miércoles, 26 de diciembre de 2018

Detective





Se escuchaba el ascensor subir luego del timbre, un posible cliente.
Miró la oficina: un archivero viejo de metal verde despintado enmarcaba la habitación por un lado, el escritorio de madera noble pero ya muy desgastado dominaba la escena. Su sillón de oficina giratorio tenía un almohadón de cuero nuevo sobre el tapizado gastado y roto por el uso, lo disimulaba bastante.
No había limpiado la ventana desde hacía semanas y la vieja persiana americana estaba tan levantada como era posible, algo torcida por la diferencia de ángulo de las roldanas, los rayos de sol dibujaban motas de polvo flotando que eran arrojadas sin piedad por un antiguo ventilador de pie. 
No estaba conforme con su lugar de trabajo, siempre decía que era necesario mejorarlo y nunca lo hacía,  ordenar los papeles que se agrupaban en desparejas pilas en el escritorio y sobre el archivero, cuan cordilleras de casos no resueltos. Limpiar los vidrios, barrer la moqueta, sacar la basura que mostraba en el cesto los restos del último pedido de sushi. poner una planta: siempre le habían gustado las orquídeas.
El golpe en la puerta, la invitación a entrar mientras se paraba en sus zapatos de tacón alto para conducir a la cliente a la única silla limpia. Tiene su mismo rouge, rojo intenso.
Se presenta, escueta, tradicional, mientras enciende el cigarrillo con boquilla de plata:
— Angela Pinkerton, detective privada. ¿En que puedo servirle?

lunes, 24 de diciembre de 2018

Y si te toca llorar...





... Es mejor frente al mar, dice Serrat en uno de sus temas.
Y eso siempre fue cierto, desde chico el mar estaba en mis genes como 'calmante' natural, el lugar adonde uno recupera energía. Años, y años y años de vacaciones yendo de vacaciones a San Clemente, a la costa, a Mar del Plata, a ver el mar.
Sentarse en la arena o en la escollera, ver como rompe contra las piedras, el golpe sordo, la explosión de espuma. El olor a sal, el viento eterno, el rocío que te salpica.
Mas tarde iba a ser el caminar solo por la arena de noche, sintiendo la caricia del reflujo de las olas que son ondas, leves movimientos del agua que es un espejo de luna y cielo. Lugar en donde los recuerdos se arremolinan se muestran como los propios granitos de arena.

Y vivimos en una ciudad, lejos del mar. Y el ruido lo invade todo, otra causa de enojo y estrés, con su correlato  de cuello contracturado y de acidez de estómago.
Y el sonido de las rompientes están lejos.

Y en medio del caos, pongo un disco de Serrat, Mediterráneo o cercano a este, o El Amor de Julio Iglesias. Los discos que escuchaban mis viejos día tras día, los que cantaban cuando yo todavía no había nacido, los que escuché desde el principio de mi vida, antes de nacer. 
Y me calmo, y me devuelve al recuerdo inexacto de instantes que son más imaginados que recuerdos vividos. De épocas felices, de estar protegidos, de sonrisas.
Y vuelve la paz —al menos—, un poco.

Gracias Pa, gracias Ma, por un regalo que llevo siempre conmigo.

Feliz Navidad