domingo, 15 de diciembre de 2024

Ejercicios de Mindfulness (3/3)

 


Practicar Mindfulness requiere disciplina, pero sus beneficios justifican el esfuerzo. A continuación, se presentan ejercicios sencillos para integrar la atención plena en la vida diaria:

Ejercicio 1: Un minuto de respiración consciente
Durante 60 segundos, enfócate en tu respiración. Observa el aire entrando y saliendo por tu nariz. Este ejercicio, aunque simple, ayuda a restaurar la claridad mental.
Una variante de este ejercicio calmante, es estando sentado o acostado (es buena práctica para dormir) y con los ojos cerrados, es inspirar lentamente por 4 segundos por la nariz, sintiendo como el aire nos llena. Retener la respiracion 7 segundos, escuchando nuestro corazón, sintiendo el momento de la respiración, centrando la mente en la misma, y dejando afuera cualquier otra cosa. Luego expeler lentamente por la boca, contando 8 segundos para soltar el aire, sintiendo como pasa suavemente, lamente en blanco sólo concentrada en esto.

Ejercicio 2: Paseo meditativo
Camina despacio y siente cómo tus pies tocan el suelo. Observa el movimiento de tu cuerpo y el entorno a tu alrededor. Observa como reaccionas al viento en tu cara, a las irregularidades del piso, al movimiento a tu alrededor, a la luz, al viento.

Ejercicio 3: Escuchar música con atención
Selecciona una pieza musical relajante. Concéntrate en cada nota, cada pausa, cada vibración. Este ejercicio fomenta la concentración. No es necesario que sean temas clasicos o de meditación, puede ser  Desangra y Sangra de Serú Giran, pero lo importante es mantener la atención plena.

Ejercicio 4: Exploración corporal
Recuéstate y dirige tu atención a cada parte de tu cuerpo, desde los pies hasta la cabeza, aceptando las sensaciones sin juzgarlas.
Sentir los pies, quietos, sin moverlos, subir a las rodillas con el pensamiento, llegar a las extremidades superiores, el cuello, concentrado en lo que siente cada parte.
“La atención es una manera de hacerse amigo de nosotros mismos y de nuestra experiencia.”  Jon Kabat-Zinn


En conclusión, el Mindfulness nos invita a vivir con plenitud y conciencia. En un mundo acelerado, cultivar el arte de estar presentes nos permite reconectar con nosotros mismos y con los demás. Así, esta práctica no solo mejora nuestro bienestar, sino que también nos ayuda a enfrentar los desafíos diarios con mayor serenidad.

“La paz comienza con una sonrisa, pero florece con la atención plena.”


Los mandamientos del Mindfulness (2/3)

 


Practicar Mindfulness no se trata solo de meditar, sino de incorporar principios clave en nuestra vida diaria. Estos "mandamientos" ayudan a vivir con más calma y claridad:

Vive el presente: Abandona las preocupaciones por el pasado y el futuro.

Acepta sin juzgar: Reconoce las emociones y pensamientos sin etiquetarlos.

Cultiva la paciencia: Permítete fluir con el momento.

Confía en ti mismo: Cree en tu capacidad para enfrentar cada situación.

Desarrolla la curiosidad: Observa el mundo con ojos nuevos y sin prejuicios.

“Realiza todos los actos de tu vida como si fuera el último acto de tu vida.”  Marcus Aurelius

 

Caso de éxito: Mindfulness en el entorno laboral

En una empresa de tecnología, se implementó un programa de Mindfulness para reducir el estrés laboral. Los empleados participaron en sesiones semanales de meditación y aprendieron a aplicar técnicas de atención plena durante su jornada. Después de tres meses, los informes mostraron una reducción del 25% en el estrés percibido y un incremento del 15% en la productividad general. Además, los participantes destacaron sentirse más enfocados y satisfechos con su tra

“No se puede detener las olas, pero se puede aprender a surfearlas.” Jon Kabat-Zinn


Ejercicio básico: Observación consciente

Escoge un objeto cotidiano, como una taza o un bolígrafo. Observa sus detalles: color, forma, textura. Concentrate, mantén tu mente enfocada en el objeto. Describelo para ti msmo, mira los detalles. Este simple acto puede ayudarte a centrarte en el presente.

“Tu cuerpo vive en el presente, ¿y tu mente?”

 



Qué es el Mindfulness y cómo se usa (1/3)

 


El otro dia estaba viendo una serie en Netflix, Mindfulness para asesinos. Comedia negra, muy divertida y me hizo pensar y  buscar un poco de la práctica en sí.

El Mindfulness, conocido también como atención plena, es una práctica psicológica basada en la meditación budista, pero adaptada a un contexto secular. Este concepto fue introducido en Occidente por Jon Kabat-Zinn, quien desarrolló el programa de Reducción del Estrés Basada en Mindfulness (MBSR). Aunque sus raíces son budistas, se enseña desprovisto de elementos religiosos, centrándose en la conciencia plena del momento presente.

El Mindfulness consiste en prestar atención intencionalmente al momento presente, sin juzgar pensamientos, emociones o sensaciones corporales. Su objetivo es cultivar una conciencia clara y desapasionada de lo que ocurre en el aquí y ahora, reduciendo la tendencia a la repetir los malos pensamientos, y al estrés. Ocuparnos en el ahora, dejando de lado la preocupación a los diferentes futuros.

“Si no cumples con el momento presente, te olvidas de tu cita con la vida. ¡Eso es muy serio!”  Thich Nhat Hanh


Aplicaciones del Mindfulness

La práctica del Mindfulness se utiliza en psicoterapia, educación, y entornos laborales debido a sus beneficios comprobados. Algunos ejemplos incluyen:

Reducción de la ansiedad y depresión.
Control del dolor crónico.
Mejora de la memoria y la concentración.
Aumento de la resiliencia y regulación emocional.

(Claramente me hubiera venido muy bien saber un poco mas de esto, muchas veces).

“Tu visión sólo se hará evidente cuando mires en tu corazón. Quien mira hacia afuera, sueña. Quien mira hacia adentro, despierta.” Carl Jung

El objetivo de la Atención Plena es ayudar a las personas a hacer lo siguiente:

Reconocer, ralentizar o incluso detener las reacciones y pensamientos negativos habituales
Ver las situaciones con mayor claridad
Responder con mayor eficacia a las situaciones
Mejorar la creatividad
Sentirse más equilibrados en el trabajo y en casa

 

La eficacia del Mindfulness está respaldada por investigaciones científicas que demuestran cambios positivos en la estructura cerebral, como el incremento de la materia gris en áreas relacionadas con la regulación emocional.

“La vida no es lo que te ocurre, sino cómo respondes a ello.”


martes, 22 de octubre de 2024

Komorebi (木漏れ日)

 


Komorebi (木漏れ日) es una hermosa palabra japonesa que se refiere a la luz del sol que se filtra a través de las hojas de los árboles. Captura esa sensación mágica y serena que a menudo se experimenta al estar en un bosque o bajo la sombra de los árboles. Es algo que en particular a mi me encanta y me da paz, acaso me encanta porque me dá paz.


Fui caminando al parque al atardecer. Era tarde para leer, pero aún había tiempo para respirar y escapar del eterno encierro del home office. El sol comenzaba a ocultarse, danzando en un juego de sombras y destellos entre los árboles. Me senté en un cálido banco de madera, sintiendo cómo la brisa suave anticipaba la noche, mientras los ecos de risas de los juegos infantiles flotaban en el aire como notas de una melodía que ya no resonaba en mi pecho.

Recordé aquel atardecer, años atrás, sentado en el antepecho de la ventana de la librería frente al colegio, en la esquina de la plaza. Allí nos encontrábamos mientras los compañeros rendían las últimas materias, cuando de pronto no quedaban más días en la semana y supimos que era el último día de colegio. Esos días se iban para siempre, llevándose consigo la risa despreocupada de la niñez. Las flores perfumadas del inicio del verano, como alegoría del fin de la primavera, impregnaban el aire con aroma a jazmines, así como nuestros días por venir estaban impregnados de promesas; y el futuro brillaba ante nosotros como el propio sol que se dejaba ver entre las copas de los árboles, iluminado por la esperanza de la juventud. Pero hoy, esa luz se filtraba con una claridad diferente: era un susurro de nostalgia que me invitaba a reflexionar.

A medida que el sol descendía y su luz se desvanecía, las risas se apagaban entre mis recuerdos. Miré hacia el horizonte donde el cielo se vestía de tonos anaranjados y violáceos, y comprendí que estaba dejando atrás un capítulo dorado. Recordé ese día, cómo sentí que la infancia se desdibujaba cual último rayo de sol, y en su lugar surgía la sombra del adulto que debía ser, con responsabilidades y caminos por recorrer.

Y allí, en esa transición, sentí que el atardecer no era solo el final del día, sino el preludio del ocaso de la vida. Así, recuerdo que salté al piso desde el antepecho de esa ventana y saludé a mis compañeros, a la mayoría de los cuales nunca más volvería a ver. Treinta años, treinta y cuatro acaso, desde que caminé de regreso a mi casa y, con la tristeza del conocimiento, supe que nada volvería a ser igual.

Hoy veo caer los últimos rayos del sol entre las hojas, contemplando la belleza de la magia efímera de la luz y lo perdurable del recuerdo.


jueves, 12 de septiembre de 2024

La piedra que traba la puerta

 


En la noche sin luna, tras un llamado mortal,

La anciana se fue, dejando un legado oscuro,

Una piedra en la cocina, secreto ancestral,

Atrae a la joven hacia un destino fatal.


El viento aullaba con furia a través de las desvencijadas ventanas de un departamento de un barrio bajo en las afueras de Londres. Elena terminaba de tomar un baño después de llegar de su aburrida oficina. El mensaje de whatsapp sonó con un tono agudo y breve: Su abuela. Un mensaje con una sola palabra: Ven.

Elena descendió del autobús con una maleta en la mano y el corazón pesado. La estación de Blackmoor, apenas más que un mojón en la ruta, se alzaba solitaria bajo el cielo plomizo. El conductor cerró las puertas con un siseo y el vehículo se alejó, dejándola sola en la penumbra del atardecer.

El pueblo se extendía ante ella como una mancha gris e indefinida. Casas victorianas, antaño elegantes, ahora se inclinaban unas sobre otras como ancianos cansados. Las calles empedradas y húmedas por la persistente llovizna, reflejaban la escasa luz de farolas oxidadas.

No deseaba ir a verla. Había intentado llamar de inmediato a su abuela, pero no respondió ni audios, ni llamados, ni mensajes. En cierta forma lo esperaba: después de la muerte de sus padres el año pasado había intentado acercarse a ella y la había visitado algunas veces, pero su carácter hostil y taciturno pronto había frustrado sus esfuerzos y su interés. Más de una vez al visitarla se había sorprendido pensando “vieja loca” sobre algunos de los comentarios de la anciana. Pero esperaba que estuviera bien, aunque las circunstancias no ayudaban a darle tranquilidad: después del llamado escueto que había recibido los mensajes posteriores habían quedado sin respuesta, sin ser leídos. Peor que eso, sus mensajes no habían llegado al teléfono de la abuela como si estuviera apagado o sin señal.

Elena ajustó el cuello de su abrigo y comenzó a caminar, sus pasos resonando en el silencio plomizo del pueblo. A medida que avanzaba notó que las pocas personas en la calle evitaban su mirada. Un anciano que barría la acera frente a una tienda de antigüedades detuvo su tarea al verla, sus ojos siguiéndola con una mezcla de curiosidad y recelo.

El aire mismo parecía cargado de secretos, denso con el peso de historias no contadas. Elena sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío. Recordó las pocas veces que había visitado a su abuela en los últimos años, de cómo siempre había sentido una urgencia inexplicable por marcharse lo antes posible.

A medida que se acercaba a la colina donde se alzaba la casa de su abuela, las casas se espaciaban más, dando paso a jardines ahora más descuidados y cercas rotas. El viento parecía susurrar palabras en un idioma olvidado entre los árboles desnudos.

Finalmente, la casa de su abuela apareció ante ella. La estructura victoriana se recortaba contra el cielo cada vez más oscuro. Elena se detuvo un momento al pie de la colina, una sensación de aprensión creciendo en su pecho al ver que no había luz entre las ventanas entreabiertas. Con un suspiro, Elena comenzó a subir el sendero que llevaba a la entrada. Al llegar a la puerta, sacó la llave de su bolsillo. El metal estaba frío al tacto.

Elena insertó la llave en la cerradura siempre oxidada y, tras un chasquido, la llave giró. La puerta se abrió con un chirrido ominoso, como si la casa misma protestara por la intrusión.

El interior de la casa estaba sumido en una penumbra opresiva, que desapareció apenas pulsó el interruptor. La luz de tubos fluorescentes se extendió con una claridad perfecta y fría por la gran cocina antigua, en la que destacaba una pesada mesa de roble marcada por los años, y el pequeño televisor led en el que la anciana veía las noticias. Elena llamó a gritos a su abuela, sin respuesta, y comenzó la tarea de revisar las habitaciones de la casa, sin embargo, a medida que abría puertas un patrón inquietante emergió: todos los cuartos estaban vacíos. Difícil que, con ese clima y a esa hora, su abuela hubiera salido. Tomó su celular y habló con dos vecinos cercanos, aunque la casa estaba bastante alejada, pero pronto le confirmaron que no se encontraba con ellos. Al tiempo que los llamaba, miró a su alrededor con más cuidado y vio que faltaban los cuadros y las fotos sobre los muebles, como si alguien hubiera borrado meticulosamente toda evidencia de la vida de la anciana.

Frustrada y desconcertada, Elena se sentó en el suelo de la espaciosa cocina —algo que hacía desde niña cuando estaba alterada—, apoyando la espalda contra una puerta baja de la que nunca se había preocupado antes. La puerta de la leñera. Fue entonces cuando sintió algo duro presionando contra su columna. Al girarse, vio una piedra peculiar trabando la puerta sin picaporte.

Con curiosidad, Elena tomó la piedra en sus manos. La piedra, de un peso desconcertante, irradiaba un calor que desafiaba toda lógica. Su superficie pulida estaba cubierta de relieves extraños como glifos que parecían cambiar y retorcerse ante sus ojos. Con asombro y golpeándola con un anillo se percató que la piedra era en realidad de metal y comprendió que sostenía un aerolito, un fragmento de estrellas.

Elena se agachó a la altura de la puerta y con la piedra en su mano la abrió. Un hedor a humedad ascendió de unos viejos troncos, haciéndola retroceder. Moho, putrefacción. Esos troncos tenían muchos años humedeciéndose allí al costado, cubiertos por telarañas, pegados a una pared con humedad pintada de oscuro, más oscura porque obviamente no había luz en la pequeña habitación. Encendió la linterna de su celular y regresó a revisar. 

No había nada entre los troncos, mas allá de algunos insectos. Recordaba cuando de niña venía a ver a su abuela y jugaba con bichos de la humedad en el jardín. Eso la hizo recordar también como una vez en la cocina había descubierto esa pequeña puerta y había intentado abrirla. Su abuela la había reprendido y se había ido a jugar afuera, con los insectos… y así se completó el recuerdo.

Le llamó la atención que, así como la leña estaba sobre una pared descascarada, la pared del fondo de la pequeña leñera no tenía ninguna mancha de humedad, al contrario, estaba en perfecto estado. Observándola en silencio fue que escuchó un zumbido bajo que parecía resonar en sus huesos. Bajo la vista y al iluminar con cuidado descubrió una parte del piso que parecía diferente. Con el tacto encontró una rendija mínima, siguiéndola encontró una traba. Levantó la traba y así pudo levantar una disimulada escotilla en el suelo, de la que descendía una escalera estrecha. El corazón de Elena latía con fuerza en su pecho, mientras un sudor frío empapaba su frente. Cada fibra de su ser gritaba que huyera, que cerrara esa puerta y nunca volviera. Sin embargo, una curiosidad morbosa, casi sobrenatural, la empujaba hacia las profundidades de aquel abismo. Elena no dudó: Miró la carga del celular —suficiente 72%— y con la luz de la linterna del smarphone encendida en una mano y el aerolito como pesada arma en la otra, se adentró en la oscuridad.

Lo que encontró en ese sótano oculto desafió toda su comprensión. Antiguos tomos encuadernados en piel fina y suave cubrían las paredes. En el centro de la habitación, una mesa grande sostenía entre otras cosas una piedra negra —como la que tenía ahora en su mano—, manchada con sustancias que Elena prefirió no identificar. Y también sobre la mesa, un tomo enorme —la palabra grimorio pasó rauda por su mente— se revelaba abierto mostrando ilustraciones de entidades, de tamaño inconcebible, que parecían devorar galaxias enteras con fauces que eran a la vez vacíos y plenitudes. Y en los márgenes, símbolos y ecuaciones pulsaban con un conocimiento tan vasto y ajeno que amenazaba con desgarrar la fina tela de la realidad que Elena había conocido toda su vida.

La piedra de la mesa brilló de pronto, una luz oscura que se extendió como una llama de claridad negra en la habitación y que reverberó en la superficie bruñida de la piedra que tenía en su mano, iluminándola y llevándola a un nuevo nivel de conciencia. Elena comprendió con horror que su abuela había sido mucho más que una anciana solitaria. Había sido la guardiana de secretos cósmicos, la última línea de defensa contra horrores innombrables que acechaban más allá de las estrellas.

Regresó, con un nuevo conocimiento.

Mientras leía las páginas del grimorio Elena sintió que su mente se expandía dolorosamente, abriéndose a verdades que ningún ser humano debería conocer. Sus ojos recorrían las páginas con avidez enfermiza, incapaces de detenerse a pesar del dolor punzante que se extendía desde sus sienes. Un sabor metálico inundó su boca, su piel se erizó y un sudor frío empapó su espalda, pero Elena apenas lo notó mientras fragmentos de conocimiento cósmico se grababan a fuego en su consciencia, transformándola irrevocablemente. El zumbido en sus oídos se intensificó, y las paredes del sótano parecieron palpitar con vida propia.

Supo que su abuela había desaparecido, y que era venerada por entes que no lograba comprender, y era olvidada por el planeta en que la había albergado y al que una vez más había logrado defender con una victoria para ella misma pírrica.

En ese momento, Elena comprendió que había heredado mucho más que una casa vacía en recuerdos. Había heredado un legado de oscuridad, un deber ancestral de mantener a raya las fuerzas del caos. Y mientras en la pulida superficie del aerolito comenzaban a brillar oscuros símbolos con una luz enfermiza, supo que su vida nunca volvería a ser la misma.

Elena, con manos temblorosas, cerró el grimorio. El peso del conocimiento recién adquirido amenazaba con aplastar su cordura. Mientras subía las escaleras, cada paso la alejaba más de la inocente joven que había llegado a la antigua mansión. El aerolito en su mano palpitaba al ritmo de un corazón alien, un recordatorio constante de que ahora era parte de algo mucho más grande y terrible que ella misma. En las sombras de la casa creyó escuchar el eco de la risa cascada de su abuela dándole la bienvenida a una herencia de pesadilla eterna.

Porque en Blackmoor, los secretos nunca mueren. Solo esperan, pacientes, a que una nueva guardiana tome su lugar en la eterna vigilia contra lo innombrable.



Basado en esta nota: https://www.diariouno.com.ar/sociedad/el-descubrimiento-una-piedra-millonaria-que-era-utilizada-trabar-una-puerta-n1349671 






lunes, 19 de agosto de 2024

El Velero Amor

 


En mares de pasión, bajo un cielo infinito,

Se alza este velero, orgulloso y fiero,

Sus velas henchidas de promesas, un mito,

Surcando olas de amor verdadero.


Libre como el viento que besa la espuma,

Fuerte como el roble del que fue tallado,

El amor navega, disipando la bruma,

Desafiando tormentas, nunca encadenado.


Sus amarras son lazos de confianza pura,

Su brújula, el latir de corazones sinceros,

En su proa, grabada con férrea bravura,

La libertad que nos une siempre compañeros.


Cual gaviota que planea por sobre las olas,

El amor se eleva, sin jaulas ni ataduras,

Dos almas entrelazadas, ya nunca mas solas,

Explorando juntas nuevas aventuras.


El timón firme en manos enlazadas,

Guía al navío por mares desconocidos,

Sorteando arrecifes de dudas pasadas,

Hacia horizontes de sueños compartidos.


Y cuando la tormenta azota inclemente,

El velero del amor se yergue altivo,

Pues sabe que su fuerza más potente

Reside en el vínculo, libre y vivo.


Así navega el Amor, cual nave intrépida,

Por océanos de tiempo, sin final ni inicio,

Su libertad, como el mar, vasta y espléndida,

Su unión, el más preciado sacrificio.


Que sigan las velas hinchadas de pasión,

Y el casco hendiendo las aguas del destino,

Pues en la libertad halla el amor su razón,

Y en el amor, la libertad encuentra su camino.


(inspirado en Un velero llamado Libertad, de José Luis Perales )

sábado, 27 de julio de 2024

Luces de navidad en agosto

 


Caminaba paseando sin rumbo una tarde de sábado cuando vi en una vidriera de la vereda opuesta luces en un árbol de navidad que se encendían y se apagaban con una melodía invisible. Luces blancas en un árbol verde. Nada sorprendente, excepto que estabamos en agosto.

Miré la vidriera: una peluquería de barrio de una calle lateral, paralela a una avenida importante. Las grandes letras del nombre no se podían leer por lo gastadas, la puerta estaba despintada, la peluquería rezumaba otros años, otros tiempos... Tiempos mejores.  

Me palpé el bolsillo: no me quedaban chicles, enfrente, en la esquina había un quiosco. Crucé la calle y al rubicundo y enorme ser sonriente que me atendió le pedí de mentol. Mirando al costado, no pude evitar la pregunta:

No soy del barrio ¿La peluquería está abierta?

Sí, claro. Don Mario está siempre abierto, llueva o truene.

Venía caminando por la vereda de enfrente y antes de cruzarme al quiosco vi la peluquería y me pareció cerrada, o abandonada. Tiene las luces apagadas, hasta el letrero.

No, seguro Don Mario está adentro. Tiene pocos clientes.

Me llamó la atención que estuviera encendido el árbol de navidad.

Si, está encendido día y noche, no lo apaga nunca. Un tema triste, creo que a Don Mario le trae recuerdos.

¿Recuerdos?

Hace dos años, apenas comenzado diciembre, la peluquería era distinta. Si bien siempre fue un negocio de barrio, de viejo, el cartel de peluquería giraba en la puerta con sus tres colores, la vidriera tenía cremas de afeitar y un cartel con los precios. Don Mario es un gran peluquero y tenía muchos clientes por eso la esposa y su hijito pasaban bastante tiempo ahí, para estar más tiempo juntos. Todavía recuerdo a la señora: una belleza rubia, alta. Pasaba siempre camino a la casa y le compraba un chocolate al nene. El hijito tendría 5 años. Empezaba a ir al jardín, sabía el abecedario. 

¿Y qué pasó?

Ya te digo, empezaba diciembre y armaron el arbolito. El chico quiso solamente poner luces blancas según me contó la mamá y le gustaba cuando encendían y apagaban a diferentes ritmos.  Lo adornaron con unas pocas guirnaldas, un árbol medio pelado pero la sonrisa de ellos era el mejor adorno. Aún no había llegado Navidad cuando ocurrió el accidente.

¿Un accidente…?

De auto, no sé donde fue que iban o volvían la mamá y el nene y se les cruzó una camioneta. El autito donde iban ellos se aplastó, los sacaron muertos a los dos. Desde entonces Don Mario estuvo como ido, se abandonó. La gente fue dejando de ir más que nada por su aspecto, cuando entraban lo encontraban en la silla adonde solía sentarse ella mirando al árbol, a las luces. Respondía, atendía, pero era como si no estuviera, siempre murmurando en silencio. 

Pobre hombre, le arruinaron la vida.

Sí, son cosas que pasan.

Gracias.

A vos.

Me quedé un momento frente al quiosco, pensando en la triste historia que acababa de escuchar. La imagen de Don Mario, solo en su peluquería con el árbol de Navidad encendido no dejaba de dar vueltas en mi cabeza. Sentí una mezcla de compasión y curiosidad, y saliendo del quiosco retrocedí unos pasos: Pasé disimuladamente frente a la vidriera; el hombre que ahora tenía nombre (Don Mario) estaba sentado en una silla de madera al costado del mostrador, casi de costado a la silla de peluquero y de frente al árbol de la vidriera, de frente a mí. Miraba las luces que se encendían y apagaban en un ritmo inconexo y murmuraba como si deletreara, los ojos vacíos, la mirada perdida sin ver afuera. 

Apuré el paso, y sin mirar el tráfico crucé la calle a la seguridad de la otra vereda: Las luces se encendían y apagaban titilando palabras, pero al pasar había alcanzado a ver el pie del árbol y el enchufe colgaba entre las ramas, desenchufado.

viernes, 7 de junio de 2024

Zoológico espacial II

 


Hoy vamos a contarles sobre un animal muy conocido en el brazo más exterior de la galaxia, sobre el cual incluso se ha creado una importante iglesia. Nos referimos por supuesto al Axcoalt, en idioma Rivu, idioma único de su planeta de origen, o más conocido como El Lagarto del Infierno que lo describe si imaginan un lagarto purpura, aunque del tamaño de una zarigüeya, dos colas divididas una sobre la otra, cuatro patas y si bien no vuela muy alto, revolotea de forma simpática con sus dos afinados pares de alas parecidas a las de un colibrí.

¿Por qué se ha creado una religión en torno de este ser? Bueno, es más sencillo de explicar esto que por qué lo llaman lagarto. Y tiene mucho que ver con que pese a que es una criatura que se alimenta de insectos y pequeñas aves —que en todo caso es bastante inofensivo—, le pongan el apelativo ‘del Infierno’, sí, la mayúscula no es casual. Los nativos conocieron pronto este animal ya que es muy fácil de cazar, se acerca curioso a cualquiera, es fácil tomarlo con una mano y así se hace palpable la secreción oleosa que impregna su piel. 

Los nativos pronto descubrieron sus efectos, siendo una broma común el acercarle uno de estos sorprendentes saurios a las personas que llegaban desde las estrellas como una especie de chanza o de prueba. Los Rivu no eran una sociedad espacial, sino que eran una sociedad muy primitiva y tribal, muy pacífica. Algunos biólogos, a la sustancia que rodea el cuerpo del animal, le otorgan efectos alucinógenos aunque no se reconoce en ella ninguna toxina conocida. Otros ven en sus efectos una respuesta mística, y a partir de esto se creó una iglesia, derivada de extractos de la antigua religión católica, ya que quienes tocan la sustancia declaran (cuando se recuperan del desmayo) haber visto imágenes de sí mismos entre arabescos de color rojo —o más sencillamente llamas—, en situaciones de dolor. Sienten una gran desesperanza, y abren los ojos entre lágrimas de profunda tristeza. También ven imágenes de su pasado: momentos de miedo, culpa, odio. Y algunos ven imágenes de sí mismos con más edad que la actual, también en situaciones que presuponen una conducta malvada o culpable. O de profundo dolor: muertes, pérdidas. La gran mayoría recuerda que estas imágenes están enmarcadas en un audible rugido, otras un rumor de agua, otros el propio crepitar del fuego. 

Claramente a lo que se dedicó más tiempo de estudio además del análisis biológico de la secreción fue a la veracidad de las imágenes que algunos llaman ‘futuras’. Con el tiempo se demostró que muchas resultaron ser ciertas, como si se tratara de precognición. Esto produjo que a la sustancia oleosa la llamaran ‘precognitina’, aunque no se realizaron ensayos de probada rigurosidad científica de si los efectos efectivamente eran precognitivos. Es que la Fe no requiere de ciencia, y antes de llegar las primeras teorías e hipótesis, ya existía una nueva rama de la religión que tenía a este animalito como una especie de ángel mensajero.

Esta iglesia, o doctrina, informaba a sus fieles que el animal era en realidad un ser divino enviado para hacer visibles nuestros pecados y arrepentirnos, aunque algunos más ortodoxos en la doctrina sermoneaban que las imágenes entre llamas es el destino funesto de la persona. Esta nueva iglesia o denominación del catolicismo rápidamente incorporó elementos y prácticas como el bautizarse con el óleo secretado (sólo en humanoides mayores de 25 años) haciendo de este un momento trascendente en la vida de muchas personas. Pronto su práctica se extendió en numerosos planetas cercanos, y los Axcoalt fueron exportados y recibieron su nombre más ordinario de lagartos del infierno. 

Hay muchas teorías sobre los efectos: alucinaciones, precognición, algunos pregonaron que eran dejà vús. Entre ciertos científicos que conocen tanto la física como la biología nació la teoría de que la sustancia permite saltar entre realidades a una dimensión paralela en la que podemos ver nuestros doppelgangers dimensionales en diferentes momentos de su vida, pero que no se corresponden con nuestra existencia en este plano. Otros se refieren a las visiones futuras como profecías autocumplidas.

Mientras la biología duda e investiga, la iglesia sigue creciendo. Ven en las imágenes una visión de un futuro infierno para las almas perdidas.

Muchas personas ya experimentaron el contacto, casi todas con las consecuencias relatadas. Pero un grupo muy pequeño no experimenta ninguna reacción o experiencia al tocar al Axcoalt. Permanecen lúcidos y en silencio. Acaso se les sorprenda un fugaz brillo en los ojos, y una sonrisa.





domingo, 26 de mayo de 2024

Timmy

 



Timmy, ¿a quién se le ocurre? Decirle Timmy a un chico, en Argentina, en un pueblo, en una casa humilde. Tomás. Se llama Tomás, como su abuelo que era un italiano muy religioso. Pero no, su mamá lo llama Timmy y su padrastro —o futuro padrastro— también, para congraciarse con ella, para hacer mérito. ¡Si supiera que es uno más entre tantos en estos últimos años!, igual este viene durando bastante: Albañil, no parece tan mal tipo como otros de los anteriores, trabaja de encargado en una obra cerca de la capital. Trabaja, ya es demasiado. Va y viene, a veces tarda unos días en aparecer pero se preocupa de que estén bien: a él le pregunta por la escuela, quiere saber sí estudia. No tiene hijos, es joven, apenas algo más joven que su mamá. Una vez le trajo un muñeco, un payaso. Lo trajo así, sin paquete, en una bolsa, aunque esto lo supo después. El regalo le cayó bien, pero al payaso lo odia ¿A quién se le ocurre regalarle un payaso a un chico de 11 años? Él es valiente, pero hay cosas que dan miedo. Trata de no tenerle miedo a la oscuridad, desde chico sabe que no tiene que dormir con la luz encendida, para ahorrar. Cuidar la plata es importante. Su mamá trabaja en una escuela, logró ajustar las horas para poder estar con él casi todo el día. A veces, cuando quiere salir con alguien lo deja en casa de una amiga de la escuela, que tiene una hija, Valentina. Es un año mas grande que él pero parece mucho más, casi adolescente. No le da mucha charla, en general él va a la tardecita, come unas galletitas o un pan con manteca con mate cocido o con mate con leche si es que hay leche. A veces hacen al revés y Valentina viene, pero eso no pasa casi nunca. Su mamá tiene 30 años y la amiga mas de 40 y enseña en varias escuelas. Claudia, se llama Claudia.

Y con respecto a la escuela, bueno, justo hoy tiene que intentar hacer una redacción. Terminarla en realidad, porque ya la estuvo haciendo mientras esperaba a que su mamá terminara el turno: a veces hace toda la tarea mientras espera, pero se quedó jugando con un amigo y ahora tiene que terminar esta redacción. En su casita no hay mucho lugar, pero él tiene un lugar separado por cortinas de lo que es el comedor, adonde tiene su cama, una mesita y el ropero. En el ropero esta su ropa, las cosas de la escuela y sus juguetes. Le gustan mucho los muñecos articulados aunque tiene poquitos, inventa historias con ellos pero no con otros muñecos. No le gustan los peluches, nunca tuvo. Y el payaso le da miedo, lo tiene atrás de todo en un estante, con sábanas adelante. Como ya había contado antes, Carlos se lo trajo para un cumpleaños: un muñeco grande, no estaba envuelto. Se lo dejaron en la mesita mientras dormía: Cuando se despertó encontró ese muñeco mirándolo desde la mesa, su mirada fija en él durmiendo. Se asustó, no es que tenga miedo, o tanto miedo ahora, pero ese juguete… mejor en el ropero. 

Detrás de la cortina se escucha todo. Esa misma noche, cuando creyeron que dormía, Carlos le contó a su mamá que el payaso no era ‘nuevo, nuevo’, que era de un sobrino que había tenido un accidente, un incendio. Justo lo había dejado en su casa una vez que había ido a visitarlo (Carlos tiene una casilla en un barrio, pero últimamente duerme en la misma obra en construcción). Un payaso usado. Quiso escuchar más, pero empezaron a hablar más bajo cuando comenzó a contarle del accidente y en el susurro el sueño lo venció. Un par de palabras: 'dormidos', 'incendio'. Un par de veces en que Carlos se había quedado ‘hasta tarde’ con su mamá (como si él no supiera que dormían juntos), el payaso había aparecido una vez en la silla, dos veces en la mesa; pero ya no mirándolo mientras dormía, menos mal. No le gustaba que tocaran sus cosas pero el payaso no importaba, la verdad. Además en su mesa casi nunca había nada más que las carpetas de la escuela, alguna fotocopia y una lapicera negra, regalo de una señora del barrio. No le dio importancia a que lo sacaran del ropero.

Hoy estaba Carlos otra vez. Estaban festejando algo con su mamá. No subo bien qué, se reían, Carlos había traído un vino, su mamá casi nunca bebía. Lo mandaron a dormir temprano, aunque él dormía muy profundo. Por eso se extrañó mucho al despertarse en la oscuridad. Su mano sintió hebras de lana junto a su cama, en la almohada. Justo antes de abrir los ojos ya sabía que era el payaso, giró la cabeza y lo miró con ojos turbios de sueño. El payaso le devolvió la mirada: —Es hoy, dijo. Antes de alcanzar a reaccionar, las cortinas se corrieron empujadas con el cuchillo de Carlos. Menos de un metro de su cama. Cerró los ojos, pero el miedo lo hizo abrirlos en el momento en que Carlos se abalanzaba cuchillo en mano. Por eso vio como el payaso se sentó de pronto, como si tuviera un resorte. Y le clavó su lapicera negra en su ojo derecho. 

David está en paz — dijo el payaso.

No podía despertar a su mamá, llamó a la policía. Cuando llegó la patrulla, descubrió que habían drogado a la mujer, y que en la camioneta había nafta y querosene suficientes para quemar la casita dos veces si fuera necesario.


lunes, 29 de abril de 2024

El otoño está en el umbral de los colores


 

En el umbral de los colores, donde el susurro del viento acaricia las hojas doradas y carmesíes, donde el sol se filtra entre las ramas desnudas, Ana cumple años.

En una ciudad sumergida en otoño, las calles se visten con el manto cálido de las hojas caídas. Cada paso volviendo del colegio es un susurro sobre la alfombra crujiente que cubre las aceras, mientras los árboles, testigos silenciosos del paso del tiempo, se despojan de su vestidura verde para abrazar la melancolía del ocaso.
En medio de este escenario efímero, donde la luz del día se desvanece lentamente, la joven de cabellos del color del ámbar y ojos sonrientes de sueños y alegrías avanza con paso ligero y mirada ensoñadora, adentrándose en el laberinto suburbano de calles de casas bajas, planeando y esperando la llegada del fin de semana para poder festejar su cumpleaños.
Las luces en la calle se encienden una a una, como luciérnagas que danzan en la penumbra, y Ana se sumerge en la sinfonía de colores y aromas que perfuman el aire. El aroma a tierra mojada se entrelaza con el perfume de las últimas flores del año, creando una melodía de atardecer.
Llega a casa, al entrar la reciben gatitos y un conejo. Va a su cuarto, donde encuentra sus cosas, sus figuras, algún peluche.
Se sienta en un rincón, y se olvida la vida bulle a su alrededor. Afuera, la ciudad se sumerge en la quietud del crepúsculo, mientras dentro, en ese pequeño refugio, el tiempo parece detenerse en un instante de serenidad. Se pone a estudiar. Acumula llamadas en el celular, la llamo y no atiende, despues me va a contar que se quedó sin batería. Está en la suya, es la hora que todo se pausa, estudia tranquila. Ana comprende la belleza efímera del otoño en la ciudad, pero no de una forma triste, sino que en cada hoja que danza en el viento, en cada rayo de sol que destella entre las ramas semidesnudas, encuentra la promesa de un nuevo comienzo, la certeza de que, aunque los colores del otoño se desvanezcan, siempre habrá luz y belleza en el horizonte. Tiene 15 años. Y todo por delante.


Nota al pie: Gracias Pao por darme el título justo que necesitaba.

miércoles, 13 de marzo de 2024

Cine de aventuras

 


Martes a la tarde, había salido a buscar trabajo durante esa mañana de clima desapacible, pero no estaba logrando nada. Estaba desempleado hacía ya cuatro meses y la situación se tornaba cada vez más angustiante. En el cielo estallaba la tormenta, ráfagas de lluvia le recordaban el haber salido sin paraguas, y le hacían aumentar su desasosiego. Con la carpeta con sus trabajos ya mojada bajo el brazo se refugió en la entrada de un viejo cine de barrio tradicional, familiar. Miró al interior, estaba casi vacío. Avanzó hasta el hall y se sintió reconfortado por el calor, una caricia a su atribulado ánimo. No tenía sentido salir con el diluvio que caía, y su humor triste y taciturno no los ayudaba a su objetivo: Era mejor levantar el ánimo y capear la tormenta externa e interna con una clásico de acción de los ‘80s, los de su propia juventud. Sorprendido observó que el encargado de la boletería no estaba, caminando despacio se asomó a la puerta de la única sala viendo pocas personas espaciadas en la penumbra. Entró discretamente y se sentó.

La película ya empezada era un clásico de aventuras que siempre veía cuando lo pasaban por la televisión, se sentó a disfrutarla en pantalla grande. Miró a su  alrededor: Varias personas con aspecto de indigentes parecían dormir. Era razonable con la tormenta afuera que hubieran buscado refugio en el cine tal como él, que en ese día y hora no debía vender muchas localidades. Recordó que el encargado de los boletos no estaba.

Se relajó, adecuándose a la comodidad del asiento, una butaca antigua de acolchado tapizado y respaldo casi hasta el cuello: con su exigua economía hacía bastante que no podía disfrutar una película en cine; recostó la cabeza en el respaldo antes de la famosa escena del látigo contra la cimitarra que tanto lo hacía reír, justo cuando sintió el tirón en el cuello. La sensación de ahogo fue inmediata, la vista se le ponía oscura y se debatió desesperado en silencio aferrando la soga que apretaba su garganta entre estertores entrecortados para tratar de forzar a llegar el aire a sus pulmones, perdía la conciencia... ¡Necesitaba respirar! 

Fue su último pensamiento antes de ser la cuarta víctima de quien la prensa el día siguiente iba a nombrar como 'el boletero estrangulador del cine'.





martes, 27 de febrero de 2024

Déjà vu

 


Déjà vu (/deʒa vy/, en francés ‘ya visto’) es un tipo de paramnesia del reconocimiento de alguna experiencia que se siente como si se hubiera vivido previamente. Básicamente se trata de un suceso que se siente que ya ha sido vivido.

- Wikipedia


Maximiliano estaba caminando por la calle cuando de pronto vio o pensó un árbol y una secuencia de acciones. Un pensamiento, llegó y se fue. Trató de recordarlo. Acaso un recuerdo del futuro, algo que ya había ocurrido en su mente cuando en realidad estaba por ocurrir, un déjà vu. 

No era la primera vez que le ocurría: cuando era un niño no sabía lo que pasaba, luego cuando creció entendió que era algo que luego ocurriría. Ya como joven lo le comenzó a ocurrir cada vez menos, aunque pudo probar la realidad de concreción de algunas situaciones. Ahora su pensamiento le traía un árbol, enorme, añoso, de nudosas raíces, de ramas entrelazadas. Trató de recordar: Daba vuelta en una calle y el árbol allí estaba. Buceó en su recuerdo, antes recordaba todo lo que iba a ocurrir, conversaciones completas ahora..., ahora no lograba situar la imagen en su pensamiento. El árbol estaba, eso era correcto, pero algo fallaba en el recuerdo, algo más, algo faltaba, no recordaba el momento posterior.

Algo en el déjà vu le hizo recordar uno anterior, cuando recién comenzaba en sistemas. Salió del instituto con una compañera, conversando ambos del programa que estaban desarrollando a medida que aprendían. Una simple base de datos que buscaban hacer crecer a un sistema para un almacén. Durante la charla Maximiliano no dejaba seguir el movimiento de los labios de Paula, pendiente más en esto a lo que decía, mientras los ojos color azul cielo de ella brillaban sonriendo. Creyó que era el momento de invitarla a salir, ese fin de semana… y de pronto recordó el déjà vu, la conversación que recordaba ya haber tenido, el momento, la calle, el auto amarillo pasando al lado de ellos, la plaza (¡No era un bosque, claro! Era la plaza), esos eran los árboles, y la conversación:

Es una exhibición de artes marciales, en el Jardín Japonés ¿Fuiste alguna vez? 

No, es en Palermo, ¿verdad?

Si, también hay una clase abierta de origami…

¡Me encanta el origami!

Si querés podemos ir, si tenés tiempo, el fin de semana.

¿No lloverá?

No, va a hacer un sol radiante, lo dicen todos los pronósticos, después podemos tomar algo por ahí. ¿Vamos el domingo?

¡Si hay sol es fantástico!, pero este domingo es mi cumpleaños…, no puedo, mamá preparó una fiesta para la familia en casa.

Lo dejamos para otro domingo entonces, la exposición de origamis va a estar todos los domingos del mes.

¡Dale!

Recordó todo en un momento, la escena, la conversación completa, palabra por palabra, cruzaron delante del paseo de compras y entonces:

¡Mirá! Esto parece como para vos, vos practicás Taekwondo, ¿no?

Es una exhibición de artes marciales, en el Jardín Japonés ¿Fuiste alguna vez? 

No, es en Palermo, ¿verdad?

Si, también hay una clase abierta de origami…

¡Me encanta el origami!

Si querés podemos ir, si tenés tiempo, el fin de semana.

¿No lloverá?

Fue un segundo, un momento en que nunca supo por qué había decidido ofender a los dioses del destino. Recordaba la conversación, recordaba las palabras justas, pero de pronto dijo:

Es muy probable que llueva, sí. 

No pudo completar la frase, la voz se le apagó a medida que vocalizaba. Se hizo el silencio. Maxi miró a su alrededor sin entender, todo parecía haberse detenido: Paula a su lado lo miraba congelada, el auto amarillo no llegaba nunca a la esquina, el viento ya no movía las banderas con el nombre del centro comercial. Un paso sin secuencia de sucesos, un movimiento a la nada, un vacío, un segundo en un espacio donde no hay tiempo. 

Luego de una infinitesimal eternidad, Paula respondió:

¡Si hay sol es fantástico!, pero este domingo es mi cumpleaños…, no puedo, mamá preparó una fiesta para la familia en casa.

Respuesta equivocada. O la correcta. Querer escapar del destino, salir de un ciclo infinito del déjà vu seguro dejaría un daño, así que…

Lo dejamos para otro domingo entonces, la exposición de origamis va a estar todos los domingos del mes.

¡Dale!

La respuesta del destino fue fatal e inmediata, Maxi nunca logró esa cita con Paula.

Siguió intentando recordar, el árbol, sí. Pero era otro lado del árbol, no del otro lado, dentro del árbol, tampoco. Había unos ojos azules, claros, y eso era lo que seguramente había evocado el recuerdo de Paula, ¿qué más…?, un perfume, un encuentro, un anillo.

Maxi continuó su camino, con el eco del déjà vu resonando en su mente como las hojas susurrantes del árbol que había anticipado. El sol derramaba su luz sobre las aceras, creando sombras danzarinas que se entrelazaban con los recuerdos que lo perseguían.

Decidió dar un rodeo hacia el instituto de computación, aquel lugar donde las líneas de código se tejían como hilos invisibles del destino. Mientras caminaba, la sensación de familiaridad se intensificó. Recordó haber vivido ese instante antes, pero esta vez, algo era diferente. El déjà vu parecía tener un matiz especial, como una página de un libro que había sido arrancada de su lugar y luego pegada de nuevo, pero ahora con palabras borradas y reescritas.

Frente al instituto, el déjà vu lo envolvió como un velo, y la imagen de aquel árbol se entrelazó con la arquitectura moderna de la institución. El sonido de las teclas resonaba y cada golpe su memoria se aproximaba al recuerdo, pero no podía atrapar el detalle que diferenciaba este momento del déjà vu que le había visitado.

Ingresó al edificio y se encontró con un pasillo iluminado por luces fluorescentes. Unos metros más adelante, vislumbró unos ojos azules que le miraban con intensidad. La sensación de déjà vu alcanzó su punto álgido, pero ahora, algo más se desplegaba en su mente.

Maxi siguió avanzando, notando un perfume familiar que flotaba en el aire, un aroma que se entrelazaba con el código que se procesaba a su alrededor. Del otro lado de la pantalla un enorme árbol de algoritmos y líneas de código se desplegaba durante el experimento. No era dentro del árbol, era la forma del árbol, las características, las ramificaciones en cada decisión que tomaba el programa, cada bifurcación era una rama.  Entonces un encuentro se produjo, un instante que parecía predestinado, como si el tiempo se hubiera plegado sobre sí mismo.

Frente a él, una joven con ojos azules llevando consigo el aroma de las flores que le había sido dado a percibir en su visión previa. En su mano derecha brillaba un anillo, el mismo que Maxi había visto en su déjà vu.

Los dos se miraron, reconociéndose en un instante que trascendía el tiempo. Maxi, aturdido por la revelación, intentó articular palabras, pero la realidad se retorcía a su alrededor como un sueño vívido. La joven sonrió, como si hubiera estado esperando este momento tanto como él.

Entonces, un pensamiento se insinuó en la mente de Maxi: ¿y si el déjà vu no era solo una ventana al futuro, sino una puerta a múltiples posibilidades? Aquel encuentro, aquel anillo, aquella fragancia, las flores, eran las piezas correctas, pero la disposición en el tiempo las había cambiado.

La joven, con ojos llenos de complicidad, le susurró: "En cada déjà vu, creamos nuestro propio destino". Y así, Maxi comprendió que el futuro no estaba escrito en piedra, pero era poderoso, forzando cada elección, cada déjà vu tejía la trama de su existencia. 




sábado, 3 de febrero de 2024

Chat inteligente

 



Jueves a la tarde, salgo del trabajo y tomo el tren a zona sur como todos los días. Por suerte es principio de año y no va tan lleno, alguna gente está de vacaciones. 

Viajo tranquilo escuchando un audiolibro, siendo que el viaje es largo me mantiene entretenido mientras mis auriculares me aíslan de la cacofonía de mensajes de audio, videos de Youtube, y TikToks que suenan a los gritos dado que casi nadie los usa. A eso sumado el incesante paso de los vendedores ambulantes comentando su mercadería que pasaban haciendo su trabajo cruzando con dificultad por el pasillo lleno de personas paradas y apretujadas, mismo pasillo en el que yo dejaba descansar mi mente después de las presiones laborales. 

Pasó otro vendedor y mientras me retorcía en mi lugar para tratar de dejarlo pasar pensando en el calor y la transpiración de una semana de verano de 36 grados promedio, miré a la puerta: un cartel, entre divertido y oficial mostraba la imagen de una chica seria de anteojos que decía — Vamos a chatear!, con la actual y angloparlante notación de puntuación que sólo cierra el signo de admiración. Siempre veo esas cosas. Abajo, indicaba un número de teléfono para agendar y —mucho más moderno— ofrecía escanear un QR. También una línea que sólo cerraba el símbolo de admiración. Es casi un toc para mí, lo sé.

Pensé que sería algo de los trenes, alguna medida de comunicación o seguridad, pero realmente no lo decía. El cartel parecía propio de la empresa de transporte, y de la misma forma, no había suficiente información para saberlo. Me intrigó.

Yo, como el 95% del vagón, tenía mi celular en la mano. Apunté con la cámara y aunque no estaba demasiado cerca, escaneé el QR. Apareció la opción de entrar a un sitio web y aceptándola, me llevó a mi Whatsapp a un chat titulado Trenes argentinos.

Bueno, otro chat insulso, hoy por hoy los chatbot nos inundan con opciones en menúes programados que nunca llevan a nada y evitan que podamos comunicarnos con un ser humano que sepa resolver un problema real. Chats que nos dan respuestas que ya sabemos y le ahorran a las empresas el tener una mesa de ayuda que realmente brinde un servicio. Uno más. Y los llaman chats inteligentes.

El viaje es largo, son muchas estaciones y después tengo que combinar en otro tramo, pero de pronto en una estación importante bajaron varias personas y me pude sentar. El señor sentado al lado iba con su celular viendo un partido de fútbol, con unos enormes auriculares de marca conocida, en vez de los que uso que se introducen en los oídos, que yo siento más cómodos cuando voy parado. Sonreí pensando en lo bien que estaría escuchando y lo concentrado que se lo veía. Yo aproveché a revisar el mail pero no había nada nuevo, el whatsapp dio un error al abrir el programa, pero podía esperar. Raro, pero no infrecuente: mi celular no es demasiado nuevo, y cada tanto conviene reiniciarlo. Estuve a punto de hacerlo, pero el audiolibro estaba en su punto álgido comenzando una emocionante batalla entre un psicoanalista y un enfermo mental. Llegué a la estación de combinación y abordé el otro tren, casi vacío. Esta vez no tenía compañero de viaje. Cinco estaciones más. El viaje es largo al vivir tan alejado pero la vida es tranquila. Inseguridad existe, sin dudas, pero en el barrio nos conocemos todos y estoy en una calle tranquila. La misma manzana adonde toda la vida vivió mi familia, una casita chica con una terraza , un perro y un jardín. Tomé el colectivo en la estación, y caminé unas cuadras hasta llegar. Desde la esquina noté algo raro, mucha gente reunida en la cuadra. Los gritos y mi mamá llorando. Los vecinos que venían corriendo a la esquina a hablarme, los comentarios que ahora alcanzaba a escuchar:— ¡Lo soltaron, lo soltaron! Me senté en el borde de piedra del jardín mientras me decían que mi papá ya regresaba con mi tío, que habían salido con el auto a llevar el dinero. En unos minutos todo se aclaró: Al parecer me habían hecho un secuestro virtual, habían aprovechado el link y que yo aceptara la página web para insertar un virus en el celular, con él habían secuestrado el teléfono y no podía recibir mensajes ni llamadas, ni por mail ni por whatsapp. Con mis mensajes descubrieron de inmediato el teléfono de mis padres y los llamaron para decirles que me tenían secuestrado. Mi papá, muy práctico, había cortado de inmediato y había intentado llamar a mi teléfono, sin suerte. Al enviar un whatsapp los hackers habían contestado por mí, diciéndole que me tenían y dándoles por la misma vía el lugar donde depositar el dinero para liberarme. No sé como supieron de la venta del auto, pero pidieron los 15.000 dólares que habían cobrado unos días antes.

Para cuando me enteré de esto, ya habían regresado mi papá y mi tío, habían dejado el dinero en una bolsa azul, en un deposito de basura en una calle de Balvanera, en CABA. 

Ahora toda la familia viaja en tren, hasta que pueda devolverlos. 





martes, 16 de enero de 2024

Un Resplandor de Historia: La Bandera Argentina y su encuentro con el Sol

 

Foto de plaza de mayo, de espaldas a la Casa rosada
Jueves 11/01/2024

En la bandera y en la historia de Argentina, se esconde un dilema que ha intrigado a muchos: ¿la bandera nacional siempre lleva el sol en su corazón? vamos a desentrañar este misterio y descubrir la verdadera esencia de uno de nuestros símbolos patrios.

La bandera, emblema cumbre de nuestra identidad, ondea con el orgullo de los cielos celestes y la pureza del blanco. ¿Pero qué pasa con ese sol que brilla en su seno? ¿Es una constante en nuestra enseña nacional?

Para descifrar este enigma, es imperativo remontarnos a los días de febrero de 1812, cuando el general Manuel Belgrano dio vida a nuestra amada bandera en la Capilla del Rosario. Según cuanta la tradición, el General Belgrano tomó como ejemplo los colores celeste y blanco de la escarapela de los patriotas de la independencia para crear la bandera: Durante las fechas de la Revolución, los patriotas que estaban a favor de la independencia repartían cintas a quienes estaban de acuerdo con los colores que identifican, incluso en la actualidad, a la dinastía de los borbones.

La bandera luego fue consagrada en 1816 por el Congreso de Tucumán, pero las confusiones surgieron en 1818 cuando el Sol de Mayo fue incorporado por el presidente Pueyrredon a la franja blanca central y así adquirió su lugar privilegiado en el corazón de nuestra bandera. Este Sol de Mayo fue creado por el hábil artesano Juan de Dios Rivera. Inspirado en Inti el Dios inca del sol, este astro radiante con 32 rayos entre flamígeros y rectos, rinde homenaje a la Revolución de Mayo.

Pero desde ese momento comenzaron los juegos de luces y sombras con un sol que se muestra (Febo asoma...) o no, en nuestra enseña.

La pregunta persiste: ¿Con sol o sin sol? La confusión, en realidad, fue un intento de simplificación en el siglo XIX. En 1818, se asignaron distintos usos a la bandera según su diseño: sin sol para civiles y con sol para fines militares, assí serviría para identificar los barcos militares de los mercantes. Dos banderas en paralelo, en una confusión que duró 167 años hasta que en 1985, la Ley 23.208 barrió con la dualidad y proclamó que la única bandera argentina es la que lleva el sol. Desde entonces, el sol inca ilumina con su resplandor cada rincón donde nuestra enseña flamea. Esta ley no solo estableció la unicidad de nuestra bandera sino también sus derechos de uso. Desde el Gobierno nacional hasta instituciones civiles, todos comparten la misma enseña nacional. El bicentenario de la Revolución de Mayo trajo consigo un decreto en 2010 que fijó las medidas, características de la tela, colores y accesorios de nuestra querida bandera. Todo un protocolo para garantizar que su esplendor se mantenga incólume.

Hoy, al ondear la bandera argentina, recordemos que su sol brilla con una luz que ilumina nuestro pasado y guía nuestro futuro. Un resplandor que nos une como nación, donde la historia y la identidad se encuentran en cada pliegue de nuestro símbolo patrio.