lunes, 19 de septiembre de 2022

Sirenas

 


Cuenta la leyenda —más allá de los cantos de Homero— que cuando los héroes regresaban a su hogar, después incluso de haber descendido al propio Hades, cruzaron el estrecho paso entre islas y encontraron a las sirenas, y pese a lo que recitó el poeta ciego, Odiseo y sus marineros permitieron que el barco se acercara un poco a las rocas, acaso por curiosidad. Los héroes marineros se ataron a los mástiles para evitar caer en los brazos de los monstruos de los que ya habían sido prevenidos, pero no fue un monstruo el que subió a la cubierta del victorioso navío, sino una semidiosa más bella que cualquier mujer humana. La sirena subió cantando las más dulces y embriagadoras promesas que pudiera pronunciar una dulce ninfa, acaso igual en su apariencia a lo que alguna vez hubiera soñado ser la más bella mujer humana. Agláope se acercó con su canto y su encanto, los ojos como brillantes aguamarinas, los cabellos que la envolvían como lazos de fuego y oro, y mientras los marineros desviaban la mirada para no sucumbir ante ese doble hechizo de música y belleza que algunos llamarían amor y otros deseo, la sirena viendo a los hombres así amarrados se acercó a ellos rozando apenas con las yemas de sus largos dedos las fuertes sogas y cabos marineros que los sujetaban y redoblo sus melodiosas súplicas de amor y de soledad, especialmente a uno de los marinos del que se había enamorado apenas verlo. Pero notando las amarras y sintiéndose rechazada, decidió irse y asimismo alejar a sus hermanas, que cantaban así también sus historias de soledad y promesas de un amor puro. El marino y sus compañeros cuando contaron ese encuentro dijeron —envueltos en desdicha y pena— que la mujer que había abordado era en realidad un monstruo, pariente de las arpías que antes los habían atacado. Nunca revelaron la verdad quizás por no poder soportar perderla, por tratar de olvidarla. Pero ella sí recordó a esos hombres extraños que creyendo defender su libertad se ataban a sí mismos para ser sus propios cautivos, sin entender acaso que a menudo los seres humanos fingimos despreciar aquello que secretamente anhelamos y que sabemos inalcanzable.