miércoles, 12 de septiembre de 2018

Albedo



Todos temían al terrorismo, pero el fin del mundo lo provocó un asistente de marketing.


Tenía sólo un día, veinticuatro horas para presentar el proyecto distintivo que lo sacara de entre los auxiliares y lo llevara al grupo de proyectos. Una oportunidad después de cuatro años de trabajo en la empresa, mañana podría ser el gran día. Y sólo tenía bollos de papel tirados a su alrededor.

Carlos regresaba a su casa, el viaje de todos los días, el recorrido desde su empresa en la ciudad hasta la autopista camino a su casa suburbana, el continuo frenar y arrancar hasta que llegaba a destrabarse el tráfico y podía relajarse y pensar mientras conducía.
Pero hoy repasaba los hechos del trabajo casi desde el mismo momento de salir, y pese al cambio de ruta  —había tomado camino secundario y agradablemente arbolado para llegar a casa— había muy pocas razones para relajarse.
Debido a que hoy había faltado su jefe, un importante publicista de la empresa en la que trabajaba, Carlos como su principal asistente había llevado a cabo la presentación en su reemplazo. Había estado en desacuerdo con ese proyecto de campaña desde el principio, pero no era su proyecto y su jefe había seguido adelante con esa idea de unos muñecos de goma acompañando el producto con frases humorísticas totalmente carentes de humor. Al faltar justo en el día de la reunión con los directivos Carlos lo había representado de la mejor forma posible pero la idea fue rechazada de plano por el grupo de directivos reunido para la exposición. Sobre el final uno de ellos, sabiendo que el trabajo no era suyo, le había preguntado su opinión. Y fue ese momento de valor o de locura, en que dijo: — Creo que yo podría hacer la campaña mucho mejor.
El cliente lo felicitó por su entusiasmo y seguridad, e inmediatamente le pidió una idea para ese mismo proyecto para el día siguiente. Un gerente de su empresa que manejaba el tema le dejó en claro que esa era su gran oportunidad de éxito o fracaso. Y que en la empresa no había espacio para gente fracasada.  Ahora estaba conduciendo de regreso a su casa, bajo un cielo gris plomo poblado de nubes de lluvia. Y no se le ocurría nada.
Llegó a su casa, puso a preparar un café mientras se cambiaba el traje por algo más cómodo. Puso la cápsula en la cafetera y se preparó un capuchino con mucha espuma, regresó con su café humeante hasta su mesa de trabajo. Prendió una vela aromatizada y buscó concentrarse. Casi dos horas y muchos bocetos descartados más tarde lanzó otro bollo de papel hasta el cesto de basura, errando por poco. Había pasado la última media hora en su computadora viendo pasar rápidamente páginas de publicistas de los que pudiera tomar una idea, una inspiración. Una campaña para una gaseosa que buscaba un nicho en el mercado de las lima limón no era nada fácil, estaba saturado el mercado con grandes productos de marcas conocidas, y de productos baratos que se vendían como marcas propias en cada supermercado importante. La campaña debía ser increíblemente llamativa para direccionar parte de los consumidores a probarla, y luego a aceptarla.
Frescura. Frescura era la palabra clave para el anuncio. La única diferencia sustancial con otras marcas del mercado era que esta lima limón era menos dulce, tenía mayor contenido de lima natural, un toque de eucalipto,  y menos endulzantes artificiales, un sabor agridulce que se relacionaba con la frescura. Agridulce era palabra tabú en esa etapa del marketing, ningún joven probaría algo que llevara esa palabra. Frescura, gotas que resbalan por su piel, una sonrisa. Necesitaba plasmar algo tan común de una forma impactante. Y nada, ni el asomo de una idea.
Fue a darse una ducha, eso siempre lo ayudaba a pensar. Debajo de la lluvia de la ducha veía formarse las nubes grises de lluvia desde la ventanita del baño. Lluvia de ducha, lluvia de tormenta, tormenta de ideas, brainstorming, lluvia refrescante...
Eureka!

La idea no era nueva, pero para este producto podría ser determinante: Nubes color verde limón que permitieran una lluvia refrescante de la bebida. Más audaz que original, y quizás difícil de lograr —sólo difícil, ya que se parte de la premisa 'para un publicista no existe nada imposible'—. Llamó a un par de amigos que trabajaban, uno en organización de eventos, y el otro como químico en una empresa farmacéutica. 
Su primer pensamiento fue que se podía modificar una máquina de humo para lograrlo, pero su amigo Rubén lo desengaño de forma rápida: se podía lograr el color, con luces laseres sobre el humo, pero nada de nubes reales y mucho menos con lluvia saborizada.
Pero Lautaro, su amigo químico y biólogo, comenzó una larga explicación sobre crear nubes de cristales de cloruro de calcio y yoduro de plata (un anhídrido resultante de la combinación de yodo y oxígeno), y soltar con un avión en la atmósfera estos cristales sobre el lugar del evento. El yoduro de plata tiene una estructura en forma de cristal parecida a la del hielo, y actúa provocando una nucleación de cristales de hielo a partir de esas gotas de agua. Lluvia, en resumen.
Carlos apenas comprendió a medias el concepto, así que quedaron en pedir unas pizzas y que Lautaro viniera a cenar esa noche para explicarle las posibilidades de realización del concepto. Rubén adonde había pizza se consideraba invitado, así que llegó, con una bolsa de papas fritas extra grande. Para cuando todos estaban con los dedos llenos de muzzarella y sal de papas fritas, Carlos ya había aprendido que los elementos imprescindibles para que se formen nubes son, por lo menos, tres: aire ascendente, vapor de agua y partículas sólidas, que se conocen como núcleos de condensación de las nubes. Lo del avión podía ser una buena opción. También se había probado usar láseres para  crear nubes de lluvia, y aumentar su eficacia mediante el ajuste de enfoque del láser, la longitud de onda y la duración del pulso. Una longitud de onda media a baja, de alrededor de 570 nanómetros daba el color correcto, lo que se complementaba con su otra idea, e incluso la potenciaba. 
Incluso se podía lograr que llueva, pero Carlos creía imposible el tema del sabor, eso ya era otra cuestión. 
Sin embargo en la sobremesa, Lautaro le dio un nuevo cariz a este punto de la conversación: el agua de los lagos a veces se 'saborizaba' por la presencia de algas verdes, lo que le daba un gusto que el cerebro identificaba como hierbas, y unas algas verdeazuladas encontradas hacia poco en la Antártida en particular, daban la nota sobre el gusto que tenía la propia bebida a vender: tenían un sabor entre el cítrico y el eucalipto. Justamente el gusto que todos estaban probando en la bebida con la que acompañaban la pizza: Carlos se había traído unas latas para ver si al probarla le daba una idea para la publicidad.
En la conversación se enteró también que hay cuatro sabores básicos: ácido, dulce, salado y amargo. Que el  agua también puede oler a tierra, moho, productos químicos o cloro. Que el sabor que percibimos es una mezcla entre el gusto y el olfato, con predominio del segundo. Y que las algas en cuestión de por sí daban al agua un gusto dulzón, y cultivadas en agua con esencia concentrada de eucalipto, podían dar el aroma adecuado. La imaginación de las personas, una vez que tuvieran la idea que iba a llover el producto, haría el resto.
El proyecto pasaba a ser extrañamente realizable.
Un avión que arrojara los cristales de cloruro de calcio y yoduro de plata que tuvieran en los alojadas algas microscópicas en los propios cristales soportarían las bajas temperaturas de la altitud perfectamente, luego siendo potenciada la creación de las nubes con laseres de haz verdoso, que asimismo crearían sin lugar a dudas unas nubes verdes, tendría el resultado por todos esperado: Llover un símil de refresco.
Esa noche Carlos casi no durmió, y presentó su idea en la reunión del día siguiente: Pese al escepticismo inicial, las explicaciones precisas le fueron ganando la confianza de los jefes y directivos de la empresa de gaseosa, y aunque algunos con cierta renuencia decidieron probar la idea en un campo propiedad de uno de los socios. Se consiguieron las algas. Y el permiso para usarlas luego de determinar que no podían ser perjudiciales para la salud. Se consiguieron los químicos. El propio Rubén ayudó en la disposición de los láseres, se alquiló un avión. Y una semana más tarde en una mañana despejada se intentó sembrar las nubes que llovieran el equivalente del producto como prueba de la propaganda.
Y fue un éxito, un éxito completo.
Más incluso de lo esperado, la acción de los químicos potenciados por los láseres lograron formar sobre el campo una nubosidad que pronto tomó el color requerido con los haces perfectamente  dirigidos de luz amplificada. Y la nube creció, abarcando incluso varios campos vecinos, y precipitó con exactitud sobre el campo, en donde todos estaban mirando al cielo con los ojos y la boca abiertos, para sentir el perfume de eucalipto en el aire y como niños sacar la lengua para probar algo que en sus mentes ya sugestionadas, tenía el gusto de la gaseosa. Rotundo y efectivo. 
Tanto que aunque la lluvia duró apenas un minuto, las nubes tardaron largo rato en disiparse, deshaciéndose en el aire en  el confuso recombinar atmosférico de variables físicas y químicas.

El entusiasmo de los directivos de la empresa de gaseosas era imposible de detener.

Obtuvieron un permiso formal para el uso de las algas, contrataron un estadio de fútbol, organizaron un festival gratuito de bandas. Lo promocionaron por radio, por televisión, a través de vídeos de Youtube y en las redes sociales. 
La gente respondió de una manera espectacular, la idea de una sorpresa empezó a ser reemplazada por rumores que fueron astutamente creados con respecto a que iba a llover refresco. La gente lo comentaba en los trabajos, los chicos en las escuelas, los jóvenes en cada red social: las entradas se agotaron. Ya puestos a esto, decidieron contratar otro estadio, y duplicar la fiesta. La gente respondió. Se había elegido el día de primavera para la presentación y todo estaba listo.

Según informó el Instituto de Meteorología durante los quince minutos que duró la operación se registraron lluvias sobre la zona de entre 150 y 175 mililitros por metro cuadrado. Las nubes crecieron más de lo esperado. El verde cubría los cielos, la gente gritaba empapada y feliz al ritmo de las bandas de rock, alrededor de los estadios mucha gente disfrutó de la sorpresa aún sin poder entrar, no era posible ajustar la lluvia y por seguridad ante la necesidad de no fallar, se duplicaron y hasta triplicaron en cada locación los parámetros calculados de antemano.

Todo era una fiesta.
La lluvia dejó de caer, el lanzamiento de la marca era un éxito.
Hasta el final del festival, las nubes no se deshicieron. era de noche y aún seguían allí, alargándose lentamente en los vientos de las capas más altas de la atmósfera, ya no verde brillante, pero de un blanco mucho más resplandeciente de lo que podía ser natural. 
A la mañana siguiente se percataron que las nubes no se habían diseminado, como parecía sino que habían crecido y abarcaban un área inmensa, ocultando al sol.
Los meteorólogos estudiaron el fenómeno, la nubosidad continuaba aumentando rápidamente.
Se llegó a una alerta. Aviones intentaron destruir los bancos de nubes cada vez más espesos y extendidos, sin éxito.  En pocas horas las nubes brillantes cubrían el país, en un día el continente. La alarma mundial no fue suficiente. luego de cubrir el continente 24 horas bastaron para que una cubierta de nubes cubriera todo el mundo. Se probó con productos químicos. Las potencias del mundo probaron con explosiones y con cuanta idea se cruzó por las afiebradas mentes de los mejores científicos. Las nubes formaban una cúpula perfecta a la Tierra, desde el espacio, el planeta azul era un bola de un blanco refulgente. 

La nieve tiene el albedo más alto de la superficie terrestre. O sea, es lo que más refleja la luz del sol, con un 86% de luz reflejada. Lo siguiente es, tal como ya imaginan, la nubes brillantes, con un 78% de luz reflejada creando una desesperante realimentación positiva para el albedo, ya que las bajas temperaturas incrementan la cantidad de hielo sobre su superficie, lo que hace más blanco al planeta y aumenta su albedo, lo que a su vez enfría más el planeta, lo que crea nuevas cantidades de hielo. Las nubes habían iniciado un proceso mortal.

Y esa es la historia, ante la nueva era glaciar nos refugiamos en túneles, en la propia corteza de la tierra, mientras buscábamos una solución. Pero los recursos para mantener la vida se agotan, y la solución no aparece.


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Nota desde la wikipedia: El albedo es el porcentaje de radiación que cualquier superficie refleja respecto a la radiación que incide sobre la misma. Las superficies claras tienen valores de albedo superiores a las oscuras, y las brillantes más que las mates. El albedo medio de la Tierra es del 37-39% de la radiación que proviene del Sol.
Es una medida de la tendencia de una superficie a reflejar radiación incidente.
Un albedo alto enfría el planeta, porque la luz (radiación) absorbida y aprovechada para calentarlo es mínima. Por el contrario, un albedo bajo calienta el planeta, porque la mayor parte de la luz es absorbida por el mismo.
El albedo de las nubes brillantes es de 78, el doble del máximo medio de la Tierra.





lunes, 3 de septiembre de 2018

Salta



Está en la estación de subterráneo, saltando en un pie, sin muletas ni nada en qué apoyarse. Tampoco tiene un yeso, sólo salta. Salta rápidamente  con una pierna doblada, casi hasta la línea del borde de la vía, regresa saltando a toda velocidad al banco del cual se levantó. La gente lo mira. Uno dice:
— Un loquito.
Otro miró el asiento del cual se había levantado con el anhelo de más de una hora de combinar viajes, una señora lo miró asustada; una nena lo observó extrañada; un hombre mayor lo vio, preocupándose por que se pudiera caer a la vía; otro más joven pensó lo mismo, pero su preocupación era que sí se caía, él tendría que tomar un colectivo o taxi, porque se iba a interrumpir la línea; otro lo miró con pena por su lesión en la pierna; un obrero pensó que debía haber sufrido un accidente en alguna construcción y tenía que salir a pedir porque no obtenía trabajo.
El hombre, ajeno a todo esto, volvió a saltar hasta el borde del andén; miró si venía el subte, y volvió saltando a sentarse.




Distancia



Dicen que la distancia es el olvido. Pero ningún lugar está lejos para una sonrisa.