jueves, 26 de julio de 2018

Fallo




Los tres jóvenes físicos estaba a punto de lograrlo. Tras casi una década de cálculos y pruebas, habían conseguido una máquina del tiempo operativa, o al menos eso esperaban. Faltaba la prueba final. El ingeniero electrónico que habían contratado para fabricarla había terminado el último modelo para realizar la prueba definitiva. Uno de ellos, experto que venía de Trek Technology sugirió salir a festejar ya que era tarde, el laboratorio en la universidad era el único iluminado en el edificio. Pero no podían esperar a hacer las pruebas al día siguiente, el ingeniero trajo unos cafés de la máquina y brindaron en el vasito de plástico. En minutos, muertos, los tres. 
Muerte por asfixia, con vómitos, casi simultánea. El potente veneno alcanzó a dos de los científicos casi de inmediato, el tercero se debatió pero una barra de acero fue un argumento muy contundente mientras estaba confundido. El ingeniero tiró el frasco de cianuro que tenía en su bolsillo, los cadáveres no importaban. Buscó rápido en las pertenencias de los tres, averiguó en la web lo que necesitaba saber usando páginas de datos personales, buscó un año de confluencia, y se subió a la máquina con un arma. Tampoco era necesario el secreto, total no estaría el tiempo suficiente. Anotó la geolocalización, grabó una copia de todas las notas del proyecto en un pendrive que guardó en su bolsillo y se subió a la máquina. Dudó en si volver a la época en que su eterno amor lo había rechazado, pero no. Primero lo primero. Viajó 40 años atrás y mató a uno de los padres de cada uno de los tres científicos. Todos de la misma forma, algo sencillo, aterrizar en la vereda, golpear la puerta de la casa a la noche, disparo al abrir, salto al siguiente. Luego de eso en el futuro sería el único en posesión del secreto, y podría hacer lo que quisiera. Regresó, necesitaba un baño y planear con cuidado el siguiente movimiento. Apostar parecía un recurso algo simple y algo lento, pero con la máquina el tiempo no era un problema realmente. Y lo simple le quitaba el peligro de un error. Llegó: la audacia le había servido, obviamente no había cadáveres a la vista en este futuro, su actual presente mostraba que el laboratorio estaba vacío y se podía ver que hacía tiempo nadie lo ocupaba. Salió de la máquina e inmediatamente esta se desvaneció. Tampoco estaba el pendrive con la copia de los datos para la investigación y fabricación de la máquina, que hubiera debido estar en su bolsillo; y también desaparecieron sus zapatos. Confundido, se dio cuenta que algo había salido horriblemente mal.



viernes, 13 de julio de 2018

Leaf




Una palabra en un artículo del diario, el nombre de un poni enano salvado de una inundación en Japón, dispara un recuerdo imposible: Leaf, hoja en inglés. Y en mi cabeza el recuerdo de una remera que durante unas vacaciones en la costa me regaló la primer persona que amé por completo, una remera que usé durante parte de mi adolescencia y terminó llena de herrumbre antes que le propio amor fallara. Intenté crear una imagen, pero mi resultado es muy insuficiente, tenía muchos más detalles. Como el propio amor.



jueves, 12 de julio de 2018

Descanso




El ruido cesa, la pálida luz de la luna ya cruzó el cenit, quedan pocas horas para el descanso; por fin el silencio. 
El despertador duele como cruel recordatorio de los desvelos involuntarios, receptáculo vibrante del odio a mi vecina de arriba.


martes, 10 de julio de 2018

El Mago




En el colegio lo llamaban Luciano Gutierrez. Pero los amigos lo llamaban Mago.
En su clase no se destacaba por sus calificaciones, pero lo que sorprendía a muchos era que se le daban fantástico las matemáticas.
Desde siempre le gustó el fútbol y su papá Alberto lo llevó a practicar desde muy chico al club social del barrio. Pronto demostró ser muy bueno, tanto que al poco tiempo de jugar lo probaron para las inferiores en el club más importante de su provincia y quedó seleccionado.
Y desde inferiores que lleva el apodo: El Mago. O Mago, a secas. Eso cuando juega, y para los que lo ven de afuera,  los amigos más cercanos lo llamaban Lucho.
Mantuvo el apodo cuando pasó a entrenar con la reserva y ya era un canto que bajaba de las tribunas aún antes de que lo confirmaran de titular en Primera, a edad muy temprana.
El Mago fue siempre un jugador que le ponía el pecho a la 10 que le quedaba pintada en la espalda. El pase preciso, al cambio de banda exacto, la habilitación al pie. Con la derecha acariciaba los tiros libres, con la izquierda aseguraba en los penales.
Y el cabezazo: se elevaba en el aire, quedaba suspendido mientras su cuerpo se desplazaba hacia la pelota que siempre lo encontraba en su curso para disparar un misil de pique al piso con su frente. Imparable, impiadoso, imposible de detener.
Pocos podían contar tantos goles como el Mago en partidos importantes o clásicos, por eso era tan popular. Incluso eso era lo que disfrutaban más los hinchas, acaso más que esa técnica  que le permitía encarar a los defensas rivales mirándolos a los ojos y dejándolos congelados con la mirada y confundidos con su gambeta.  O esa habilidad tan propia y única que le permitía patear altos, muy altos los tiros libres que bajaban tomando velocidad y buscando el ángulo al que el arquero — triste víctima de turno — no podía llegar nunca.
Le llegó rápido la fama, pero nunca se ufanó de sí mismo. Cuando sus compañeros salían y recorrían la noche, o daban entrevistas en los medios él se encontraba en su casa leyendo en la imponente biblioteca que había hecho construir en el sótano de su mansión: — Busco el silencio y la concentración — decía.
Pero en el verde césped provocaba ovaciones.
Ganó más títulos locales que ningún otro. Llevó a su club del interior a un estrellato impensado. Llegó a primera y se hizo fuerte, clasificando para competencias internacionales. Así lo conoció el mundo, cuando ya cada domingo tenía preso de su pierna derecha a todo el país.
Lo buscaron de los mejores clubes de las más grandes ligas del fútbol, él eligió los que le aseguraban mantener una vida tranquila.
Ganó todos los títulos internacionales que jugó, excepto el mundial.
Esa Selección mundialista que salió bicampeón  nunca lo tuvo en sus filas simplemente porque el DT no lo convocaba, y era sabido que se trataba por la envidia que provocaba su éxito.
Algunos aducían que había habido algún problema entre ellos durante la juventud de ambos: eran del mismo pueblo, dos ídolos deportivos demasiado grandes para una ciudad ignorada. Se habló de una mujer, de dos exitosos adolescentes tras unos ojos negros. Habladurías. Rumores. Chimentos. Quizás alguna verdad en ello.
Pese a esa animadversión Lucho en cada entrevista que daba defendía al equipo nacional y a sus compañeros, indicando que era más importante el grupo que la individualidad.
Pero nunca pudo formar parte de la Selección mayor.
Y eso a pesar que todos los médios lo pedían ¡Y como lo pedían! para el conjunto nacional, en todos los programas deportivos había largas discusiones de como era posible que estuviera ausente, todos los fanáticos alzaban la voz en cada convocatoria sabiendo que no había otro como él para la 10 de la Selección, mientras el DT mantenía la negativa y pedía no hablar del tema.
Por eso sorprendió tanto que cuando  el equipo nacional obtuvo de forma sufrida y en los últimos minutos el segundo campeonato del mundo el DT inmediatamente declaró ante los medios —en ese momento de triunfo absoluto— diciendo:
— Fue bueno no haberlo convocado, ¿ven ahora que podíamos ganar sin él?
Agravaba el comentario el saber que por su edad, El Mago ya no podría disputar otro Mundial.
Le había quitado la última oportunidad de llegar a la máxima gloria.
Por supuesto Lucho se enteró de inmediato de la declaración,  en medio de una maraña de micrófonos de periodistas, al aire, en vivo, desde un país que había acogido su talento que veía desplegar cada semana en una liga extranjera. Lo tomó por un desplante innecesario y realmente enojado, cambió su habitual tono tranquilo y diplomático con un reto insólito: Desafió enfrentar a la selección campeona del mundo con su ex equipo de provincia, aquel en el que había comenzado, el cual luego de su partida había regresado al Regional tras flojas campañas. Ecos de una gloria de tiempos recientes pero ya inalcanzables sin El Mago en sus filas.
Sin él eran un equipo del montón, pero con el Mago todo era posible, aún incluso llamar a la gloria, tomarla del brazo e invitarla a tomar un café.
Los medios sorprendidos por  el desafío se hicieron eco al punto:  la tapa de los diarios al dia siguiente la compartían mitad la Copa del mundo en manos del equipo campeón, y mitad el Mago, con la mirada oscura de un semblante airado. La noticia recorrió el mundo y mucho más después de que el DT, igual de sorprendido que los demás pero soberbio, aceptó, para darse la oportunidad ansiada de derrotarlo en el campo.
Se pactó como un amistoso, como un juego, una práctica un mes más tarde, con el propio DT como árbitro. Aún eso aceptó el Mago. La convocatoria sí se tienen en cuenta los antecedentes no fue impensada, pero pocos imaginaron cuan rápido se iban a vender las entradas. La gente hizo cola desde el día anterior, el estadio más grande del país estaba lleno hasta las escaleras, se vendieron hasta lugares extra en los pasillos de acceso para la multitud que pedía ser minimamente parte del desafío, para poder decir — Estuve ahí.

Los clubes, contagiados por el espíritu de la apuesta —y la publicidad—, y en un hecho inédito, cedieron  a los jugadores nacionales e incluso los internacionales para el amistoso. Los aviones llegaron trayendo a los mejores futbolistas del exterior. La fiesta estaba armada.
Y es que el Mago había estado entrenando con su equipo durante ese mes, aceitando jugadas que lo tenían como inevitable eje. Descontaba que el DT Pulcioni iba a ponerle marca personal, cosa que no le importaba realmente.
Pero sí le importaba que el resto del equipo interpretara su partitura, entendiera su música, fueran brazos — piernas— ejecutoras de su magia. Algunos del equipo lo conocían, otros no, dialogó con todos y estuvo dedicado plenamente al partido. Un consagrado lateral ya retirado aceptó regresar fichado libre por el club, como refuerzo de última hora. Y el propio Mago fue un DT de hecho, ya que el director técnico del equipo lo dejó hacer y deshacer a su gusto, tanta era la confianza en él.

Y llegó el día del partido.

Lucho se despertó temprano, saludó a sus compañeros en el desayuno mientras observaban por el ventanal del salón la multitud que empezaba a reunirse frente al hotel en el que estaban concentrados. Un cielo despejado que invitaba a hazañas épicas. Después, entrenar suave y prepararse para el partido que estaba pactado para últimas horas de la tarde. Un vídeo de último momento armado por el DT, como forma de dar una segunda mirada, ayudó a ajustar algunos puntos.
El almuerzo y la merienda no lograron calmar los nervios de todos, que deseaban estar ya en la cancha. Tanta ansiedad provocó que el micro salga temprano, y cinco minutos antes de las 6 de la tarde llegaban al estadio, faltaba media hora para el encuentro. El Mago bajó del ómnibus al frente de sus compañeros, la frente en alto, y ante los aplausos de bienvenida su rostro cambió de un semblante serio a una sonrisa. Sabía que había dejado atrás su imagen de austeridad y mesura por un desafío en el que apostaba todo. Pero siempre había sido su forma de ser: apostaba la verdad de sí mismo en cada jugada.
En las profundidades del vestuario se escuchaban los incipientes cantos de una hinchada dividida por el amor a la escuadra de su país y la admiración por su más grande ídolo, hoy enfrentados. Un enfrentamiento sin rivalidad ni odio, la suprema magia del fútbol.

Llegó la hora. La caminata por el túnel, las últimas palabras de aliento, el abrazo, y el paso que se transformó en trote y el rápido salir seguido de todos sus compañeros, 'Los Amigos del Mago'. Fue recibido  con banderas, cantos y aplausos. Como también el llamado 'Equipo del País' apenas salió de la manga. Los protagonistas estaban en el campo. Pulcioni vestido de negro y con el silbato en la mano miraba con confianza y sobradoramente al Mago. Su asistente estaba en el banco.

La Selección no iba a tener una buena tarde, eso estaba claro. Ya a  los nueve minutos luego de una gran jugada colectiva el Mago abrió la pelota hacia la derecha, Marcos se la devolvió, Lucho le amagó para adentro y para afuera al defensor que unos dias antes había sido una muralla en la final contra Inglaterra, se le escapó y lanzó un centro rasante casi paralelo a la línea de fondo y Alejo, compañero de inferiores que lo conocía de memoria, punteó el balón al fondo de la red, justo antes de que el arquero nacional pudiese tomarla con las manos. 1 a 0.
Se produjo una ola enorme en las gradas, que recorrió todo el estadio. Mas de 65000 personas alzaron las manos en el festejo, lejos del récord Guiness de 110.000 espectadores en Sidney, pero igual de impresionante por el rugido de la multitud al momento de ejecutarla. Los jugadores levantaron la vista con sorpresa. Excepto durante la Copa llevaban mucho tiempo en que la selección no llevaba tanta gente acompañándola, aunque ahora estuvieran festejando un gol contrario.
Pero los campeones tenían jerarquía, y mucho mejor equipo. El empate en uno llegó casi al final de la primera etapa, con un preciso centro y cabezazo goleador. Al iniciar el segundo tiempo, y después de los gritos de Pulcioni que se pasó por el vestuario en el entretiempo, daban vuelta el partido con una doble pared que perforó la defensa por el medio.
El estadio era una fiesta, no había más que una única tribuna, todos aplaudian cada acción no importaba de que equipo fuera, no había favoritos.
Promediaba el segundo tiempo, y el equipo de Los Amigos del Mago estaban refugiados en su arco, la Selección los tenía en su propia área y sufrían ataque tras ataque, entre internadas rápidas, desbordes por la banda y faltas en contra que sistemáticamente les cobraba Pulcioni que esperaba ver el cuarto gol antes que el tercero. Habián hablado una y mil veces, y lo habían repetido hasta el cansancio en el entretiempo, que no debían permitir ni un roce en el área, sabiendo que les cobrarían el penal de inmediato. Afuera marcaban firmes y con la consigna: "El jugador o la pelota, los dos juntos no pasan".
Era tanto el dominio que ahora las gradas estaban en silencio, atentos a cuando se produjera el tanto. Se veía venir. Battilana, el feroz delantero del Barcelona esperaba el enésimo centro atrás de Lopez, que había llegado al fondo desde la izquierda, cuando la pelota hizo una curva rara al pegarle con efecto y en lugar de centro se convirtió en un remate al segundo palo. Juancho, el arquero que esa noche se estaba consagrando como 'el mejor del fútbol mundial' —según lo que dirían luego sus amigos—  por todo lo que estaba sacando, voló una vez más, un relámpago  al ángulo en el manotazo para descolgar el gol que pudo ser el del final del partido, con tan mala fortuna que la pelota cayó en el borde del área chica y un mal despeje de Héctor dejó el balón boyando en el punto del penal frente al Batti, con el arquero vencido.
Cuando se reprodujo a posteriori el momento en varios programas de televisión, se ve la mirada fija del goleador, el pie firme con que impacta  a la pelota, el disparo seco, duro. El cálculo de velocidad que supera los 180 kilómetros por hora del balón que se transforma en el cañonazo al centro del arco que todos vimos. No sale en la escena el Mago, en ese momento, ni cuando se lo pasa en cámara lenta. Pero de pronto estaba ahí parado, firme como roca,  sobre la linea, desinflando en el pecho el disparo, desactivando el misil; una jugada que fue más un sonido que una acción, el eco del golpe sordo en el pectoral como un tambor de guerra, la pelota cayendo mansa a sus pies un centímetro afuera del arco. Un redoble en el pecho como una llamada.
Y se puede ver la mirada. La mirada en sus compañeros, en los rivales, en las gradas, en el portero rival a 90 metros. Y la gambeta, la salida rápida en que en un mismo movimiento desaira a tres rivales con la pelota a la izquierda, a la derecha, de nuevo a la izquierda en un slalom entre ellos. Y la carrera saliendo de la multitud que es el área con el pique corto, y el tranco largo adelantando la pelota hacia la mitad de la cancha. Levanta los brazos y como si se extendieran fuera de su cuerpo, Marcelo y  Jorge aparecen corriendo por las bandas, como una extensión de su pensamiento; la remera se infla y flaméa como una bandera cuando corre liderando la contra hacia el arco rival. El mediocampo de pierna firme que es la marca registrada de la selección se les vienen al humo, el Turquito Mesut que ha talado tobillos en ya dos finales de la Champions Ligue se barre con violencia y pasa de largo cuando el Mago engancha la pelota en una bicicleta etérea, saltándolo al mismo tiempo; Aniol lo enfrenta y Lucho sin mirar inventa un pase perfecto al vacío a Marcelo, que llega solo por el lateral hasta el área y ante la presión del defensa, la cambia toda a la izquierda en velocidad, y es Jorge ahora como extremo puro y de primera que completando la jugada preparada se la devuelve al Mago, que llega por el centro, pisa la pelota, elude la estirada desesperada del arquero que salía a achicar y con un toque suave bajo el cuerpo lo vence completando la contra perfecta y empata el partido.
Y la gente estalla, grita, aplaude.  El Mago sonríe feliz mientras sus amigos lo abrazan.
En una bandeja baja cerca del arco de la selección, unos ojos negros brillan de admiración.
Quedan  15 minutos, y el estadio es una fiesta.
Menos para Pulcioni.

Los campeones del Equipo del País están tocados en su orgullo sacan parte de esa mística que los hizo bicampeones, y se adelantan en el campo. Los Amigos del Mago se repliegan y apuestan al contragolpe a falta una mejor arma: no pueden tener la pelota. Y así el mediocampo se transforma en terreno vedado, el partido se hace vibrante en el ida y vuelta, desordenado en el peligro de cada acción, es un duelo de 15 minutos de ritmo frenético en el cual los arqueros de ambos equipos evitan la caída de la valla una y otra vez. Los Amigos de Lucho, tocados por la mística de estar haciendo historia, juegan el partido de sus vidas y devuelven golpe por golpe, El Mago, parado en el centro del campo,  controla los hilos de cada jugada como un titiritero, la pelota obedece todos sus deseos y los hace realidad, en pases al hueco y habilitaciones al límite. Pero el empate continúa. La selección es un equipo curtido en las mayores batallas y no va a dejar arrebatarse el partido, no después de salir campeón, no se van a retirar derrotados.
Pero...
Un rechazo desde la defensa, el pase largo al pie del Mago, el taco de Alejo en el borde del área, Vega que sale a cortar y no llega a tiempo y se lleva a Marcelo y a la pelota juntos en el cruce. Penal. El grito sale de todas las gargantas. El silbato parece que no va a sonar, todas las miradas se centran en el árbitro. Pulcioni cobra: Afuera del área, tiro libre. Un rumor de murmullos recorre el estadio.

Los once de la selección están defendiendo. El tiro libre es acomodado por el Mago, y nadie se acerca. Se sabe que va al arco. Siete en la barrera, tres sueltos. Si las reglas lo permitieran se subirían unos sobre otros para evitar el remate alto que todos saben que viene. El silbato del árbitro. La pelota que se transforma en cometa y luego en piedra que cae hacia el arco. El arquero que estudió los remates mil veces. Y que demuestra su calidad llegando adonde otros no llegan, con el puño semicerrado descuelga el tiro que caía en la esquina superior izquierda, al corner. El equipo de Amigos del Mago se adelanta en el campo, los altos van en busca del cabezazo, Lucho toma la pelota y va hacia la esquina para patearlo.
Hay empujones en el área, faltan pocos segundos, el partido empatado. Pulcioni amonesta a Jorge, y expulsa a Beto. Lucho mastica bronca desde la esquina y cuando suena el silbato patea una comba venenosa al primer palo, lejos del arquero que cubre el segundo. Es olímpico...
... pero se cruza Ramirez. El chaqueño Ramirez, "El Impenetrable" Ramirez, el íntegro histórico 2 del seleccionado, está ahí, enorme en su metro noventa y cinco de altura, un tronco de quebracho haciendo sombra al poste izquierdo del arquero allí por donde intenta entrar la pelota, levanta sus brazos como las ramas del propio árbol, atrapa la pelota y se queda ahí parado con el balón entre las manos, como desafiando a cualquiera a que le diga algo, evitando el gol y rectificando con su acción los espurios fallos anteriores del árbitro. Ahora sí, roja y penal.

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Fue en ese momento que todos, los hinchas y las cámaras buscamos al Mago con la mirada, para descubrirlo sentado sobre la raya de cal al lado del arco, agarrándose el tobillo.
Después se sabría que al patear el corner con tanta fuerza para la comba había apoyado mal el pie al caer y se había torcido el pie de apoyo al tratar de mantener el equilibrio. Que eso había resentido una lesión anterior de la que no estaba bien curado, un desgarro isquiosural en que ahora había terminado de romperse el músculo. Algo bastante común. Pero, ¡en ese momento!
El DT miró a Alejo, el más experimentado, el penal lo podía patear cualquiera. Alejo lo miraba al Mago, sentado en el piso y con la mirada baja, hacia su pierna. Todos sabíamos que se iba a levantar para patearlo, sólo lo podía patear él.
Fue cuando notamos el chico con la camiseta de la selección y con 'Mago' escrito en la espalda, se acercaba al héroe caído, pasando su cuerpo chiquito de 7 años por un agujero del alambrado y sorteando a paso lento los periodistas que arremolinados al borde del campo, acercaban al Mago cámaras y micrófonos para captar de cerca el momento a momento de la acción que podía definir el partido.
Parado en el punto del penal, Pulcioni hizo sonar el silbato.
El chico llega hasta Lucho, se agacha, le toma el hombro cuando recién los guardias empiezan a  reaccionar para sacarlo,  y  mirándolo a los ojos le dice en un hilo de voz que se amplifica en los micrófonos, que se agranda y se escucha de pronto en todo el estadio y en cada uno de los corazones de los hinchas: — No hace falta, Mago.

Lucho levantó la vista, miró a la pelota en el punto del penal, miró a Pulcioni que lo miraba con el silbato entre los labios, miró a sus compañeros. Con esfuerzo y apoyándose en la pierna sana y tomando al chiquito de la mano, se levantó y comenzó a dirigirse muy despacio hacia los vestuarios, con una sonrisa y el peque a su lado. Cuando cruzó la línea de cal, el 10 saludó a los hinchas alzando  su brazo izquierdo mientras con su mano derecha se tocaba el corazón y se metió en el túnel.
Mientras esto ocurría, Alejo seguía en el punto del penal enfrente al arquero que esperaba el remate y aunque la pelota ya estaba colocada se acercó caminando y tomándo del hombro al guardiameta, lo hizo girar para que viera a la multitud que desde todos los rincones de la cancha se olvidaba de las preferencias y el canto bajaba en una sola voz: "Olé, olé olé olé, Mago... Magooo". El arquero  se puso a aplaudir, y rodeando a Alejo con el brazo, avanzó también hacia el tunel, ambos un brazo en alto, tomados de los hombros.
Y detrás de ellos, mientras en el reloj corrían los últimos segundos del encuentro, y con la pelota abandonada en el punto del penal,  los dos equipos se encolumnaron sin más gesto que los brazos en alto, aplaudiendo a la tribuna camino a los vestuarios y dejaban el campo en donde sólo quedaron Pulcioni y su envidia.




lunes, 2 de julio de 2018

Abismo dulce terciopelo de tus besos



Se hace imposible ahora lograr
acaso escribir esta canción
estoy tratando de cantar
con mi congelado corazón

Tengo la desesperanza a flor de piel
de no poder volvernos a encontrar
no sé cómo plasmar en un papel
esta forma cruel  que fue tu amar

Y porque supe disfrutar en tus caricias
y el abismo dulce terciopelo de tus besos
es que siento triste hoy vana codicia
de no hallar roto siempre el camino de regreso

Porque fuiste la magia de mis dias
porque fuiste la hechicera de mis sueños
porque mi corazón que nunca olvida
quiere recordar acaso en dulce ensueño

Y desde aquella noche soñada
que fue mi corazón la diana,
y tus ojos negros fueron arma
afilados dardos tu mirada...
un triste final ser un recuerdo.