sábado, 15 de febrero de 2025

Día de configurar un televisor

 


Terminado el horario de trabajo, buen momento para ver una serie. Nos sentamos en el sillón con una comida rápida y buscamos una comedia. Ya está, ponemos esta. Cambiamos el control de la Play al del televisor una y otra vez. Esta tele es viejita, no sabe de ser inteligente o smart, como le dicen ahora. Con un control seleccionamos la Play conectada, que le da aplicaciones a una TV común; con el otro, ponemos Netflix; con el de la tele, subimos el volumen; con el de la Play, seleccionamos la serie... ya está. Nos sentamos, empanada en mano, a ver Envidiosa.

La imagen se corta, una y otra vez, aunque el sonido funciona. ¿Será la PlayStation? Es una Play 3 viejita, usada, que ya tiene muchas batallas y ha cambiado de joysticks año sí y otro también. Pero se corta la imagen. Conecto la tele directa a la computadora y pongo Netflix desde allí. Ahora sí... no. Se sigue cortando. La pantalla muestra unas rayas arriba y se sigue frenando la imagen una y otra vez. Así no se puede ver. Se va haciendo más tarde, las empanadas se enfrían. ¿Serán microcortes de internet? Parece ser eso, sin dudas. Claro, se entrecorta la conexión. Pero yo estuve trabajando todo el día y antes tuve la radio en línea, así que debe ser de ahora.

No importa, tengo un par de discos rígidos con películas. Ponemos una película directa al televisor y ya no hay problemas de internet. El USB se conecta y aparece la opción en pantalla. El disco muestra el listado de carpetas con películas y, al pasar de carpeta en carpeta, el cursor se mueve cuadro a cuadro, como si fuera un jueguito de DOS de los 90. No, no es el internet. Pruebo un video en la computadora y funciona perfecto. Es el televisor.

Lo apago, lo enciendo, sigue igual. Lo desconecto, cambio los enchufes de entrada. Nada. Mi habilidad en tecnología de televisores alcanza su límite: encender y apagar, desconectar y conectar... a lo sumo, un golpecito en televisores viejos, de los de tubo. Sí, no me miren como un dinosaurio, antes de este había uno de tubo. Este tiene 12 años, un LG 3D, una tecnología subvalorada y ahora obsoleta, con sus salvajes 720 px para la época.

Murió.

Antes de dormir, compro uno chino, barato, por Mercado Libre. Esta vez sí es Smart, 40 pulgadas, con Google TV y afines.

Llega, lo desempaco, con mi hija le ponemos las patitas, pilas en el control remoto, y después lo colocamos en su lugar y a configurar. Pide el mail, pide mi teléfono, pide la red de internet, otra vez el mail, configura algo solo. Me pide que siga con Google Home, se cuelga todo, empiezo de nuevo, ya no puedo regresar al paso indicado. Apago y vuelvo a encender, ya se conectó solo. Mágico. Seguro eran los chinos tratando de obtener todos mis datos. Igual ya me los habían pedido. Acepto las condiciones. Creo que no solo le vendí mi alma al Diablo en los términos y condiciones, sino que debo estar donando los órganos para un chino. En el segundo paso siguiente para la configuración de aplicaciones también hay términos y condiciones, una parte está en chino. Supongo que quiere decir que lego todos mis bienes a la noble causa del Partido.

Finalmente configuro todo. Mi hija pulsa la tecla Home y, nuevamente, tenemos televisión.



jueves, 13 de febrero de 2025

Día de Interactuar con Insectos

 


Todos conocemos algunas características de los insectos. Por ejemplo: sabemos que las mariposas, en su etapa inicial, son orugas y luego pasan por una metamorfosis para convertirse en mariposas. También, gracias a multitud de memes, sabemos que la hembra de la mantis religiosa se come la cabeza del macho después de copular (aunque, para ser científicamente precisos, esto no sucede siempre). A nadie parece importarle que estos insectos, con su aspecto tan peligroso, puedan girar la cabeza 180 grados o que tengan un tercer ojo oculto en la frente. También sabemos que algunas cucarachas pueden volar, o que las arañas saltan. (Y aunque las arañas no sean insectos, sino arácnidos, continúo con la referencia para que el relato tenga coherencia). En fin, las arañas saltan, lo que las coloca en el grupo de los bichos más aterradores. Porque, admitámoslo, que un insecto —o arácnido, en este caso— te salte encima no es para nada agradable y desencadena miedos ancestrales en todos nosotros.

Esto sirve como prólogo para contar una situación que me ocurrió esta mañana. Estaba bañándome y, a través de las dos cortinas del baño, a trasluz, vi caminar una cucaracha. Sin entrar en disquisiciones sobre las diferencias del cerebro masculino y femenino, y después de haber consultado sobre esto, sé que una mujer habría aplastado al bicho sin mayor problema, utilizando las cortinas plásticas. Esto, claro, si no le hubiera dado miedo o asco. Yo, como buen macho de la especie lo único que hice fue darle un puñetazo a la cortina, con la imaginaria intención de destruír el insecto por el puro poder de un golpe (un bicho que es capaz de soportar una hecatombe nuclear), lo que provocó que el asqueroso artrópodo se asustara y comenzara a correr hacia arriba. En segundos, se equilibró sobre la barra de la ducha.

Lamentablemente para mí, y en contra de mi previsión de que la cucaracha bajaría hacia afuera, huyendo de la presencia humana y alejándose de la bañadera, y en contra de la creencia popular de que las cucarachas no saltan, esta saltó. Tal vez era ignorante de las limitaciones físicas de su especie, o simplemente no le importaba. No fue que voló como otras cucarachas; era una simple cucaracha grande y negra que, sin dudarlo y sin ningún miedo a la altura, se lanzó directamente hacia mí, desnudo en la bañera. Esto provocó un rápido movimiento hacia atrás (mío), un avance frenético (de ella), algún golpe, un rápido zapateo (más para esquivar que para atacar), un intento de escape (de ambos) y un estiramiento forzoso para alcanzar un aerosol con el cual rociarla.

Hoy fue un día en el que aprendí que, al igual que las arañas, las cucarachas también pueden saltar.