Salió a
ganar el partido.
Con sus
limitaciones de siempre, porque no es el mejor, pero entiende el juego de
equipo. Y este juego es el más importante de su vida.
En cada
partido, en cada trabajo, en cada
relación, en cada momento de la vida, el jugador trata de ser el jugador del partido. El ídolo, la estrella. Y con el tiempo, después de errores y
fracasos, se da cuenta que no logró ser el mejor. Pero sí puede ser cada día mejor. Y aunque durante el partido no sea de los que se
llevan los flashes, no sea la figura, no sea el bravo conductor, es el que
corre. Corre y mete. Corre y asiste a un compañero. Corre y tapa un hueco. Es el que corre y
pelea cada pelota cuando los demás bajaron los brazos, por desilusión o por
cansancio, el se levanta después de un cruce fuerte, con las marcas de los
tapones rivales en la rodilla se pone de pie y sigue adelante. Y también en el trabajo, es el que hace las
cosas que pocos ven, el que llega con una sonrisa todas las mañanas, el que se
preocupa cuando alguien tiene un problema. El que se esfuerza por mejorar todos
los días, aunque los trabajos no cambien. Y en la pareja es el que da una
oportunidad mas, el que sonríe en medio de las lágrimas, el que aprieta los
dientes y en plena discusión dice Te Quiero.
Jugadores
así no son los que salen en las revistas. No son los que hacen que un equipo
gane un partido por ellos solos. Pero ningún
equipo gana un campeonato sin jugadores así. Equipo de fútbol, equipo de
oficina, grupo de amigos o pareja de dos. Es el que se esfuerza más del límite.
Y porque su objetivo final más que el éxito y la fama, es el amor y la
felicidad, al final… contra todo
pronóstico, triunfa.
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