martes, 26 de octubre de 2021

A veces los ángeles son impuntuales

 


Llegó como decía siempre, a 'dar una mano'. Las tareas de los ángeles guardianes eran siempre variadas e impredecibles, y lo importante era saber interpretar la plegaria. No se puede resucitar el perrito de la niña que lo pide desde el alma, pero sin dudas se puede deslizar una dibujo de la niña y su perrito o una foto de ambos en la billetera de uno de los padres cuando la abre cerca de una veterinaria. O hacer que estos encuentren una caja con cachorritos sin hogar en la calle en su camino al regreso del trabajo. O acaso hacer que un gato perdido muy curioso se asome por la ventana de la niña una noche cualquiera. Algunos milagros son imposibles aún para los ángeles. Pero otros... bueno, a veces requiere sólo de imaginación y buena voluntad. Y en ocasiones ni siquiera es necesario el ser un ángel.

En todo caso, en el reino celestial había reglas y aunque hay famosas excepciones, la idea imperante era: Menor cambio, mayor resultado. Es probable que hubieran demasiados contadores en el Paraíso, sí lo pensamos seriamente.

El tema es que los ángeles de la guarda — y acaso en contra de lo que se supone— no alcanzan para acompañar cada uno a una persona. La mayoría de los bebés y niños pequeños sí, tienen uno asignado las 24 horas del día, pero a medida que la gente crece rige cada vez en mayor medida el asunto del libre albedrío y entonces varias personas comparten el mismo ángel. No alcanzan para todos. Las almas que llegan a calificar como ángeles de la guarda son seres que tienen nobles virtudes... y requieren un largo entrenamiento. Ser bueno no alcanza, es necesario saber entender  lo que hay que hacer.

Sariel volvía aprisa luego de ver un partido de fútbol. Partido de barrio, un grupo de preadolecentes se había jugado 'la cancha' contra un equipo rival de chicos mayores que buscaban arrebatarles el terrenito en el cual jugaban felices todas las tardes, y la verdad sea dicha, no tenían chances. 

En pro de la justicia había observado un rato el partido desde una rama convertido en gorrión antes de intervenir, excepto al momento del inicio que mientras se charlaban a los gritos las condiciones en que se declararía cual equipo se quedaría con la cancha, deslizó en un divino suspiro —que se mezcló con el viento—  una consigna en los oídos de los bravucones: Si era empate o si se suspendía el partido pactado a 90 minutos, el resultado era nulo y los chicos se quedaban con la canchita. En el suspiro mezclo un poco de esencia del Verbo con el que llenó las orejas sucias, y gracias a esto todos quedaron conformes y convencidos. Se quedó viendo el partido estipulado a una hora, pero a los 23 minutos los chicos ya iban 5 a 0 abajo en el marcador. Aún como gorrión cortó una ramita con espinas y la dejó caer cuando la pelota estaba saltando cerca para que se pinchara: 10 minutos más tarde no se podía jugar. Las quejas, los enojos, el preguntar si alguien había traído otra pelota —no—, si alguno tenía un inflador —tampoco—, y luego la consiguiente suspensión del encuentro y la alegría de Lucas que atajaba ese día, y que esa mañana temprano había rezado por el partido. Los chicos conservarían su terreno de juego. Misión cumplida.

Así que... a otro tema. Consultó su lista de plegarias: hoy había sido una jornada ocupada. En un vistazo encontró lo que buscaba y voló a su siguiente ruego sabiendo que el llamado había ocurrido ya hacía casi media hora y que podía no llegar a tiempo. En todo caso, no parecía un problema serio: otro corazón adolescente roto. En la mayoría de las ocasiones tenía que ayudarlos a ambos luego de una separación. En este caso particular él se llamaba Julián, pero el ruego lo había hecho ella. Y Rita pedía que él pudiera olvidarla. Alcanzó a ver que la muchacha — rubia, bajita, de arqueadas pestañas y sugerente figura adolescente, buena chica, 16 años— acababa de llegar a una fiesta y estaba bailando con un joven morocho, alto y de sonrisa de estrella de cine. Bueno, claramente aquí no era necesaria su ayuda. Eran las 19:30, anochecía. Voló a la casa de Julián a tiempo para escuchar a la hermanita menor decirle a la madre que había salido hacía media hora.  Camino al puente del río. 

Sariel agitó las alas y sacó su tablet de información (sí, con el tiempo los ángeles se modernizan. Sí, también hay muchos informáticos en el Paraíso): Julián, 17 años, estudioso, con pocos pero buenos amigos, buena familia. Aún con el sueño de ser piloto de aviones de combate. Difícil que fuera a tomar una decisión drástica, pero cualquier ángel guardián sabe que el primer desengaño amoroso es devastador. Y Julián tenía temperamento romántico y le gustaban demasiado las novelas de aventuras y tragedias. Eso complicaba un poco el panorama.

Decidido, Sariel se convirtió en colibrí como camuflaje. Era uno de sus preferidos, rápido y discreto cuando quería, y cuando no los niños que lo veían siempre sonreían. Otros ángeles hablaban de 'la Gloria de Dios', o 'La Fuerza Divina' y se transformaban en leones o águilas.  A Sariel siempre le parecieron poco modestos, pero cada quien tenía su pequeño defecto aún entre los ángeles. Él no era el indicado para juzgar, y más ahora sabiéndose impuntual. Apuró el vuelo, un relámpago tornasolado en el último rayo del atardecer. 

Llegó al puente, usó un poco de su oído celestial para escuchar, porque los colibríes no eran buenos para eso: Estaba atento a escuchar ruido de agua, algo cayendo, o gritos quizás. Bordeando el río había un camino de árboles ya oscuro por la caída del sol: eucaliptos, sauces llorones, y algunos otros que no reconocía porque su fuerte no era la botánica. Limitaciones de ángeles, todo no se puede. Una camino rivereño algo desolado, paseo para personas tristes o enamorados, incluso seguramente ambos. No se veía a nadie. 

El puente de madera con su pasamanos bajo y gastado cruzaba las aguas que corrían tranquilas pero profundas de su cauce. No recordó sí en el legajo de Julian decía que supiera nadar, no hubiera estado de más haber revisado eso con tiempo. Si hubiera llegado antes a la casa de él después del ruego hubiera hecho caer un libro de la enorme biblioteca de Julian que expresara su situación, acaso el Corsario Negro. Tanto a Sariel como al chico les encantaba ese libro. O acaso hubiera hecho aparecer un emoji en el teléfono de un amigo para que lo llamara, o..., bueno, ya era tarde para pensar en eso. Y ahora en tanto miraba alrededor, no lo podía encontrar: el río era un sudario negro que corría en silencio entre las orillas sombreadas de árboles, el silencio sólo roto por grillos, y un ladrido. Dos ladridos. Una risa. Dos carcajadas. 

Del otro lado del río, medio oculto por la espesa arboleda estaba Julián. Delante de él un perro le hacía fiestas. Lucía, su dueña, festejaba que él hubiera podido alcanzar a su cachorro que había escapado corriendo y cruzando el puente. Fito caminaba de árbol a árbol, ahora firmemente sujeto de su correa por Julián, que sonreía y hablaba con Lucía como si se conocieran de años. Raro. Sacó rápido su tablet: Amor verdadero, se leía con letras multicolores. Sorprendente.

Los vio acercarse aún en su forma de colibrí, hablando de mascotas y proyectos: Julián siempre había querido un perro, ella también quería ser piloto. Al pasar a su lado Lucía lo miró posado en la rama, y como si lo reconociera, le guiñó un ojo.

A veces los ángeles son impuntuales. 

Otras no.


lunes, 25 de octubre de 2021

El Diablo una vez se enamoró

 


Las historias cuentan que el Diablo una vez se enamoró.

Embelezado se acercó a ella y al tocarla sintió que su piel ardía como ardían las almas que él torturaba, sintió en sí mismo la tortura del deseo de besos negados, de deseos imposibles. Cuentan que volvió a ser un ángel para alcanzarla, que sufrió el propio infierno por los labios de una mortal, que le devolvió el amor dentro de su lujuria, que le devolvió el anhelo sin deseo, y le recordó la mortalidad a su ser eterno. Cuentan que lo vieron caminar calles vacías en el silencio de la melancolía, del dolor insondable de una pérdida irreparable. Cuentan que el propio Diablo lloró en un recuerdo.



martes, 19 de octubre de 2021

Leyendas Urbanas


 

01.- Pisás una baldos floja: Hoy va a ser un mal día.

02.- Un pájaro canta cuando pasás bajo el árbol donde está: Un ángel te vigila.

03.- Te sorprende una lluvia sin paraguas: Habrá frío en tu alma.

04.- Un rayo de sol se escapa para alcanzarte en un dia nublado: Los amigos estarán cuando los necesites.

05.- Olvidas ponerle azúcar al café: Momentos de amargura se avecinan.

06.- Se rompió el saquito de té en el desayuno: Algo que se rompió no puede arreglarse.

07.- La leche hierve y se derrama: Recibirás un llamado muy esperado.

08.- Despertás un minuto antes de la alarma del despertador: Los pensamientos te perseguirán todo el día.

09.- Se quemó la lamparita: El mundo en tu corazón pierde color.

10.- El mar borra su nombre en la arena: Le extrañaré por siempre.



lunes, 4 de octubre de 2021

Agujas

 


El ladrón entró por la ventana de mi habitación y saltó sobre mí con un cuchillo, sentí su cuerpo aplastándome  y golpeé el despertador que cayó con las agujas detenidas para siempre en las 3:38; fue lo último que ví mientras sentía que mi garganta se desgarraba, y me desperté.

Con la respiración aún acelerada miré el despertador que marcaba las 3:37. Alcancé a mirar a la ventana antes de sentir su cuerpo sobre mí...


Selfie

 



Había olvidado por fin su pérdida, enamorado de otros labios, de otra mirada. Se sacaron una selfie mientras se besaban, con los ojos perdidos uno en el otro, y al ver aún abrazados la foto recién sacada en el teléfono, descubrieron en ella el espíritu de su ex novia junto a ellos mirándolos con odio, con una guadaña inmaterial en la mano.

domingo, 3 de octubre de 2021

Asesino inocente

 



En sus sueños era el mísero prisionero de una torre oscura.

Noche tras noche los suelos se hicieron más vívidos, más reales.

Soñó que era prisionero por una serie de aterradores asesinatos.

Otras personas durmieron y soñaron su sueño, y sufrieron su muerte.

Él salía a caminar, cada mañana por el parque Rivadavia, como si nada hubiera ocurrido.

sábado, 2 de octubre de 2021

Ultrasonido

 


Gran parte de las experiencias paranormales que nos desorientan es debido a que nuestro cerebro se confunde al captar infrasonido, un rumor que hace a las personas ver y escuchar cosas que no están ahí.

Un sonido casi inaudible igual al de la respiración afanosa del espíritu que sí se encuentra ahí.

jueves, 30 de septiembre de 2021

Maldición artística

 


— ¡Rómpete una pierna!, le gritaron segundos antes de subir al escenario el día de su debut como actríz, y minutos antes de que la caída del decorado sobre ella la dejara inválida para siempre.


Prohibir y castigar

 



El rey amaba prohibir y castigar.

Prohibió el robo y los asaltos terminaron. Sus leyes se cumplían.

Prohibió derramar líquido y tirar la comida, y los penó con la muerte.

Al firmar el decreto derramó el tintero que usaba para mojar su pluma. 

Sus guardias derramaron su sangre, pero sin él ya no se cumplía la ley.



jueves, 1 de julio de 2021

Microrrelatos: A ti que lees mi blog

 


A  ti hermosa, que lees mi blog en la noche desde tu cama, con la luz apagada y el celular en la mano. Sonríe. Nunca estás sola, si te das vuelta siempre puedes ver esa niña muerta mirándote justo detrás de ti 



viernes, 23 de abril de 2021

Zoológico espacial I

 



— Adelante niños, despacio, todos frente a la jaula.

— Si ya están todos listos, comienczo con la presentación:

Al que los nativos del planeta Xarhue nombran como Vulcron, es una especie de ave de grandes alas que se alimenta de minerales, lo que provoca que con el tiempo en sus alas las terminaciones similares a plumas de las que está cubierto se tranformen en escamas, muy brillantes y bellas, tornasoladas. Así, este animal en su juventud vuela como un ave, pero en sus últimos años se muestra como un reptil de dos patas, más resistente a los depredadores naturales (los rápidos ferfes). Como reptil busca hacer sus nidos en lugares altos para que, al nacer, los polluelos aprendan solos a volar.

(murmullo)

— ¡Que bonito!, ¡Qué horroroso!, ¡Qué extraño!

— Silencio niños, ahora frente a la pantalla por favor.

(silencio)

— Si se encontraran este amiguito en la selva... nunca volveríamos a escuchar ningún murmullo.

Este ejemplar que apenas se vislumbra entre la vegetación del video es una especie de serpiente que se encuentra en el planeta Helicae. Es difícil poder verlo porque su color rojo sangre se confunde entre la vegetación naturalmente roja de un planeta que contiene tanto amoníaco en su aire, pero sobre todo porque al ser dimensional, aparece y desaparece a medida que se desliza en el aire. Su mordedura es mortal, ya que en sus colmillos se encuentra una ¿?... algo, no podemos entender si una enzima, bacteria o virus dimensional que, al entrar en el torrente sanguíneo de los animales o nativos del planeta, se reproduce rápidamente y circula por el cuerpo infectado, haciendo que partes del cuerpo desaparezcan. Sabemos que la infección lleva a las victimas poco a poco a otra dimensión en donde la serpiente se las come, ya que al desaparecer del todo se hacen visibles los huesitos devorados. Una pena, de ese modo no podemos determinar de qué dimensión viene o por qué se puede hacer visible en ese lugar. Siendo que aparecen de pronto, es mejor no visitar ese planeta.



domingo, 4 de abril de 2021

Ladrón

 



En el momento que tomó la bolsa, supo que estaba en problemas.

Era día de feria en el pueblo, un momento lleno de extranjeros y distracciones: el ambiente perfecto para que un ladrón como él se hiciera el día, o 'se ganara el jornal', como decía a todos para ufanarse de que trabajaba de ello y no lo hacía sólo ocasionalmente como otras aves de rapiña que se juntaban en la vieja taberna El Muerto y el Garfio en la parte baja del puerto, adonde atracaban más barcos por la noche que durante el día.

El clima era de fiesta y los vendedores mostraban sus mercaderías: Manzanas perfumaban el aire y tentaban a los niños  así como también sedas de los más lejanos lugares del mundo conocido tentaban a las jóvenes; los sacerdotes regañaban a los réprobos amenazando con la ira de los dioses a las puertas del tempo, mientras las brujas y charlatanas que se hacían pasar por tales leían la buenaventura: las farsantes  nunca la mala, aunque sí lo hicieran las verdaderas practicantes del arte que estaban obligadas por los conjuros de su profesión a decir los presagios y dolores por venir. Malabaristas hacían sus espectáculos ¡hasta habían traído un oso que bailaba! Un escupe fuego llenaba el aire de chispas; y los malabaristas de bastones, y los payasos de lentejuelas. Era tan sencillo escabullirse entre las distraídas multitudes apiñadas y con un ligero empujón robarles la bolsa a los descuidados. Eso sí, sólo a los extranjeros. En ese pueblo lo conocían demasiado y cualquier faltante que tuvieran los vecinos de la zona sabía que podían ir por él. Así que, habiendo guardado y en parte comido y bebido las ganancias de la mañana, recorrió en estas últimas horas de la tarde la plaza adonde las antorchas que se encendían auguraban una noche larga. Quizás fuera el brillo, quizás la propia curiosidad, pero se aproximó de nuevo adonde saltaban unos payasos con lentejuelas que refulgían a la luz de los fuegos, e intentaban a toda costa hacer bailar al paciente y cansado oso. Alrededor, en un semicírculo divertido, la multitud aplaudía, reía o chiflaba a los comediantes. Y allí fue cuando lo vio: un niño o un joven bajo y delgado, dándole la espalda, ataviado con ricas ropas y una bolsa colgando descuidadamente del cinturón. Un instinto añejo le previno de que algo no iba bien aunque no se daba cuenta de qué, pero el brillo de las lentejuelas le recordó al oro y con perfecto disimulo escondiéndose en la sombra de su capucha se agachó y desenganchó el nudo de la bolsa del cinto con mano experta. Ni un temblor, ni una duda, ni una mirada o movimiento de más. Y rápida como una brisa de verano la bolsa quedó perfectamente oculta en un bolsillo secreto de su camisa, sin que nada llamara la atención a ninguno de los presentes. 

Fue ese el momento en que supo que algo estaba mal, muy mal. Algo en la estatura o en la contextura de la reciente y aún ignorante víctima. Algo en la ropa que caía diferente a los demás, abultándose o colgando diferente a lo que debía, algo en el largo de los dedos de los guantes de seda que llevaba en una calurosa tarde de verano. No era un niño.

Dio dos pasos hacia atrás en completo silencio y obedeciendo a un oscuro presentimiento buscó donde ocultarse. Fue en ese momento en que el otro se dio vuelta una fracción de segundo y su mirada se cruzó con la de él, los ojos le leyeron el alma en el fragmento de tiempo que le llevó terminar de girar y caminar rapidamente calle abajo, al precario refugio de la taberna. O llegado el caso escapar a alguno de sus lugares secretos, que para eso los tenía. Un vistazo rápido le permitió ver que el otro no lo seguía al parecer aún entretenido con las piruetas del oso. Mejor. La bolsa pesaba y no sentía ningún tintineo que evidenciara oro pero al menos no había ruido que pudiera delatarlo. Caminando a un tranco largo pero normal antes de doblar por la calle de la costa, miró a lo lejos el puesto de la feria. Su víctima ya no estaba parado allí con sus elegantes ropas. Tampoco en la calle, ni se veía cerca. No podía entender el escalofrío que le erizaba los cortos pelos de la nuca así que apuró el paso y mirando hacia atrás casi a cada paso se refugió en la taberna y buscó su rincón preferido cerca de la puerta trasera, un sitio cubierto de sombras adonde se sentó y pidió un vino aguachento que era lo mejor que tenían, evitando el alcohol barato que lo podría emborrachar y a la cerveza agria de siempre. Era un día para festejar si el peso que sentía en el bolsillo le decía la verdad. Más tranquilo y medio oculto por una columna, miró el resto de la taberna iluminada por pocas velas desde donde podía observar bien sin ser observado. Estaban los de siempre faltando unos pocos aún robando, o borrachos, o acaso en una mala acción hubieran caído presos. Muchos ladrones inexpertos llegaban de pueblos y ciudades vecinas los días de mercado y no todos salían bien parados. La taberna los llamaba con su fama y sus mesas oscuras, con su clientela patibularia y su cerveza tan agria como barata. Muchos salían a robar desde allí, y algunos no regresaban. La guardia del pueblo era lenta pero eficaz y la justicia cuando era necesaria era sumarísima. Algunos llegaban a conocerla y ya nunca regresaban. No como él que como buen experto había esperado el momento correcto, y ahora perfectamente oculto y entre 'colegas' podía mirar discretamente el contenido de la bolsa. No la puso sobre la mesa, sino que ocultándola en su regazo y cubierta por el sucio mantel de la mesa le entreabrió apenas el borde para atisbar en su interior.

Aún en la penumbra, un fuego verde y rojo lo llenó los ojos de llamas. Sorprendido vio que en sus manos no había oro, sino rubíes y esmeraldas de gran tamaño. Agradeciendo a Nictia, la dama de la noche protectora de los ladrones y rateros por no haberse sentado cerca de las luces, cerró de prisa la correa y devolvió la bolsa al bolsillo oculto. Miro alrededor tranquilo, seguro de que ninguno de los presentes se habría percatado de sus movimientos y recorrió el lugar con la mirada el lugar de punta a punta, de ida y vuelta como hacía siempre con un hábito añejo y cauto. Fue al volver a pasar la mirada que descubrió al joven de los elegantes ropajes en una mesa alejada —aunque hubiera jurado que un segundo antes no estaba ahí— con los ojos clavados en él. Debajo de los luminosos y fieros ojos, una venda le cubría parte de la cara como una máscara.

Se supo descubierto, pero no se amilanó, no era un principiante en estos menesteres. Sin detener los ojos en el joven, continuo la mirada alrededor y sacando una moneda muy usada del bolsillo la dejó sobre la mesa y sin movimientos bruscos se puso en pie y salió sin apuro por la puerta trasera. No había alcanzado a cruzarla y ya su mano sujetaba un puñal de larga hoja y con el mango recubierto en cuero, tan adaptado a su mano como si fuera parte de su palma. 

No se detuvo a preparar una emboscada, algo en su interior le compelía a huir y poner tierra por medio, cuanta más distancia mejor. Se dirigió hacia el bosque, en la parte alejada al rio había un antiguo templo en ruinas que conocía bien aunque nunca lo hubiera explorado en profundidad, era un lugar adonde se había ocultado más de una vez. Y adonde guardaba una sorpresa para situaciones complicadas como esta.

El bosque se cerró sobre sus pasos y avanzó sin mover una hoja de más, sin que ninguna rama pudiera delatarlo al quebrarse. El atardecer oscurecía el camino y sus ropas lo iban haciendo cada momento más invisible entre la espesura. Ya lejos de la taberna se atrevió a detenerse un momento para escuchar en la temprana noche. El sonido de los insectos era el de siempre. Pero no se escuchaban pájaros en esta hora de crepúsculo. Extraño. Se agazapó con cuidado tras un árbol del que caían racimos de enredaderas como si fueran lianas, y fue cuando lo escuchó: Una rama rota, cerca, a su derecha, próximo al propio camino que había tomado antes de ocultarse. Sintió frío, y una sombra más oscura que el entorno pasó a pocos pasos a la izquierda. No era sólo uno, entonces: varias personas lo estaban buscando y cercando con habilidad. Retrocedió ocultándose entre unas ramas y al asomarse alcanzó a vislumbrar ahora a la luz de la luna un destello de metal a escasos metros. 

Perdida ya toda oportunidad de pasar desapercibido, corrió. Corrió saltando las plantas y lianas traicioneras, se escurrió entre macizos de plantas espinosas, corrió y saltó veloz en la noche esperando poder refugiarse en las ruinas. Al momento desde diferentes lugares y distancias sombras corrieron hacia él, veloces, casi incorpóreas. Casi sin atreverse a girar la mirada atravesó el rio por un paso que conocía sólo él, pero ni eso pareció detener a sus perseguidores, mantenían la distancia y hasta hubiera creído ver que algunos los seguían saltando entre ramas de árboles. Pero no, no podía ser. Faltaba poco para llegar al templo y los sonidos de sus cazadores se tornaron ahora lejanos. Tenía una oportunidad.

El umbral sombrío del templo lo recibió con la protección de la noche y el silencio del abandono. Caminó sin preocuparse en hacer ruido sobre las lajas y fue directo detrás de una estatua de un dios reptil, en donde tenía oculto un arco y flechas. Se ocultó bajo unas garras escamosas y unos colmillos de mármol, mientras aprestaba el arco y con este cubría la entrada, que se recortaba a la luz de la luna. Era un tirador hábil, y no había otro modo de ingresar como no fuera por los huecos en el techo que dibujaban rayos de luz en el camino al altar, al tiempo que acentuaban las sombras de donde él estaba escondido.

Alguna vez había recorrido el templo, siempre de día; y se había maravillado y también sentido una fuerte sensación de repulsión por la estatua que dominaba el altar central, una especie de monstruo medio humano, medio animal que pese a los avatares del tiempo seguía intacta y que hipnotizaba con su morada de piedra. Todas las estatuas laterales eran de mármol, pero a central era de piedra negra, extendiendo unas garras de afilados dedos sobre el altar. Detrás de la repulsiva estatua había una losa en el piso, demasiado pesada para levantarla pero que hacía suponer un subterráneo o un sótano bajo el templo. El olor a putrefacción era mucho mas acentuado cerca de la estatua y el altar. Pero ahora era tiempo de concentrarse: una sombra avanzaba hacia el umbral, con la luna dando la claridad necesaria para apuntar. Dejó que se recortara toda la figura mientras mantenía tenso el arco hasta afianzar la punta de la flecha en donde estaría el medio del pecho de su objetivo. No se veía a los otros. Vio un destelle en la cara de su víctima al momento en que sus dedos se relajaban sobre la cuerda tensa y la flecha salía disparada mortalmente hacia su objetivo y sintió un golpe a su espalda, no alcanzó a girar antes de que manos de fuerza sobrehumana lo empujaran contra el piso, atontado por el golpe. No llegó a alcanzar el puñal antes que lo tomaran de los cabellos y lo arrastraran hacia la figura del umbral que ahora veía seguía parada el claro de luna. Ya no tenía la tela sobre la boca, una sonrisa se dibujaba en su rostro mientras observaba con detenimiento la flecha de plumas negras que debería haberle partido el corazón. 

Un arma muy adecuada en esta situación, en verdad — dijo con voz sibiliante.

Maestro, este es el templo, lo encontramos finalmente.

Si, nuestra búsqueda termina, guiados por la suerte o por la misma noche. El culto va a ser restablecido. ¿Armand?

Mientras yo subía al techo y esperaba caerle encima al ladrón,  él se deslizó por las piedras detrás del altar y está abriendo los habitáculos bajo la losa.

Perfecto. 

Casi desmayado por el golpe y sin fuerzas escuchó la conversación entre su actual captor y su presunto blanco. Levantó la cabeza cuando sintió que le arrancaban la bolsita robada de su bolsillo, y descubrió nuevamente la sonrisa del joven elegantemente vestido al que llamaban maestro: el brillo que había visto al soltar la flecha era de los colmillos que ahora se destacaban sedientos de sangre —de su sangre— bajo los oscuros ojos. Las piedras extendidas sobre su pálida mano brillaban con luz propia en la oscuridad.

Encontramos el templo. Ahora acerca a nuestro amable guía al altar. Tenemos el sacrificio para despertar a nuestros hermanos. Las piedras de alma pronto tendrán un nuevo cuerpo donde renacer.


Fin


viernes, 5 de febrero de 2021

El agujero negro consciente


 

Continuo con los cuentos del Estadio de Urbys.

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http://axxon.com.ar/c-ciudad-mabg38.htm


Leyendas del vestuario

Mientras los jugadores se cambian luego de un entrenamiento y llega el utilero con los mates, se suelen comentar historias sobre sucesos asombrosos, jugadas imposibles y extrañas apariciones que van más allá de la realidad de las leyes conocidas del Universo.


El agujero negro consciente

En uno de los armarios del vestuario visitante, ése que tiene la puerta despintada y oxidada, de chapa rota, sin candado, y en cuyo interior se amontonan los viejos diarios, se esconde en una esquina, cubierto por éstos, un pequeño agujero negro.

      Es del tamaño de una mota de polvo, más pequeño acaso que la punta de una aguja, aunque su capacidad de atracción de masa es muy grande, incalculable. No se sabe cómo llegó allí y muy pocos —quizás ninguno— creen en su existencia. Hay rumores de que está allí, pero se le considera más bien una leyenda. Pero nadie abre la desvencijada puerta del armario, nadie lo limpia de la suciedad y quita los viejos periódicos que se acumulan, abandonados y amarillentos, en su interior.

      Si lo hicieran, descubrirían algo muy extraño: La tinta de estos diarios está desapareciendo, absorbida por el agujero negro, aunque el papel permanece. Y más extraño aún, como si una especie de conciencia o inteligencia lo guiara, está consumiendo primero la sección Deportes.




jueves, 4 de febrero de 2021

El día del temblor

 



Continuo con los cuentos del Estadio de Urbys.

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Historias de la Tribuna local

El día del temblor


(Tal como lo relató en el bar ´No tan sobrio´ el famoso comentarista deportivo Aristofanes Atreup)

Domingo, seis de la tarde. La gente se encuentra ya en el estadio. Las banderas flamean tranquilas en la tribuna local. Nadie está preparado para la noticia.

Era una tarde de principios de septiembre, con el clima suave de Urbys en ese mes. La gente concurría feliz y esperanzada al estadio. Luego de insólitos resultados positivos el equipo local sólo necesitaba un triunfo para ser el campeón de la Liga y lograr el esperado ascenso. Y no es fatuo decir insólito o inesperado, ya que el equipo de Urbys —al que se apodaba, por sus seguidores, poco dados a la efusividad en sus festejos, como "Los Desalentados"—, nunca había llegado tan alto. Este año, merced a la fortuna de contar en el equipo con una pareja de delanteros habilidosos y decididos, un buen arquero y un veloz lateral derecho, que había sabido explotar las ventajas de cierto sector de la cancha cuando jugaban de local, llegaban a esta estancia decisiva.

      La hinchada local había venido preparada para el festejo. Los ansiosos ocupantes de las gradas portaban banderas, bombos, petardos y bolsas de papelitos. Los jugadores ingresaron a la cancha y fueron recibidos por el ya tradicional murmullo que les había ganado el apodo. Y comenzó el partido, de juego fuerte y trabado, como corresponde a este tipo de encuentros.

      La hinchada —por primera vez llenas las gradas de las tribunas A y B— alentaba cada jugada, cada veloz ataque, cada atajada, mientras el murmullo crecía, adelantando el festejo. La gente abandonaba sus lugares, agolpándose contra el alambrado. Faltaban menos de cinco minutos para el final del partido y con el empate retornaba la desesperanza de otro campeonato sin ganar. La gente ahogaba en su garganta el grito del festejo final, presintiendo ya no llegaría.

      En ese momento el lateral derecho del equipo local tomó la pelota y comenzó un veloz contraataque por su banda, justo debajo de las tribunas A y B. Los seguidores se pusieron de pie, mientras una sensación indefinible invadía el estadio. La tribuna visitante enmudeció de repente. El mediocampista eludió a un rival y a otro, en un hábil movimiento, levantó la vista y ejecutó un centro perfecto hacia el puntero derecho, que elevándose muy por encima de los defensores en su salto, sobrehumanamente, conectó un preciso cabezazo que ingresó al arco rozando el ángulo superior izquierdo del arquero.

¡GOL!!! La tribuna estalla, con un salto simultáneo, con una emoción contenida por muchos años; saltan juntos, caen con fuerza, vuelven a saltar, gritan el nombre de su equipo en cien maneras, golpean con los pies, tiran las estruendosas bombas, festejando.

      Del otro lado de la ciudad, en el Observatorio, uno de los sensores próximos al Estadio registra el inicio de un temblor. La escala aumenta con rapidez, la vibración se hace constante y periódica. En el vacío Observatorio (todos sus ocupantes están en ese momento en el Estadio), se activan las alarmas sísmicas, transmitiendo el aviso a observatorios de ciudades distantes de todo el mundo. De inmediato suenan las correspondientes alarmas en los Departamentos de Policía y Bomberos, que acuden al foco del temblor, en las cercanías del Estadio. El ruido de sirenas casi no se escucha allí, donde la gente todavía está presa del festejo, todavía con la expectación del partido, que sigue en juego. La noticia de un temblor de causas desconocidas se filtra a un periodista, se transmite por la radio.

      Los comentaristas del partido escuchan la emisión; también la gente. La adrenalina feliz que inundaba a todos ahora pasa el pánico. La gente asustada salta e invade el campo de juego, sin saber que ellos mismos son la causa del misterioso temblor, registrado erróneamente. Escuchan las sirenas de la policía y los bomberos, que suenan en el inconsciente colectivo como la premonición de una catástrofe. Se rompen las rejas, se abandona el juego, cada persona busca la salida más cercana, o la que considera más rápida. Se producen golpes, aglomeración, gritos, algunos heridos, sin que haya que lamentar —afortunadamente— víctimas fatales.

      Varias horas después, todo queda aclarado. Los científicos dan sus explicaciones, la gente se calma. En el curso de la semana, la comisión deportiva de la Liga determinará que el partido se considere ´no cumplido´, por falta de garantías en el Estadio. Se fija un resultado oficial, que es, obviamente, de un empate 0 a 0.

Y así, el equipo de Urbys perdió el campeonato.




miércoles, 3 de febrero de 2021

Estadio de Urbys

 


Urbys fue un proyecto de la revista Axxon, quizás la más grande de las revistas electrónicas de ciencia ficción en castellano. recuerdo se llegó a repartir en disquetes de 3 1/2 en tiempos anteriores a la internet en Argentina. Tuve la suerte de tomar cursos con su fundador, el escritor Eduardo Carletti. Comentando estocon mi hija va un aporte a esta revista y al proyecto maravilloso de, en lugar de contar historias de una ciudad, crear una ciudad con historias.

Entre los edificios de Urbys, elegí el Estadio.

Les adjunto el link de la revista, el del cuento, y la copia exacta del mismo.

http://axxon.com.ar/

http://axxon.com.ar/c-ciudad-mabg38.htm

En los próximos días vendrán Historias de la tribuna local, y Leyendas del vestuario.



Estadio de Urbys

Localización:

Situación geográfica. Son dos bloques de manzanas, limitadas por la calle 38, y la calle Las Laderas (vía del ferrocarril Tren de la Llanura), y las calles Paseo de la Guardia y Calle BI.

Historia:

El Estadio de Urbys fue fundado por el ingeniero Carlos Lasarte hace más de cuarenta años en un terreno baldío cercano a la vía por donde pasa el Tren de la Llanura. El propio Lasarte nos cuenta su historia:

      "Nos juntábamos a jugar al salir del colegio con mis compañeros de curso, en el baldío al costado de la vía. Desconocíamos la causa por la que en uno de los costados del terreno el pasto crecía siempre de color amarillo, tanto en invierno como en verano. No se confundan al pensar que se trataba de pasto seco, sino que crecía naturalmente, pleno de vida, pero de este color, un amarillo brillante, fosforescente en la obscuridad. Marcado arbitrariamente por piedras y bolsos con libros, se convirtió en el lateral de nuestro campo de juego."

      Este comentario del ingeniero Lasarte nos intrigó y nos dirigimos a la Universidad con el fin de encontrar una explicación. Para ello concertamos una entrevista con el reconocido físico y geólogo Servio Anatnev, quien tuvo la amabilidad de atendernos en su despacho. Refiriéndose a investigaciones suyas al respecto, nos informó:

      "Solía jugar en ese terreno. La curiosidad me impulsó a investigar sobre algunas particularidades que considero únicas, que ya me habían sorprendido cuando jugaba allí en mi adolescencia. Puedo decir que el meteorito que llegó a Urbys en épocas pretéritas se disgregó en pequeños trozos, de características muy disímiles. Uno de éstos es la famosa Piedra del Tren. Varios otros quedaron más o menos enterrados en diversos puntos de la ciudad. Uno de los casos puede ser el Barrio de las Piedrecillas Azules..."

      Le recordamos al profesor el tema que nos llevó a su presencia y éste retornó al relato sobre su hipótesis (sostenida sólo teóricamente) del origen del extraño color amarillo del pasto del lugar, así como la fosforescencia:

      "Como les comentaba, un fragmento del meteorito cayó en este lugar, introduciéndose profundamente en la tierra blanda y combinándose con ella. Las principales propiedades del fragmento son el magnetismo y una leve radiactividad. Hay en él, probablemente, un pequeño trozo de plutonio-186, que se debe haber formado en la naturaleza por acción de una fuerza nuclear violenta. Está cubierto por un conjunto de minerales entre los que predomina la magnetita. Considero la posibilidad —aclara el profesor— de que el lanzamiento de este meteorito al espacio pudo deberse a la explosión de una nova, o un sol blanco, ocurrida hace millones de años, que desprendió grandes trozos de materia por nuestra zona de la espiral galáctica. Otra posibilidad es que se deba a la explosión de un planeta a causa de una guerra cósmica con armas atómicas.

      »La radiación a que fue sometido el fragmento y el magnetismo, sumados, crearon una polaridad de fuerzas magnético/nuclear débil, que por confrontación/oposición con las otras fuerzas propias del universo —la gravedad y la fuerza nuclear fuerte— produce influencia al terreno que le rodea.

      »Esta banda de pasto presenta una gravedad menor, de 5/7 respecto a la gravedad del resto de Urbys. Como no soy botánico ni biólogo, mis conocimientos no alcanzan a explicar la fosforescencia ni el particular color del pasto en esa zona, pero muy probablemente esté relacionado con la alteración del campo magnético, o quizás a la cierta radiación.".

      Hasta aquí lo comentado por el profesor Anatnev, de la Universidad de Urbys. Observamos hoy este terreno, que abarca no solamente uno de los laterales de la cancha sino también los cimientos de la tribuna local, y recordamos las palabras del ingeniero Lasarte:

      "Desde esa época en la que era un veloz puntero derecho, recuerdo con cariño ese baldío, en el que jugué los mejores partidos de fútbol de mi vida. Al recibirme deseé honrar el recuerdo de tantas horas felices y decidí construir esta obra para la ciudad de Urbys, que es fuente de alegrías e historias".

      El ingeniero omite contar por qué sus recuerdos son particularmente buenos y evita —sin ninguna maldad, así lo creemos— todo comentario sobre los extraños goles que se producen en esta cancha. No hizo comentario alguno sobre el comienzo poco prometedor de su equipo en la liga local. Y tampoco nos habló sobre las historias que se cuentan sobre la tribuna local —secciones A y B— y las curiosas leyendas del vestuario. Pero es lógico que así ocurra. Las anécdotas y leyendas se propagan más que la historia verdadera y ya son conocidas por todos entre la población de Urbys.