sábado, 31 de mayo de 2025

El alma del Averno

 


La noche se extendía cristalina sobre la Estación Marambio, con un cielo que jamás se vería en el continente. Sobre la isla donde se encontraba la base, en el Mar de Weddell, las estrellas brillaban con una intensidad que parecía casi sobrenatural, mientras la luna hacía rielar las aguas oscuras del océano antártico. Era una de esas noches de verano austral donde el hielo marino había retrocedido lo suficiente como para permitir que el pequeño puerto de la base permaneciera libre de témpanos.

Juan Salvo se encontraba revisando los datos del día sobre los pinguinos, su actividad habitual y una de las razones por las que estaba en la base como biologo. Aunque era biólogo marino, le encantaban los pinguinos y desde chico deseaba ir a la antartida a estudiarlos. Paro ahora su colega de turno le gritó desde la ventana de la base:

—¡Juan! Vení a ver esto. Hay algo extraño en el mar.

Se acercó al cristal con unos prismaticos y lo que vio lo dejó sin aliento. A menos de un kilómetro del puerto, una sombra enorme oscurecía la superficie. No era un iceberg, o un derrame de aceite que fue lo primero que pensó; la forma era demasiado irregular, demasiado orgánica. Parecía pulsar levemente bajo la luz de la luna.

—¿Qué carajo es eso? —murmuró.

En ese momento entró Lorena, la teniente guardiamarina. Una de las pocas mujeres en la base austral, joven , decidida y con un futuro prometedor en las fuerzas armadas. Juan siempre se había sentido atraído hacia ella, pero nunca había encontrado el momento o el valor para decírselo. Lorena se sabía atractiva y llevaba su rango con una confianza que él admiraba en silencio.

—Los sensores detectaron una masa grande hace media hora —dijo, acercándose a la ventana—. ¿Alguna idea de qué puede ser?

Juan tomó nuevamente los prismáticos y estudió la forma en la distancia. Su corazón comenzó a acelerarse, y no por la presencia de Lorena, sino por lo que creía estar viendo.

—Tengo que acercarme —dijo—. Esto podría ser... increíble.

—¿Acercarte? ¿En plena noche? ¿Estás loco?

—Lore, si es lo que creo estamos ante un gran suceso científico. 

—Esperá Juan, nadie debería subir solo a un bote en la noche antártica. Te acompaño.

Él la miró con una mezcla de curiosidad y felicidad ante su preocupación. Después de un momento, asintió.

—Dale. Pero llevemos todo el equipo de seguridad, linternas, unas cuerdas y un traje de buzo.

—De ninguna manera voy a dejar que lleves un traje de buzo. Vamos. Le aviso al jefe de la base.

Veinte minutos después navegaban en el bote neumático, con chalecos salvavidas árticos, un reflector potente y el equipo de comunicaciones. Juan remaba con cuidado, sin encender el motor para no perturbar lo que fuera que estuvieran a punto de encontrar.

Conforme se acercaban, la verdadera magnitud de la criatura se hizo evidente. Una masa rojiza cubría una extensión considerable del mar, flotando prácticamente al nivel de la superficie. Tentáculos o brazos se extendían en todas direcciones como algo salido directamente del infierno, serpenteando en la corriente con una gracia espectral que parecía sacada de una pesadilla lovecraftiana.

Pero Juan, lejos de asustarse, gritó con júbilo:

—¡Si! ¡Es, lo que pensaba! ¡Lore, esto es un momento extraordinario! Es una Stygiomedusa gigantea... ¡una medusa fantasma gigante!

—¿Una qué?

—¡Es un descubrimiento increíble! —Juan no podía contener su emoción mientras seguía remando hacia la criatura—. Solo se han registrado poco más de cien avistamientos de esta especie desde 1899. Es prácticamente imposible encontrarlas, incluso con vehículos submarinos que exploran las mayores profundidades. Esta debe medir más de diez metros de longitud, quizás incluso más.

Lorena observaba la masa rojiza con una mezcla de fascinación y aprensión.

—¿Es peligrosa?

—No tiene tentáculos venenosos como otras medusas —explicó Juan, sacando su cámara submarina y comenzando a documentar el encuentro—. Esos brazos que ves son más como cintas, los usa para capturar presas. Meterse al agua sería mortal, pero por el frío, no por veneno. Es inofensiva.

Mientras hablaba, una historia que había escuchado años atrás en una conferencia de biología marina volvió a su mente. Un viejo investigador había mencionado una leyenda que circulaba entre algunos biólogos marinos: decían que en las profundidades existía un ser infernal al que incluso los calamares gigantes temían encontrarse. Un ser sin alma, rojo como la sangre pero sin sangre, con un cuerpo que flotaba como un fantasma. Los viejos pescadores agregaban un detalle curioso: hablaban de un pequeño pez blanco que nadaba alrededor de la criatura, a veces incluso entre sus propios tentáculos, como si fuera parte de la medusa misma. Según la leyenda, ese pez era el alma perdida de la criatura, y mientras estuviera cerca no había peligro, porque aún seguía siendo un ser de este mundo.

Juan había disfrutado como todos de esa historia en su momento. Ahora, contemplando la masa rojiza que se extendía ante ellos, no le parecía tan disparatada.

Encendió los reflectores y comenzó a filmar y fotografiar meticulosamente, mientras, para llenar el tiempo y dar conversación, le contaba la leyenda sobre el pez blanco a Lorena, que sonreía divertida. La iluminó con una linterna de mano: La medusa era aún más impresionante bajo la luz artificial, su campana translúcida, de más de un metro de diámetro, pulsaba suavemente, y sus cuatro brazos ondulaban como banderas espectrales en una brisa que no existía.

Fue entonces cuando la criatura comenzó a moverse.

Al principio fue apenas perceptible, un cambio sutil en la posición de los brazos. Pero luego, con una deliberación que heló la sangre de ambos jóvenes, la medusa gigante comenzó a desplazarse directamente, lentamente, hacia su pequeño bote.

El cambio en en ambos fue inmediato. La noche, que momentos antes había sido cristalina y hermosa, ahora se sentía opresiva. El frío antártico pareció intensificarse, calándoles hasta los huesos. La distancia hasta las luces acogedoras de la base, que hacía unos minutos parecía insignificante, ahora se antojaba inmensa e inalcanzable.

—Juan... —la voz de Lorena había perdido toda su confianza habitual.

La medusa los superaba por cuatro veces el tamaño de su bote. Sus brazos se extendían como tentáculos del mismísimo averno, y su campana rojiza brillaba con un resplandor siniestro bajo los reflectores. El agua alrededor de la criatura parecía más oscura, como si absorbiera la luz.

Juan intentó encender el motor. Tiró una vez, dos veces. Nada.

—¡Mierda! ¡No arranca!

—¿Qué hacemos? —Lorena había tomado el arpón de emergencia del bote, aunque ambos sabían que sería inútil contra algo de ese tamaño. Se suponía inofensivo. Pero no era lo que sentían en ese momento. El mar se tornaba fosforecente en su presencia, se movia de forma ominosa hacia ellos, y se veía inmenso en la soledad de la noche.

—La linterna LED, esa potente que trajimos —dijo Juan, tratando de mantener la voz firme—. Es un ser de los abismos, una luz tan intensa debería ahuyentarlo.

Lorena encendió el foco LED y lo dirigió directamente hacia la medusa. La luz era cegadora, casi azulada, convirtiendo la noche en un espectáculo surrealista de sombras danzantes y reflejos rojizos.

Juan comenzó a golpear el agua con el remo, creando ondas que se alejaban del bote en círculos concéntricos. No recordaba si las medusas escuchaban algún sonido. ¡Buen biólogo marino estaba hecho!

Bajo la intensa luz del LED, justo al lado de la masa rojiza que continuaba acercándose, algo brilló. Un destello plateado, pequeño pero inconfundible: un pez blanco que relucía cerca de la superficie, acercándose a la medusa.

Juan y Lorena observaron, hipnotizados, cómo el pequeño pez nadaba directamente hacia los brazos de la criatura gigante y desaparecía entre ellos.

La medusa se detuvo bruscamente.

Con un movimiento que contrastaba dramáticamente con su lentitud espectral anterior, la criatura agitó sus tentáculos con fuerza, el agua a su alrededor se convirtió en espuma. Luego, súbitamente comenzó a hundirse, alejándose hacia las profundidades de donde había emergido.

El silencio que siguió fue absoluto, roto solo por el sonido de las olas lamiendo el casco del bote.

—Parece que recuperó su alma —dijo Lorena, con la voz apenas audible.

Juan, que había estado conteniendo la respiración sin darse cuenta, exhaló profundamente.

—A mí me volvió el alma al cuerpo cuando se alejó.

Mientras revisaba las fotografías y videos que había logrado capturar antes del momento de terror, Juan no podía evitar sonreír. El material era extraordinario, científicamente invaluable. Sería una publicación que marcaría su carrera.

Tomó los remos y comenzó a dirigirse de vuelta hacia el muelle. Lorena lo observaba con una expresión diferente, una nueva admiración. Había mantenido la calma y la presencia de ánimo en un momento que parecía de peligro, y eso le revelaba un aspecto de él que no había visto antes.

El faro del muelle los recibía con su luz que alternaba entre blanco y rojo, como un ojo que guiñaba en la oscuridad. Las luces de la base brillaban cálidas a la distancia.

Juan miró a Lorena y notó esa nueva cercanía en sus ojos. El muelle estaba cerca. Quizás, pensó, esta noche terminaría aún mejor que una simple navegación bajo las estrellas antárticas.

Mientras, bajo el bote, oculta por la sombra del casco y protegida por la negrura de la noche, una masa de tentáculos rojizos se deslizaba silenciosamente, siguiéndolos, aproximándose con lentitud inexorable.


(Gracias Ana por la sugerencia y  por hablarme de la medusa)

Basado en :

https://www.infobae.com/america/ciencia-america/2025/05/29/el-enigma-de-la-medusa-fantasma-como-es-la-criatura-que-vive-en-las-profundidades-antarticas/

https://www.mbari.org/animal/giant-phantom-jelly/#:~:text=La%20campana%20de%20esta%20criatura,(33%20pies)%20de%20longitud.

lunes, 5 de mayo de 2025

Cambio de rostro

 


La Ciudad de Buenos Aires hervía con su caos habitual: bocinazos, empujones, trajes grises, caras largas, y la prisa como idioma compartido. Nadie se detenía a mirar nada. O casi nadie.

Él estaba ahí. De pie en la vereda de Avenida Corrientes, entre un local de empanadas veganas y una joyería con carteles de venta de oro. Cabello negro perfectamente peinado, hombros anchos bajo un traje que parecía hecho a medida, sonrisa que no necesitaba invitación. Su vestimenta, elegante pero casual, su porte decía: "confianza" con voz segura. Tenía a sus pies una valija grande —demasiado grande para maletín de trabajo— y un neceser de cuero negro en la mano. Muy masculino.

Una mujer de unos cincuenta años pasó apurada. Él le sonrió y le ofreció hacer una breve encuesta. Ella ni se molestó en mirarlo.

Pero a unos metros, Jime sí.

Veintidos años, cabello castaño descuidado, rostro común sin gracia particular, jeans demasiado grandes y zapatillas con más kilómetros que marca. Detuvo la marcha. Él ya la había notado. Cambió el tono:

—¿Tenés un minuto? —preguntó con una sonrisa radiante.

Jime asintió. Jime siempre decía que sí.

—¿Estás conforme con tu rostro?

Ella dudó un instante, tocándose la mejilla con inseguridad.

—Creo que no... podría ser mejor, ¿no?

—¿Y con tu figura?

—Definitivamente no —rió nerviosa, tironeando la tela de su remera suelta como queriendo esconderse—. Yo no me veo como las chicas de Instagram. Nada que ver.

—¿Te molestan tu voz o tu cabello?

—Son... normales. Aburridos.

—Bien. Ahora, describite con un número del uno al diez.

Jime pensó. Se sintió observada. Se notó, por primera vez, juzgada por él. No quería parecer arrogante… pero tampoco patética.

—¿Seis?.

Él frunció apenas el ceño. Su belleza se ensombreció.

—¿Por qué esa calificación?

Jime no supo qué decir. Un frío le recorrió la espalda. Él la miraba como si acabara de fallar una prueba que no sabía que estaba rindiendo.

Entonces se inclinó hacia ella, envuelto en su perfume a maderas y especias.

—Si pudieras cambiar tu rostro por otro, pero… al azar… y a cambio recibir un millón de dólares. ¿Lo harías?

Ella retrocedió un paso. Soltó una risa incómoda.

—No sé... mi mamá dice que la belleza está en el interior.

Él se encogió de hombros y volvió a mirar al frente. La ignoró. La encuesta había terminado. 

Jime caminó media cuadra. Pero algo ardía en su nuca. Dio vueltas al asunto. "Con un millón me hago mil cirugías ¿no?. Si sale mal, lo arreglo. ¿Qué tan mal podría salir?"

Volvió. El hombre no se había movido.

—¿La oferta sigue en pie?

Él la observó con una calma casi clínica.

—Segundas oportunidades no se dan en mi empresa. Aunque… —dejó el silencio hablar—. Podría ofrecerte una prueba. Sólo el cabello, random. Te doy mil dólares.

Jime dudó menos de cinco segundos.

—Dale.

Él abrió la valija. Sacó una máquina metálica, como una afeitadora futurista con luces verdes. Apuntó a su cabeza. El zumbido fue breve.

Jime se tocó el pelo. Se sentía... diferente.

Él sacó un pequeño espejo del bolsillo de su saco y se lo alcanzó.

Su pelo ahora era rubio, lacio, brillante, con un corte moderno que enmarcaba su rostro.

—Te queda muy lindo —dijo él con un guiño. El espejo devolvía la imagen de sí misma, similar, pero más definida. Más atractiva.

—Y ahora... —prosiguió— te ofrezco un cambio completo: cuerpo, rostro, voz. Como viste, necesitamos probar esta nueva tecnología, los resultados son inmediatos. Y el premio sigue en pie. Un millón. Solo necesito una foto del antes y el después.

Jime ya no dudó.

—Acepto.

Él asintió. Encendió la máquina. Un rayo suave la recorrió. Sintió que su cintura se estrechaba, que las curvas se definían como si años de rutinas y dietas la hubiesen moldeado. Su voz, al decir "¿ya está?", era más profunda y melodiosa. Tenía un leve acento que no era suyo.

Se vio en el espejo.

Tenía unos 35 años. Ojos felinos, piel bronceada, labios carnosos. No era simplemente linda. Era... despampanante.

El hombre la fotografió y envió la imagen desde su celular. Luego cerróel neceser y le entregó la otra  valija: la grande. Repleta de billetes.

—Buena suerte —dijo, y se fue caminando entre la multitud.

Jime quedó sola. Miró su reflejo en una vidriera. Su ropa ya no le quedaba bien. Se veía mayor. Pero hermosa. Nueva. Y rica.

Sonrió. Un un cambio perfecto. Los chicos ahora la mirarían. Podía operarse para verse más joven i quería. O no. ¿Qué importaba?

Se giró para irse.

Dos patrulleros chirriaron las gomas al frenar en la vereda.

—¡Sandra Avila "La Viuda" Felix! ¡Queda detenida por narcotráfico internacional! ¡Manos arriba!

Jime palideció.

—¡No, no! ¡Soy Jimena! ¡Un hombre me cambió, se los juro!

Pero los oficiales no escuchaban, avanzaron. Jime intentó escapar pero la redujeron rápidamente. El retrato del cartel de búsqueda de Interpol coincidía con la foto que le acababa de llegar a la comisaría. El mismo rostro. La figura inconfundible a pesar de la ropa. El tono de voz, tan reconocible por tantas grabaciones con su marido el Chapo Felix. La valija llena de dólares era la prueba final.

Mientras la esposaban, un hombre de traje impecable se alejaba a paso firme por una calle lateral, con una nueva valija aún más grande para sí mismo en la mano, y el neceser de cuero negro medio oculto en el saco.



lunes, 28 de abril de 2025

El Eternauta: ciencia ficción que habla de nosotros.

 


Hay cómics que son aventuras; otros, epopeyas.

Hoy dado la fiebre de la serie de Netflix, el Eternauta vuelve a estar en boca de todos. Va una minima reseña, con algún spoiler que se avisa con tiempo, para poder estar en tema antes de la serie. Que esperemos sea una serie que respete la historieta original, y no sea otro apnfleto político que nadie pidió.

Imaginemos una noche cualquiera en Buenos Aires. Un grupo de amigos juega a las cartas, ajenos a la tempestad que comienza a tejerse sobre sus cabezas. Sin aviso, una nevada mortal cae del cielo: un veneno invisible que mata a todo ser vivo que toca. No hay héroes de capa y espada aquí. Solo hombres y mujeres comunes, unidos por el azar y la necesidad, tratando de entender qué sucede, de proteger a los suyos, de sobrevivir un día más.

La amenaza no es una guerra clásica ni un apocalipsis natural: es una invasión silenciosa, extranjera y desconocida. A medida que avanzan, los protagonistas descubren que detrás del horror se esconde algo aún más aterrador: seres que esclavizan, que anulan voluntades, que utilizan a otros como peones de su conquista. Pero en lugar de rendirse, este puñado de personas se organiza, improvisa, aprende a luchar juntos.

El Eternauta no se trata de un individuo iluminado que salva al mundo. Es la historia de un grupo que resiste. Es la ciencia ficción pensada desde la solidaridad, desde el saber que nadie sobrevive solo cuando el mundo se desmorona.

Más allá de cualquier lectura política que luego otros quisieron imponerle, la esencia del relato es atemporal: el valor colectivo frente al desastre. No importa cuánto cambie la forma del enemigo; lo que permanece es esa chispa —mínima pero invencible— que nace cuando las personas comunes deciden no rendirse.


Una breve mirada histórica

El Eternauta nació en 1957, en las páginas de la revista Hora Cero Semanal. El guión fue obra de Héctor Germán Oesterheld, y el dibujo, de Francisco Solano López. Juntos crearon una historia que combinó lo mejor de la ciencia ficción clásica con una sensibilidad profundamente humana.

Desde su primera publicación, la aventura de Juan Salvo y su grupo de supervivientes capturó la imaginación de miles de lectores. Lejos de limitarse a una simple invasión extraterrestre, El Eternauta propuso un relato donde la resistencia colectiva, el coraje cotidiano y la solidaridad se convierten en las únicas armas contra el desastre.

Con el tiempo, la obra se transformó en un clásico no solo del cómic argentino, sino de toda la narrativa gráfica en español. Por la época y la ideología del autor, se busca llevar esta ideología a la obra. En su momento lso autores dijeron que no era el objetivo, sino contar una historia humana en ciencia fición. Lo demás, es relato.


Les dejo una breve reseña de los personajes, con una advertencia: si no conocen la obra, NO lean los alienígenas (que por eso los separé, caramba!) porque leerlos ya es spoiler:

Humanos

1. Juan Salvo (El Eternauta)

Juan Salvo es el hombre común convertido en héroe por el peso insoportable de la tragedia. Su única brújula es el amor por su familia: todo lo que hace —desde improvisar un traje para sobrevivir hasta enfrentarse al terror desconocido— nace de su necesidad desesperada de proteger a Elena y Martita. No busca gloria ni venganza, solo el milagro de volver a abrazarlas. Su fuerza es esa llama simple y brutal: el amor como resistencia.

2. Elena Salvo

Elena es el refugio silencioso dentro del horror. Mientras el mundo se deshace afuera, ella se aferra a su hija y a su compañero, encarnando la ternura que se niega a morir. Su motivación no es entender el desastre ni combatirlo: es mantener viva la humanidad dentro de su pequeño núcleo familiar. Sabe que, mientras proteja a Martita, algo del mundo que conocieron todavía puede salvarse.

3. Martita Salvo

Martita no entiende la catástrofe, ni necesita hacerlo. Su sola existencia justifica la lucha de los demás. Representa la esperanza pura, el futuro que aún podría ser, la semilla que debe sobrevivir al invierno más cruel. Es la razón profunda y silenciosa detrás de cada paso que da Juan Salvo.

4. Favalli

Favalli es la mente fría en medio del caos. Frente a lo inexplicable, su instinto no es temer ni huir, sino comprender. Cree firmemente que la razón puede domar cualquier monstruo, que entender es resistir. Su motivación es doble: sobrevivir y probar que el conocimiento aún tiene poder en un mundo que parece entregarse al sinsentido.

5. Lucas Herbert

Lucas es la memoria viva de otras luchas, de otros fracasos y victorias. En él no hay ingenuidad, pero sí una determinación serena. Lo mueve la certeza de que, mientras el hombre se mantenga fiel a ciertos valores —la solidaridad, la dignidad, la compasión—, ni siquiera una invasión alienígena podrá quebrarlo del todo.

6. Franco

Franco no soporta quedarse de brazos cruzados. Su corazón late más rápido que su mente, y su motivación es pelear, hacer algo, aunque el enemigo sea invisible o invencible. Para él, la pasividad equivale a la muerte. Prefiere arriesgarlo todo en una acción impulsiva antes que rendirse ante el miedo.


Alienígenas y Criaturas (INSISTO: no los leas si no conoces la obra porque lamentablemente ¡nombrarlos ya es spoiler!)

1. Manos

Los Manos son esclavos tristes de un poder que ni siquiera comprenden del todo. Su motivación es sobrevivir bajo las órdenes de sus amos, aunque eso implique traicionar su propia voluntad. Son víctimas tanto como verdugos, atrapados en un sistema que los condena a ser instrumentos de opresión.

2. Hombres-Robot

Los Hombres-Robot fueron humanos alguna vez, convertidos en peones ciegos mediante control mental. Perdieron su identidad, su memoria, su capacidad de decidir. Su única motivación es obedecer mecánicamente las órdenes que les implantaron. Representan la pesadilla máxima: la anulación total de la conciencia bajo un poder exterior.

3. Gurbos

Los Gurbos no conocen deseo ni miedo. Son bestias programadas para destruir, movidas por impulsos que no les pertenecen. Su existencia es brutal y breve: romper, aplastar, devastar. No hay maldad en ellos, solo obediencia ciega al mandato de arrasar todo a su paso.

Ellos 

Ellos gobiernan desde las sombras, sin ensuciarse las manos: son los verdaderos invasores. Su motivación es conquistar, someter, expandirse como una plaga silenciosa. No sienten odio ni placer: para ellos, todo lo que existe es un recurso que debe ser administrado, un territorio que debe ser dominado. Son la encarnación del control absoluto, indiferente al dolor o a la belleza de quienes aplastan.


jueves, 24 de abril de 2025

Siete formas de decir Te Amo (parte 2)

 


Viene desde el post anterior, aquí Siete formas de decir Te Amo (parte 1)


También en el programa de radio el psicólogo agregó dos tipos mas de 'lenguajes del amor' que no se encontraban en el libro. Traté de compararlos para ver cómo encajan estos dentro del modelo de los cinco lenguajes del amor, y si podríamos pensar en ellos como nuevos lenguajes, variaciones o complementos.


6. Exposición (redes, chistes, compartir públicamente)

¿Qué significa?

Implica que la persona te incluye y te muestra como parte importante de su mundo social o digital. Puede ser subir una foto juntos, etiquetarte en una historia, compartir fotos juntos, chiste, memes, o hasta presentarte en su círculo de amistades o familia.

Podría ser: Un derivado de Palabras de afirmación, si lo que se comunica es "Estoy orgulloso/a de estar con vos".

También se puede relacionar con Tiempo de calidad, si esos chistes compartidos o interacciones online refuerzan la conexión.

Incluso, para alguien que valora mucho ser reconocido, esto puede tener el mismo peso que un acto simbólico de amor. Vamos por esta elección, pero sin dejar de lado las otras dos.

¿Es un nuevo tipo de lenguaje?

Podría considerarse una especie de "afirmación pública del vínculo", una mezcla entre validación emocional y compromiso social. Tiene una dimensión moderna muy fuerte (Instagram, WhatsApp, memes), por eso quizás no estaba tan presente en 1992 cuando Chapman escribió el libro.


7. Sacrificio no pedido (consideración silenciosa)

¿Qué significa?

Es cuando alguien modifica su conducta por amor, sin que el otro lo pida ni siquiera se entere. Como cocinar sin cebolla si a tu hija no le gusta, no fumar delante de tu novio cuando tu novio es no fumador, apagar el celular antes de una charla importante, no poner música fuerte cuando al otro le molesta, basicamente ceder algo por el bienestar del otro. Pero sin decirlo. Aunque a veces nos damos cuenta.

Podría ser: Una forma muy profunda de Actos de servicio, pero con un componente más emocional: "te quiero tanto que hago esto en silencio por vos".

También tiene algo de amor maduro y empático, que va más allá de los gestos visibles.

Hay quienes podrían ver esto como una señal de respeto profundo o consideración afectiva. 

¿Es un nuevo lenguaje?

Podría pensarse como una subcategoría especial, algo así como "Actos de sacrificio silenciosos". No busca reconocimiento, solo bienestar del otro. Para ciertas personas puede ser su principal forma de amar, especialmente si no son expresivas verbal o físicamente. Casi lo contrario del anterior: uno se muestra muy públicamente, este es callado hasta para quien lo recibe.


Si quisiéramos adaptar el modelo al mundo actual, podríamos plantear:

6. Validación social (como forma de exposición amorosa)

"Te integro a mi mundo y lo muestro sin vergüenza ni filtros."

7. Cuidado invisible (sacrificio no pedido)

"Amo tanto que cuido tus detalles, incluso si no lo sabés."


Así que bueno, voy a tratar de integrar estos tipos de amor, y armar con ellos un nuevo test de 7 tipos de amor, para que podamos saber cual es el que más nos conmueve, cual es el que más nos moviliza. 


Test de los 7 Lenguajes del Amor 

Instrucciones: Elegí una sola opción (A o B) en cada ítem: la que más se parezca a cómo sentís amor o te hace sentir querido/a.


Ítem 1

A) Me siento querido cuando me abrazan o me toman de la mano.

B) Me hace feliz cuando alguien sube una foto conmigo o me incluye en sus redes.


Ítem 2

A) Me emociona que alguien me diga que me quiere o me elogie.

B) Me gusta cuando alguien se toma el tiempo para estar conmigo sin interrupciones.


Ítem 3

A) Me encanta que me regalen cosas que muestran que pensaron en mí.

B) Me siento amado cuando hacen cosas por mí, como ayudarme o acompañarme.


Ítem 4

A) Me da ternura que alguien evite hacer cosas que sabe que no me gustan, aunque no se lo haya pedido.

B) Me encanta cuando comparten chistes o memes pensando en mí.


Ítem 5

A) Me siento muy bien cuando paso tiempo de calidad con alguien, sin distracciones.

B) Me encanta recibir regalos significativos, aunque sean pequeños.


Ítem 6

A) Me emociona cuando alguien me ayuda sin que yo lo pida.

B) Me hace feliz cuando me abrazan o me besan sin motivo.


Ítem 7

A) Me llena de amor cuando alguien me escribe algo bonito o me elogia.

B) Me gusta cuando alguien hace algo por mí, y me ayuda.


Ítem 8

A) Me encanta cuando alguien sube una foto nuestra o habla de mí con orgullo.

B) Me gusta que me digan que soy importante o que están orgullosos de mí.


Ítem 9

A) Me emociona cuando me abrazan fuerte o me acarician al pasar.

B) Me encanta compartir una tarde charlando o viendo una peli juntos.


Ítem 10

A) Me doy cuenta del amor cuando alguien deja de hacer algo que le gusta solo por mí, aunque nunca lo diga.

B) Me encanta recibir un regalito inesperado, como un chocolate o un libro.



Interpretación del tipo o tipos del lenguaje del amor (recuerda que pueden ser dos):

Palabras de afirmación: ítems 2A, 7A, 8B

Contacto físico: ítems 1A, 6B, 9A

Actos de servicio: ítems 3B, 6A, 7B (1)

Recibir regalos: ítems 3A, 5B, 10B

Tiempo de calidad: ítems 2B, 5A, 9B

Exposición pública: ítems 1B, 4B, 8A

Sacrificio no pedido: ítems 4A, 7B (2), 10A

Sumá tus respuestas según estas categorías para saber cuál es tu lenguaje del amor dominante. Una repetida, sima en las dos categorías


Espero que les haya sido un tema tan interesante como me resultó a mí.




Siete formas de decir Te Amo (parte 1)

 


Estaba escuchando hoy a la mañana por la radio Rock & Pop, que el psicólogo Daniel Cartañá hablaba de los diferentes lenguajes del amor. Me pareció interesante que decía que había cinco formas —o tipos — de expresar amor, y que habían sido escritos en el libro de un psicologo norteamericano. No llegué a escuchar el nombre o tal vez no lo dijo, pero escuchando la explicación pude reunir suficiente información como para investigar que se trataba del libro "Los cinco lenguajes del amor" (The Five Love Languages) del psicólogo y consejero matrimonial Gary Chapman, un libro muy popular publicado por primera vez en 1992.

El tema me interesó, así que me puse a investigar sobre esto y junto con lo que se comentaba en el programa puedo resumir que los tipos de amor son:

Palabras de afirmación (Verbal): elogios, declaraciones de amor, palabras que reconfortan o motivan.

Contacto físico (Físico): caricias, besos, abrazos, tomarse de la mano.

Recibir regalos (Material): detalles físicos que simbolizan amor y aprecio.

Actos de servicio (Asistencia): ayudar al otro, hacer cosas que le faciliten la vida.

Tiempo de calidad (Tiempo): compartir momentos significativos juntos, sin distracciones.

Chapman plantea que cada persona tiene uno o dos de estos lenguajes del amor predominantes, y entenderlos ayuda a mejorar la comunicación emocional en las relaciones. Por lo tanto, para triunfar en una relacion es necesario conocer y hablar el lenguaje de tu pareja, esto fortalece la relación: podés amar profundamente a alguien, pero si no hablás su lenguaje, quizás no lo note.

Me pareció una idea muy interesante, así que les comento en profundidad cada lenguaje del amor según Gary Chapman:

1. Palabras de afirmación

Este lenguaje se basa en expresar amor mediante elogios, agradecimientos, palabras de cariño y apoyo verbal. Las personas que hablan este lenguaje se sienten amadas cuando reciben frases como:

“Qué bien te queda esa camisa”,

“Te admiro por cómo manejaste esa situación”,

“Te amo y estoy orgulloso/a de vos”.

Las personas que tiene este tipo de lenguaje de amor predominante, también valoran mucho los mensajes escritos, cartas, notas y hasta mensajes de texto afectuosos. Las críticas destructivas o la falta de reconocimiento verbal les afectan profundamente.


2. Contacto físico

Para quienes tienen este lenguaje como principal, el amor se manifiesta a través del cuerpo:

Abrazos, besos, caricias

Tomarse de la mano al caminar

Sentarse cerca, en contacto

O simplemente un apretón de hombro en un momento difícil.

No se trata solo de lo sexual: la cercanía física es emocional. La ausencia de contacto o el rechazo físico puede ser interpretado como desamor.


3. Recibir regalos

No se trata de valor económico, sino del simbolismo detrás del obsequio. Para estas personas, un regalo bien pensado comunica:

“Estuve pensando en vos”,

“Sé lo que te gusta”,

“Te conozco y me importás”.

Pueden ser desde una flor silvestre recogida del parque hasta algo más elaborado. Olvidarse de una fecha especial o dar regalos impersonales puede doler más de lo que parece.


4. Actos de servicio

Aquí, el amor se muestra con acciones que alivian la carga del otro. Ejemplos:

Cocinar para tu pareja

Acompañarla al médico

Arreglarle la computadora

Ayudarle en una mudanza

Estas personas sienten el amor cuando ven que su pareja hace cosas por ellas sin que se lo pidan. En cambio, la pereza, el descuido o no cumplir promesas pueden ser muy dañinos.


5. Tiempo de calidad

Lo que más valoran es la atención plena y la presencia emocional, sin distracciones. Se sienten amadas cuando su pareja dedica tiempo exclusivamente a compartir con ellas:

Una caminata

Una conversación profunda

Un café juntos sin celulares

Ver una película abrazados

Estar físicamente juntos pero emocionalmente ausentes es devastador para ellos.


¿Cómo identificar tu lenguaje del amor?

Gary Chapman propone prestar atención a tres claves:

- ¿Qué te hace sentir más amado/a?

Pensá: ¿te alegrás más cuando te dicen algo lindo, cuando te abrazan, cuando te ayudan, te regalan algo o pasan tiempo con vos?

- ¿Qué hacés vos para demostrar amor?

Muchas veces expresamos amor como nos gustaría recibirlo.

- ¿Qué te duele más cuando falta?

Si te duele mucho que no te escuchen, que no te abracen o que te olviden una fecha importante, ahí puede estar tu lenguaje.


Navegando por internet encontré que tambien se ofrencen test online para ayudar tu tipo a identificar (o el de tu pareja) con más precisión.

¿Y cómo identificar el lenguaje del amor de tu pareja (o tuyo)? Esto puede ayudarte mucho en tu relación y para conocerte:

- Observá cómo expresa amor hacia los demás.

¿Hace regalos, da abrazos, ayuda con cosas?

- Escuchá lo que más reclama.

Si dice: “Nunca me decís cosas lindas” o “No pasamos tiempo juntos”, probablemente esté expresando su necesidad emocional.

- Fijate qué le hace más feliz.

¿Sonríe más con una nota romántica, una tarde compartida o cuando le resolvés un problema?


Conclusiones del libro

Basicamente el libro expresa que el amor no es universal, sino personalizado: lo que hace sentir amado a uno puede no tener efecto en otro. O no tanto.

El amor debe ser una elección consciente: Chapman dice que "el enamoramiento" es efímero (dura 2 años aprox.), y que el amor duradero se construye con esfuerzo y empatía. Ahí coincido mucho.

No es un asunto de personalidad sino de conexión emocional: cualquier persona puede aprender a hablar otro lenguaje del amor si realmente lo desea. 

Continua en Siete formas de decir Te Amo (parte 2)



martes, 8 de abril de 2025

Caída Libre

 


El amor, como una maceta lanzada desde un piso doce, a veces te cae encima sin previo aviso y te deja atontado, con moretones y preguntándote por qué demonios miraste hacia arriba justo en ese momento. Él sólo iba a comprar medialunas. Ella, regaba sus suculentas. Y el destino —o un golpe de viento, o la gravedad, o todos ellos— hicieron lo suyo.

—Cuando abrí los ojos, lo primero que vi fue su cara —iba a decir Matías, cuando le contara su experiencia a su amigo Sebas— O mejor dicho, vi su cara invertida, como si el cielo tuviera ojos verdes, pecas y un leve aroma a menta. —¡Ay, perdón! ¡Perdón! ¡No era mi intención matar a nadie hoy!—, me dijo, con las manos llenas de tierra y una maceta medio aplastada con una planta decapitada a sus pies. Traté de incorporarme, pero me di cuenta de que estaba recostado sobre tierra y sobre mi orgullo, el cual, al igual que mi cuerpo mareado, tenía una rajadura nueva por no poder todavía levantarme. Ella seguro se dio cuenta.

—Yo… —dijo Matías, sentándose ahora con cuidado y llevándose una mano temblorosa al hombro magullado— no estaba buscando hormigas… por si te preguntás por qué andaba con la cara pegada al piso. Estaba buscando medialunas… facturas… ¿algo así como una razón para vivir? No sé. Estoy confundido.

Marcia frunció los labios en una mueca culpable de 19 años, pero sus ojos brillaron con el comentario, con algo más parecido a la risa que al arrepentimiento. 

—Bueno, me alegro de que tu misión panadera haya fracasado solo parcialmente. Si la maceta te hubiese dado en la cabeza, estarías muerto. Por suerte, te dio en el hombro. No sé si agradecérselo a Newton o a la mala puntería de mis plantas.

Matías asintió con solemnidad, apenas, porque todavía le zumbaban los oídos. A sus veinte años, después de tantas mañanas idénticas yendo a la facultad, nunca imaginó que este martes terminaría en el suelo por culpa de una suculenta homicida. Sus compañeros de literatura no le creerían esta historia cuando la contara mañana.

—Entonces... ¿me salvó tu grito que me hizo mirar para arriba?

—Eso, tu notable reacción en menos de 3 segundos, y que tengo plantas con poco peso. Si te hubiese dado la maceta de loza que uso para los helechos, esto era velorio con criollitas.

Él soltó una carcajada, que derivó en una mueca de dolor.

—Ay… no me hagas reír todavía. Me duele hasta el... hombro.

Marcia se agachó para recoger los restos de la maceta, sacudió la tierra de su jean y dijo:

—Bueno… ya que no te maté, lo mínimo que puedo hacer es invitarte yo las facturas. Te las debo.

—¿Invitarme medialunas? —repitió Matías, con una sonrisa que asomaba entre los pelos despeinados y el moretón que empezaba a florecer como una acuarela en su hombro—. No sé… ¿no sería mejor que vayamos juntos a un café y discutamos las condiciones de mi recuperación? Medialunas, café con leche y conversación agradable, con potencial.

No supo por qué lo dijo, pero la sonrisa de ella le desconectaba parcialmente las neuronas de su habitual timidez. O seguía conmocionado.

Marcia lo miró con una ceja arqueada y los brazos cruzados, como si analizara un experimento complicado.

—¿Café con potencial? Hmm... interesante. Pero dejame aclarar algo: yo invito. Por protocolo. Porque es técnicamente una cita de emergencia médica.

—¿Y si quiero pagar yo?

—Entonces veremos, si hay otro café la cuenta será tuya. Si sobrevivís ahora a las medialunas.

Él sonrió con más entusiasmo que equilibrio, y mientras ella lo ayudaba a levantarse de la vereda, pensó que jamás una planta asesina había tenido un final tan prometedor.

La tarde se filtraba entre los edificios como una acuarela de ocres y naranjas. El bullicio de Avenida Rivadavia se extendía a su alrededor mientras caminaban, él rengueando con un dejo teatral, como si hubiera sobrevivido a una guerra botánica, y ella cargando la culpa y a su planta media enterrada en un maceta de plástico machucada con una sonrisa que se negaba a esconderse del todo. El aire otoñal traía ese perfume a ciudad y a hojas caídas, a café de esquina y a posibilidades nuevas.

—¿Te duele mucho? —preguntó Marcia mientras esperaban el semáforo en Acoyte. Sus dedos tamborileaban sobre el plástico de la maceta rescatada, como si intentara descifrar alguna ecuación invisible en el aire.

—Solo cuando respiro, camino o me acuerdo de que esa planta intentó asesinarme —respondió Matías, y agregó con dramatismo—. Lo normal.

—Por las dudas, si ahora en el bar ves una ensalada en la mesa, salí corriendo.

—Siempre lo hago. Odio las verduras. Es como si viviera en una especie de venganza vegetal. Me han atacado lechugas, zapallitos y una vez un brócoli me dio una charla motivacional. Horrible.

Marcia soltó una carcajada con una sonrisa que le sacó a Matías todo el dolor del hombro por unos segundos.

—Voy a confesar algo… soy vegetariana —dijo, mirando hacia el frente.

Él se detuvo en seco.

—¿En serio?

Ella giró solo la mirada hacia él, con una sonrisa ladeada.

—No. Amo el asado. Pero quería ver tu cara.

—Casi pido un Uber directo al infierno —dijo él—. Aunque creo que no tengo señal —dijo mirando su celular un segundo—... capaz que eso sea una señal. ¿Tenés idea del susto que me diste?

—Bueno, ahora estamos a mano. Vos me asustaste con tu amor por saltar a cabecear macetas, y yo con mi falsa militancia vegetariana.

Doblaron en una calle tranquila con cafés de autor a los costados, todos con ventanales que dejaban entrever estilo y modernidad. El contraste entre la bulliciosa avenida y este rincón más calmo de Caballito los envolvió como un abrazo inesperado.

—¿Te parece bien ese de allá? —preguntó ella, señalando un café con aspecto más tradicional y mesas y sillas de madera.

—Sí, pero sentémonos lejos de las plantas, por las dudas.

Una moza joven los ubicó en una mesita junto a una ventana. Él pidió un café con leche y dos medialunas, ella, un submarino y una porción de torta de chocolate. No parecían víctimas de un incidente doméstico, sino dos nuevos/viejos amigos que se reencontraban después de un tiempo sin verse.

—Estudio Física —dijo ella, rompiendo el hielo y removiendo el submarino con la cucharita—. Así que, técnicamente, podría calcular a qué velocidad cayó la maceta... por si tuviera que indemnizarte.

—Yo estudio Letras. Podría escribir una elegía sobre cómo una planta salvaje hizo una tentativa de asesinato, pero mejor no. Prefiero las comedias. Bueno, en realidad prefiero la literatura fantástica y los comics.

—¿Vivís por acá?

—En Flores. A unas cuadras. Vivo con un amigo que piensa que la casa es un boliche. Yo soy más... biblioteca y café.

—Suena a que necesitás refugios tranquilos. Como este. Con torta. Y sin plantas suicidas.

—¿Vos vivís sola?

—Sí. Con mis suculentas. No pensé que una de ellas iba a desarrollar instintos homicidas. Debo hablarles menos.

Hubo una pausa en la que ambos sonrieron al mismo tiempo. Y de pronto, sin aviso, algo se deslizó entre ellos: la certeza de que, por una extraña casualidad —mezcla de gravedad, macetas y medialunas—, algo interesante acababa de empezar.

Por la ventana, la luz de la tarde pintaba todo de un dorado suave y difuminado. Matías observó cómo esa misma luz hacía brillar las pecas en la nariz de Marcia, como pequeñas estrellas diurnas, mientras ella le contaba sobre sus teorías favoritas del universo con la misma pasión con la que demolía la torta de mousse de chocolate. Había algo hipnótico en la forma en que movía las manos al explicar conceptos de física cuántica que él apenas entendía, pero que sonaban fascinantes en su voz.

—Bueno, considerando que seguís vivo, que no hay fracturas expuestas, y que pudiste comer una medialuna sin desmayarte... te declaro oficialmente indemnizado —dijo Marcia, llevándose la taza de submarino a los labios con una sonrisa victoriosa.

Matías la miró por encima del borde de su café.

—Perfecto. Entonces, ya que no era tan grave, ahora soy yo quien estoy en deuda. Y como hombre de honor, me toca cumplimentar esta nueva paz entre especies humanas y vegetales. Te acompaño a casa, no se discute. Es una cuestión de equilibrio cósmico.

—¿Y si te atacan mis otras plantas?

—Tengo reflejos rápidos y conocimientos sobre Tolkien. Estoy preparado.

Salieron del café y caminaron por Rivadavia, con el cielo de abril poniéndose en tonos lavanda y naranja. El tránsito aún era ruidoso, pero entre ellos se había formado un pequeño silencio lleno de palabras sin decir. Esta vez fue Matías quien tomó la iniciativa.

—¿En serio me decías que preferís el libro a las pelis del Señor de los Anillos? —preguntó él, sin disimular el entusiasmo.

—Obvio. El libro tiene alma, magia… las pelis están bien, pero nunca entendieron del todo a Galadriel.

Matías se detuvo un instante, mirándola como si acabara de descubrir un libro encantado en una librería de viejo de avenida Corrientes.

—Yo dije eso una vez en una clase y casi me linchan. Te juro. Bueno, hay esperanza para la humanidad después de todo.

Ella se rió, y él aprovechó para mirarla mejor. Ojos menta que chispeaban con cada ocurrencia, un flequillo rebelde que le caía sobre la frente, piel blanca con pecas como constelaciones diminutas. No era alta, ni parecía muy fuerte, pero caminaba como si pudiera con el mundo entero… o al menos con unas cuantas macetas traicioneras.

—¿Qué mirás? —preguntó ella, frenándose y cruzando los brazos con picardía.

—Estoy analizando si tus ojos tienen más verde o más risa —respondió sin pensar Matías. Sus ojos se abrieron un poco cuando se dio cuenta de lo que acababa de decir.

—Hmm... poético. ¿Siempre sos así o es efecto del golpe?

—No descarto ninguna hipótesis.

Las luces de la calle comenzaban a encenderse cuando llegaron a la puerta del edificio, creando un halo suave alrededor de ellos. El balcón del tercer piso, lleno de plantas que parecían espiar la escena, les recordó cómo había empezado todo apenas unas horas antes. Ella buscó las llaves y él bajó solo un escalón, como si no quisiera irse del todo.

—Bueno, creo que podemos decir que nuestro encuentro fue... intenso —dijo Marcia

—Literalmente. Me caíste del cielo. Como una maceta.

Ella levantó los ojos con cara de "¡pero por favor!", pero la sonrisa no se le borraba.

—Te ganaste una segunda cita, por sobrevivir y no hacerme sentir demasiado culpable. Este sábado. Parque Chacabuco. Hay bancos con sombra, aire libre y, si traés mate, te cuento por qué Dune es mejor que Star Wars.

—¿Mate y polémica interestelar? Compro.

—Ah, y traé repelente. Las plantas del parque tienen insectos que no son tan simpáticos como yo.

—Estoy seguro —dijo él, sonriendo—. Llevo.

Ella subió un par de escalones, se giró y lo miró una vez más.

—Es la cita más rara que tuve. Fue... lindo.

—Gracias por invitarme medialunas. Fue... Es un gran comienzo. Y la verdad me gusta.

Y con un "nos vemos el sábado" en los labios y una sonrisa boba, Matías se alejó por la vereda como quien se siente el campeón mundial de cabecear macetas, mientras la luz del atardecer pintaba todo de naranja y la promesa de algo nuevo flotaba en el aire, tan real como la física y tan mágica como la literatura.



martes, 18 de marzo de 2025

El inventor de leyendas

 


La máquina de escribir Olivetti resonaba en el pequeño departamento de San Telmo como el latido mecánico de un corazón artificial. Ricardo Menéndez golpeaba las teclas con la furia de quien sabe que cada palabra es un intento más de escapar del anonimato. El papel, amarillento y barato, recibía el impacto de sus dedos como una sentencia: otro relato que probablemente terminaría en el cajón de los rechazos.

La pila de manuscritos devueltos crecía en una esquina de su escritorio, cada uno con una nota cortés pero demoledora: "No se ajusta a nuestra línea editorial", "Gracias, pero no gracias", "Tal vez en otra ocasión". Buenos Aires, esa ciudad que había dado origen a tantos grandes escritores, parecía haberle cerrado todas las puertas.

Fue entonces cuando comenzó su obsesión. Todo empezó una tarde de otoño en la Biblioteca Nacional, mientras hojeaba viejos periódicos en busca de inspiración. Un artículo amarillento sobre un supuesto tesoro pirata en la costa argentina captó su atención. Pronto, Ricardo se encontró sumergido en un mundo de leyendas olvidadas: historias de fuentes de juventud eterna en la Patagonia, relatos de meteoritos con formas de vida alienígena en el Chaco, crónicas de espadas coloniales con poderes místicos.

Investigó cada historia con la meticulosidad de un arqueólogo y la pasión de un creyente. Viajó a pueblos remotos, entrevistó a ancianos que guardaban secretos en sus memorias agrietadas, se perdió en archivos polvorientos. Pero cada pista lo llevaba a un callejón sin salida, cada leyenda se desvanecía como niebla bajo el sol de la verdad.

La frustración se acumulaba en su interior como un veneno lento. Hasta que una noche, sentado en el Café Tortoni, mientras observaba el reflejo distorsionado de los transeúntes en los espejos centenarios, tuvo una epifanía: si no podía encontrar leyendas verdaderas, las crearía él mismo.

Comenzó sutilmente. Un grafiti enigmático en una pared de La Boca, una historia susurrada en un bar de Palermo sobre un hombre sin rostro que aparecía en la calle Defensa a la medianoche. Luego vinieron más: el taxista que sólo llevaba pasajeros al cementerio de la Chacarita, siempre por el mismo recorrido, siempre llegando al amanecer; el vagón fantasma de la línea A del subte, que aparecía entre estaciones con pasajeros de otra época.

Ricardo escribía sus leyendas en blogs anónimos, las compartía en foros oscuros de internet, las susurraba en bares a desconocidos que parecían dispuestos a escuchar. Usaba diferentes pseudónimos: El Cronista Nocturno, J.L. Borges Jr., El Testigo. Sus historias comenzaron a circular, primero como rumores, luego como leyendas urbanas que la gente compartía como secretos valiosos.

Viajó a otras ciudades, sembrando historias como un jardinero macabro: en Rosario, habló de un puerto donde los barcos llegaban con tripulaciones que habían muerto hacía décadas; en Córdoba, inventó la historia de una iglesia donde las estatuas cambiaban de posición cada vez que alguien rezaba; en Mendoza, creó la leyenda de un viñedo que producía vino que hacía ver el futuro.

Poco a poco, sus historias comenzaron a ser publicadas. Primero en pequeños blogs literarios, luego en revistas especializadas, finalmente en antologías de terror y misterio. La gente comenzó a buscar al misterioso autor que parecía conocer todos los secretos oscuros de Argentina.

Pero había algo que Ricardo no sabía. Entre todas las leyendas que había investigado al principio de su búsqueda, una era verdadera. En un viejo manuscrito azteca que había encontrado en el Museo Etnográfico, había leído sobre una maldición que caía sobre aquellos que se convertían en "tejedores de historias": estaban condenados a vivir eternamente, presenciando cómo sus propias creaciones cobraban vida.

Y así, Ricardo Menéndez se convirtió en su propia leyenda. Los años pasaban, pero él no envejecía. Veía cómo sus historias se transformaban en la nueva mitología de la ciudad: madres que advertían a sus hijos sobre el hombre sin rostro, taxistas que se persignaban al pasar frente al cementerio, pasajeros del subte que cambiaban de vagón si viajaban solos tarde en la noche.

Algunos dicen que lo han visto en el Café Tortoni, otros juran que frecuenta los bares de San Telmo. Siempre solo, siempre escribiendo. Y si prestas atención, podrías notar que su reflejo en los espejos antiguos es apenas una sombra, como si él mismo se estuviera convirtiendo en una de sus historias, ahora con su notebook, un hombre siempre joven, siempre creando nuevas historias. 

Si te sientas junto a él, tal vez te cuente una leyenda. Pero ten cuidado, ahora está maldito, y la leyenda que te cuente podría ser la tuya.