esperaba que estuviera bien, aunque las circunstancias no ayudaban a darle tranquilidad: después del llamado escueto que había recibido los mensajes posteriores habían quedado sin respuesta, sin ser leídos. Peor que eso, sus mensajes no habían llegado al teléfono de la abuela como si estuviera apagado o sin señal.

Elena ajustó el cuello de su abrigo y comenzó a caminar, sus pasos resonando en el silencio plomizo del pueblo. A medida que avanzaba notó que las pocas personas en la calle evitaban su mirada. Un anciano que barría la acera frente a una tienda de antigüedades detuvo su tarea al verla, sus ojos siguiéndola con una mezcla de curiosidad y recelo.

El aire mismo parecía cargado de secretos, denso con el peso de historias no contadas. Elena sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío. Recordó las pocas veces que había visitado a su abuela en los últimos años, de cómo siempre había sentido una urgencia inexplicable por marcharse lo antes posible.

A medida que se acercaba a la colina donde se alzaba la casa de su abuela, las casas se espaciaban más, dando paso a jardines ahora más descuidados y cercas rotas. El viento parecía susurrar palabras en un idioma olvidado entre los árboles desnudos.

Finalmente, la casa de su abuela apareció ante ella. La estructura victoriana se recortaba contra el cielo cada vez más oscuro. Elena se detuvo un momento al pie de la colina, una sensación de aprensión creciendo en su pecho al ver que no había luz entre las ventanas entreabiertas. Con un suspiro, Elena comenzó a subir el sendero que llevaba a la entrada. Al llegar a la puerta, sacó la llave de su bolsillo. El metal estaba frío al tacto.

Elena insertó la llave en la cerradura siempre oxidada y, tras un chasquido, la llave giró. La puerta se abrió con un chirrido ominoso, como si la casa misma protestara por la intrusión.

El interior de la casa estaba sumido en una penumbra opresiva, que desapareció apenas pulsó el interruptor. La luz de tubos fluorescentes se extendió con una claridad perfecta y fría por la gran cocina antigua, en la que destacaba una pesada mesa de roble marcada por los años, y el pequeño televisor led en el que la anciana veía las noticias. Elena llamó a gritos a su abuela, sin respuesta, y comenzó la tarea de revisar las habitaciones de la casa, sin embargo, a medida que abría puertas un patrón inquietante emergió: todos los cuartos estaban vacíos. Difícil que, con ese clima y a esa hora, su abuela hubiera salido. Tomó su celular y habló con dos vecinos cercanos, aunque la casa estaba bastante alejada, pero pronto le confirmaron que no se encontraba con ellos. Al tiempo que los llamaba, miró a su alrededor con más cuidado y vio que faltaban los cuadros y las fotos sobre los muebles, como si alguien hubiera borrado meticulosamente toda evidencia de la vida de la anciana.

Frustrada y desconcertada, Elena se sentó en el suelo de la espaciosa cocina —algo que hacía desde niña cuando estaba alterada—, apoyando la espalda contra una puerta baja de la que nunca se había preocupado antes. La puerta de la leñera. Fue entonces cuando sintió algo duro presionando contra su columna. Al girarse, vio una piedra peculiar trabando la puerta sin picaporte.

Con curiosidad, Elena tomó la piedra en sus manos. La piedra, de un peso desconcertante, irradiaba un calor que desafiaba toda lógica. Su superficie pulida estaba cubierta de relieves extraños como glifos que parecían cambiar y retorcerse ante sus ojos. Con asombro y golpeándola con un anillo se percató que la piedra era en realidad de metal y comprendió que sostenía un aerolito, un fragmento de estrellas.

Elena se agachó a la altura de la puerta y con la piedra en su mano la abrió. Un hedor a humedad ascendió de unos viejos troncos, haciéndola retroceder. Moho, putrefacción. Esos troncos tenían muchos años humedeciéndose allí al costado, cubiertos por telarañas, pegados a una pared con humedad pintada de oscuro, más oscura porque obviamente no había luz en la pequeña habitación. Encendió la linterna de su celular y regresó a revisar. 

No había nada entre los troncos, mas allá de algunos insectos. Recordaba cuando de niña venía a ver a su abuela y jugaba con bichos de la humedad en el jardín. Eso la hizo recordar también como una vez en la cocina había descubierto esa pequeña puerta y había intentado abrirla. Su abuela la había reprendido y se había ido a jugar afuera, con los insectos… y así se completó el recuerdo.

Le llamó la atención que, así como la leña estaba sobre una pared descascarada, la pared del fondo de la pequeña leñera no tenía ninguna mancha de humedad, al contrario, estaba en perfecto estado. Observándola en silencio fue que escuchó un zumbido bajo que parecía resonar en sus huesos. Bajo la vista y al iluminar con cuidado descubrió una parte del piso que parecía diferente. Con el tacto encontró una rendija mínima, siguiéndola encontró una traba. Levantó la traba y así pudo levantar una disimulada escotilla en el suelo, de la que descendía una escalera estrecha. El corazón de Elena latía con fuerza en su pecho, mientras un sudor frío empapaba su frente. Cada fibra de su ser gritaba que huyera, que cerrara esa puerta y nunca volviera. Sin embargo, una curiosidad morbosa, casi sobrenatural, la empujaba hacia las profundidades de aquel abismo. Elena no dudó: Miró la carga del celular —suficiente 72%— y con la luz de la linterna del smarphone encendida en una mano y el aerolito como pesada arma en la otra, se adentró en la oscuridad.

Lo que encontró en ese sótano oculto desafió toda su comprensión. Antiguos tomos encuadernados en piel fina y suave cubrían las paredes. En el centro de la habitación, una mesa grande sostenía entre otras cosas una piedra negra —como la que tenía ahora en su mano—, manchada con sustancias que Elena prefirió no identificar. Y también sobre la mesa, un tomo enorme —la palabra grimorio pasó rauda por su mente— se revelaba abierto mostrando ilustraciones de entidades, de tamaño inconcebible, que parecían devorar galaxias enteras con fauces que eran a la vez vacíos y plenitudes. Y en los márgenes, símbolos y ecuaciones pulsaban con un conocimiento tan vasto y ajeno que amenazaba con desgarrar la fina tela de la realidad que Elena había conocido toda su vida.

La piedra de la mesa brilló de pronto, una luz oscura que se extendió como una llama de claridad negra en la habitación y que reverberó en la superficie bruñida de la piedra que tenía en su mano, iluminándola y llevándola a un nuevo nivel de conciencia. Elena comprendió con horror que su abuela había sido mucho más que una anciana solitaria. Había sido la guardiana de secretos cósmicos, la última línea de defensa contra horrores innombrables que acechaban más allá de las estrellas.

Regresó, con un nuevo conocimiento.

Mientras leía las páginas del grimorio Elena sintió que su mente se expandía dolorosamente, abriéndose a verdades que ningún ser humano debería conocer. Sus ojos recorrían las páginas con avidez enfermiza, incapaces de detenerse a pesar del dolor punzante que se extendía desde sus sienes. Un sabor metálico inundó su boca, su piel se erizó y un sudor frío empapó su espalda, pero Elena apenas lo notó mientras fragmentos de conocimiento cósmico se grababan a fuego en su consciencia, transformándola irrevocablemente. El zumbido en sus oídos se intensificó, y las paredes del sótano parecieron palpitar con vida propia.

Supo que su abuela había desaparecido, y que era venerada por entes que no lograba comprender, y era olvidada por el planeta en que la había albergado y al que una vez más había logrado defender con una victoria para ella misma pírrica.

En ese momento, Elena comprendió que había heredado mucho más que una casa vacía en recuerdos. Había heredado un legado de oscuridad, un deber ancestral de mantener a raya las fuerzas del caos. Y mientras en la pulida superficie del aerolito comenzaban a brillar oscuros símbolos con una luz enfermiza, supo que su vida nunca volvería a ser la misma.

Elena, con manos temblorosas, cerró el grimorio. El peso del conocimiento recién adquirido amenazaba con aplastar su cordura. Mientras subía las escaleras, cada paso la alejaba más de la inocente joven que había llegado a la antigua mansión. El aerolito en su mano palpitaba al ritmo de un corazón alien, un recordatorio constante de que ahora era parte de algo mucho más grande y terrible que ella misma. En las sombras de la casa creyó escuchar el eco de la risa cascada de su abuela dándole la bienvenida a una herencia de pesadilla eterna.

Porque en Blackmoor, los secretos nunca mueren. Solo esperan, pacientes, a que una nueva guardiana tome su lugar en la eterna vigilia contra lo innombrable.



Basado en esta nota: https://www.diariouno.com.ar/sociedad/el-descubrimiento-una-piedra-millonaria-que-era-utilizada-trabar-una-puerta-n1349671