En un lugar inefable, un dios (Dios para sus fieles) habia terminado la creación. Esa, una, muchas.
Con su divino trazo, escribía con luces y sombras sobre ásperas superficies algunos cuentos, historias. Cada tanto uno le gustaba, lo corregía y aparecía en una de sus creaciones, como un evento en el mundo, como un animal o monstruo mítico e imposible.
Pero muchos bocetos quedaban en nada, y los descartaba en luminoso polvo infinito.
Ese era el material de los sueños de quienes apaciblemente o no, dormían cada noche.
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