Timmy, ¿a quién se le ocurre? Decirle Timmy a un chico, en Argentina, en un pueblo, en una casa humilde. Tomás. Se llama Tomás, como su abuelo que era un italiano muy religioso. Pero no, su mamá lo llama Timmy y su padrastro —o futuro padrastro— también, para congraciarse con ella, para hacer mérito. ¡Si supiera que es uno más entre tantos en estos últimos años!, igual este viene durando bastante: Albañil, no parece tan mal tipo como otros de los anteriores, trabaja de encargado en una obra cerca de la capital. Trabaja, ya es demasiado. Va y viene, a veces tarda unos días en aparecer pero se preocupa de que estén bien: a él le pregunta por la escuela, quiere saber sí estudia. No tiene hijos, es joven, apenas algo más joven que su mamá. Una vez le trajo un muñeco, un payaso. Lo trajo así, sin paquete, en una bolsa, aunque esto lo supo después. El regalo le cayó bien, pero al payaso lo odia ¿A quién se le ocurre regalarle un payaso a un chico de 11 años? Él es valiente, pero hay cosas que dan miedo. Trata de no tenerle miedo a la oscuridad, desde chico sabe que no tiene que dormir con la luz encendida, para ahorrar. Cuidar la plata es importante. Su mamá trabaja en una escuela, logró ajustar las horas para poder estar con él casi todo el día. A veces, cuando quiere salir con alguien lo deja en casa de una amiga de la escuela, que tiene una hija, Valentina. Es un año mas grande que él pero parece mucho más, casi adolescente. No le da mucha charla, en general él va a la tardecita, come unas galletitas o un pan con manteca con mate cocido o con mate con leche si es que hay leche. A veces hacen al revés y Valentina viene, pero eso no pasa casi nunca. Su mamá tiene 30 años y la amiga mas de 40 y enseña en varias escuelas. Claudia, se llama Claudia.
Y con respecto a la escuela, bueno, justo hoy tiene que intentar hacer una redacción. Terminarla en realidad, porque ya la estuvo haciendo mientras esperaba a que su mamá terminara el turno: a veces hace toda la tarea mientras espera, pero se quedó jugando con un amigo y ahora tiene que terminar esta redacción. En su casita no hay mucho lugar, pero él tiene un lugar separado por cortinas de lo que es el comedor, adonde tiene su cama, una mesita y el ropero. En el ropero esta su ropa, las cosas de la escuela y sus juguetes. Le gustan mucho los muñecos articulados aunque tiene poquitos, inventa historias con ellos pero no con otros muñecos. No le gustan los peluches, nunca tuvo. Y el payaso le da miedo, lo tiene atrás de todo en un estante, con sábanas adelante. Como ya había contado antes, Carlos se lo trajo para un cumpleaños: un muñeco grande, no estaba envuelto. Se lo dejaron en la mesita mientras dormía: Cuando se despertó encontró ese muñeco mirándolo desde la mesa, su mirada fija en él durmiendo. Se asustó, no es que tenga miedo, o tanto miedo ahora, pero ese juguete… mejor en el ropero.
Detrás de la cortina se escucha todo. Esa misma noche, cuando creyeron que dormía, Carlos le contó a su mamá que el payaso no era ‘nuevo, nuevo’, que era de un sobrino que había tenido un accidente, un incendio. Justo lo había dejado en su casa una vez que había ido a visitarlo (Carlos tiene una casilla en un barrio, pero últimamente duerme en la misma obra en construcción). Un payaso usado. Quiso escuchar más, pero empezaron a hablar más bajo cuando comenzó a contarle del accidente y en el susurro el sueño lo venció. Un par de palabras: 'dormidos', 'incendio'. Un par de veces en que Carlos se había quedado ‘hasta tarde’ con su mamá (como si él no supiera que dormían juntos), el payaso había aparecido una vez en la silla, dos veces en la mesa; pero ya no mirándolo mientras dormía, menos mal. No le gustaba que tocaran sus cosas pero el payaso no importaba, la verdad. Además en su mesa casi nunca había nada más que las carpetas de la escuela, alguna fotocopia y una lapicera negra, regalo de una señora del barrio. No le dio importancia a que lo sacaran del ropero.
Hoy estaba Carlos otra vez. Estaban festejando algo con su mamá. No subo bien qué, se reían, Carlos había traído un vino, su mamá casi nunca bebía. Lo mandaron a dormir temprano, aunque él dormía muy profundo. Por eso se extrañó mucho al despertarse en la oscuridad. Su mano sintió hebras de lana junto a su cama, en la almohada. Justo antes de abrir los ojos ya sabía que era el payaso, giró la cabeza y lo miró con ojos turbios de sueño. El payaso le devolvió la mirada: —Es hoy, dijo. Antes de alcanzar a reaccionar, las cortinas se corrieron empujadas con el cuchillo de Carlos. Menos de un metro de su cama. Cerró los ojos, pero el miedo lo hizo abrirlos en el momento en que Carlos se abalanzaba cuchillo en mano. Por eso vio como el payaso se sentó de pronto, como si tuviera un resorte. Y le clavó su lapicera negra en su ojo derecho.
— David está en paz — dijo el payaso.
No podía despertar a su mamá, llamó a la policía. Cuando llegó la patrulla, descubrió que habían drogado a la mujer, y que en la camioneta había nafta y querosene suficientes para quemar la casita dos veces si fuera necesario.