miércoles, 13 de marzo de 2024

Cine de aventuras

 


Martes a la tarde, había salido a buscar trabajo durante esa mañana de clima desapacible, pero no estaba logrando nada. Estaba desempleado hacía ya cuatro meses y la situación se tornaba cada vez más angustiante. En el cielo estallaba la tormenta, ráfagas de lluvia le recordaban el haber salido sin paraguas, y le hacían aumentar su desasosiego. Con la carpeta con sus trabajos ya mojada bajo el brazo se refugió en la entrada de un viejo cine de barrio tradicional, familiar. Miró al interior, estaba casi vacío. Avanzó hasta el hall y se sintió reconfortado por el calor, una caricia a su atribulado ánimo. No tenía sentido salir con el diluvio que caía, y su humor triste y taciturno no los ayudaba a su objetivo: Era mejor levantar el ánimo y capear la tormenta externa e interna con una clásico de acción de los ‘80s, los de su propia juventud. Sorprendido observó que el encargado de la boletería no estaba, caminando despacio se asomó a la puerta de la única sala viendo pocas personas espaciadas en la penumbra. Entró discretamente y se sentó.

La película ya empezada era un clásico de aventuras que siempre veía cuando lo pasaban por la televisión, se sentó a disfrutarla en pantalla grande. Miró a su  alrededor: Varias personas con aspecto de indigentes parecían dormir. Era razonable con la tormenta afuera que hubieran buscado refugio en el cine tal como él, que en ese día y hora no debía vender muchas localidades. Recordó que el encargado de los boletos no estaba.

Se relajó, adecuándose a la comodidad del asiento, una butaca antigua de acolchado tapizado y respaldo casi hasta el cuello: con su exigua economía hacía bastante que no podía disfrutar una película en cine; recostó la cabeza en el respaldo antes de la famosa escena del látigo contra la cimitarra que tanto lo hacía reír, justo cuando sintió el tirón en el cuello. La sensación de ahogo fue inmediata, la vista se le ponía oscura y se debatió desesperado en silencio aferrando la soga que apretaba su garganta entre estertores entrecortados para tratar de forzar a llegar el aire a sus pulmones, perdía la conciencia... ¡Necesitaba respirar! 

Fue su último pensamiento antes de ser la cuarta víctima de quien la prensa el día siguiente iba a nombrar como 'el boletero estrangulador del cine'.





martes, 27 de febrero de 2024

Déjà vu

 


Déjà vu (/deʒa vy/, en francés ‘ya visto’) es un tipo de paramnesia del reconocimiento de alguna experiencia que se siente como si se hubiera vivido previamente. Básicamente se trata de un suceso que se siente que ya ha sido vivido.

- Wikipedia


Maximiliano estaba caminando por la calle cuando de pronto vio o pensó un árbol y una secuencia de acciones. Un pensamiento, llegó y se fue. Trató de recordarlo. Acaso un recuerdo del futuro, algo que ya había ocurrido en su mente cuando en realidad estaba por ocurrir, un déjà vu. 

No era la primera vez que le ocurría: cuando era un niño no sabía lo que pasaba, luego cuando creció entendió que era algo que luego ocurriría. Ya como joven lo le comenzó a ocurrir cada vez menos, aunque pudo probar la realidad de concreción de algunas situaciones. Ahora su pensamiento le traía un árbol, enorme, añoso, de nudosas raíces, de ramas entrelazadas. Trató de recordar: Daba vuelta en una calle y el árbol allí estaba. Buceó en su recuerdo, antes recordaba todo lo que iba a ocurrir, conversaciones completas ahora..., ahora no lograba situar la imagen en su pensamiento. El árbol estaba, eso era correcto, pero algo fallaba en el recuerdo, algo más, algo faltaba, no recordaba el momento posterior.

Algo en el déjà vu le hizo recordar uno anterior, cuando recién comenzaba en sistemas. Salió del instituto con una compañera, conversando ambos del programa que estaban desarrollando a medida que aprendían. Una simple base de datos que buscaban hacer crecer a un sistema para un almacén. Durante la charla Maximiliano no dejaba seguir el movimiento de los labios de Paula, pendiente más en esto a lo que decía, mientras los ojos color azul cielo de ella brillaban sonriendo. Creyó que era el momento de invitarla a salir, ese fin de semana… y de pronto recordó el déjà vu, la conversación que recordaba ya haber tenido, el momento, la calle, el auto amarillo pasando al lado de ellos, la plaza (¡No era un bosque, claro! Era la plaza), esos eran los árboles, y la conversación:

Es una exhibición de artes marciales, en el Jardín Japonés ¿Fuiste alguna vez? 

No, es en Palermo, ¿verdad?

Si, también hay una clase abierta de origami…

¡Me encanta el origami!

Si querés podemos ir, si tenés tiempo, el fin de semana.

¿No lloverá?

No, va a hacer un sol radiante, lo dicen todos los pronósticos, después podemos tomar algo por ahí. ¿Vamos el domingo?

¡Si hay sol es fantástico!, pero este domingo es mi cumpleaños…, no puedo, mamá preparó una fiesta para la familia en casa.

Lo dejamos para otro domingo entonces, la exposición de origamis va a estar todos los domingos del mes.

¡Dale!

Recordó todo en un momento, la escena, la conversación completa, palabra por palabra, cruzaron delante del paseo de compras y entonces:

¡Mirá! Esto parece como para vos, vos practicás Taekwondo, ¿no?

Es una exhibición de artes marciales, en el Jardín Japonés ¿Fuiste alguna vez? 

No, es en Palermo, ¿verdad?

Si, también hay una clase abierta de origami…

¡Me encanta el origami!

Si querés podemos ir, si tenés tiempo, el fin de semana.

¿No lloverá?

Fue un segundo, un momento en que nunca supo por qué había decidido ofender a los dioses del destino. Recordaba la conversación, recordaba las palabras justas, pero de pronto dijo:

Es muy probable que llueva, sí. 

No pudo completar la frase, la voz se le apagó a medida que vocalizaba. Se hizo el silencio. Maxi miró a su alrededor sin entender, todo parecía haberse detenido: Paula a su lado lo miraba congelada, el auto amarillo no llegaba nunca a la esquina, el viento ya no movía las banderas con el nombre del centro comercial. Un paso sin secuencia de sucesos, un movimiento a la nada, un vacío, un segundo en un espacio donde no hay tiempo. 

Luego de una infinitesimal eternidad, Paula respondió:

¡Si hay sol es fantástico!, pero este domingo es mi cumpleaños…, no puedo, mamá preparó una fiesta para la familia en casa.

Respuesta equivocada. O la correcta. Querer escapar del destino, salir de un ciclo infinito del déjà vu seguro dejaría un daño, así que…

Lo dejamos para otro domingo entonces, la exposición de origamis va a estar todos los domingos del mes.

¡Dale!

La respuesta del destino fue fatal e inmediata, Maxi nunca logró esa cita con Paula.

Siguió intentando recordar, el árbol, sí. Pero era otro lado del árbol, no del otro lado, dentro del árbol, tampoco. Había unos ojos azules, claros, y eso era lo que seguramente había evocado el recuerdo de Paula, ¿qué más…?, un perfume, un encuentro, un anillo.

Maxi continuó su camino, con el eco del déjà vu resonando en su mente como las hojas susurrantes del árbol que había anticipado. El sol derramaba su luz sobre las aceras, creando sombras danzarinas que se entrelazaban con los recuerdos que lo perseguían.

Decidió dar un rodeo hacia el instituto de computación, aquel lugar donde las líneas de código se tejían como hilos invisibles del destino. Mientras caminaba, la sensación de familiaridad se intensificó. Recordó haber vivido ese instante antes, pero esta vez, algo era diferente. El déjà vu parecía tener un matiz especial, como una página de un libro que había sido arrancada de su lugar y luego pegada de nuevo, pero ahora con palabras borradas y reescritas.

Frente al instituto, el déjà vu lo envolvió como un velo, y la imagen de aquel árbol se entrelazó con la arquitectura moderna de la institución. El sonido de las teclas resonaba y cada golpe su memoria se aproximaba al recuerdo, pero no podía atrapar el detalle que diferenciaba este momento del déjà vu que le había visitado.

Ingresó al edificio y se encontró con un pasillo iluminado por luces fluorescentes. Unos metros más adelante, vislumbró unos ojos azules que le miraban con intensidad. La sensación de déjà vu alcanzó su punto álgido, pero ahora, algo más se desplegaba en su mente.

Maxi siguió avanzando, notando un perfume familiar que flotaba en el aire, un aroma que se entrelazaba con el código que se procesaba a su alrededor. Del otro lado de la pantalla un enorme árbol de algoritmos y líneas de código se desplegaba durante el experimento. No era dentro del árbol, era la forma del árbol, las características, las ramificaciones en cada decisión que tomaba el programa, cada bifurcación era una rama.  Entonces un encuentro se produjo, un instante que parecía predestinado, como si el tiempo se hubiera plegado sobre sí mismo.

Frente a él, una joven con ojos azules llevando consigo el aroma de las flores que le había sido dado a percibir en su visión previa. En su mano derecha brillaba un anillo, el mismo que Maxi había visto en su déjà vu.

Los dos se miraron, reconociéndose en un instante que trascendía el tiempo. Maxi, aturdido por la revelación, intentó articular palabras, pero la realidad se retorcía a su alrededor como un sueño vívido. La joven sonrió, como si hubiera estado esperando este momento tanto como él.

Entonces, un pensamiento se insinuó en la mente de Maxi: ¿y si el déjà vu no era solo una ventana al futuro, sino una puerta a múltiples posibilidades? Aquel encuentro, aquel anillo, aquella fragancia, las flores, eran las piezas correctas, pero la disposición en el tiempo las había cambiado.

La joven, con ojos llenos de complicidad, le susurró: "En cada déjà vu, creamos nuestro propio destino". Y así, Maxi comprendió que el futuro no estaba escrito en piedra, pero era poderoso, forzando cada elección, cada déjà vu tejía la trama de su existencia. 




sábado, 3 de febrero de 2024

Chat inteligente

 



Jueves a la tarde, salgo del trabajo y tomo el tren a zona sur como todos los días. Por suerte es principio de año y no va tan lleno, alguna gente está de vacaciones. 

Viajo tranquilo escuchando un audiolibro, siendo que el viaje es largo me mantiene entretenido mientras mis auriculares me aíslan de la cacofonía de mensajes de audio, videos de Youtube, y TikToks que suenan a los gritos dado que casi nadie los usa. A eso sumado el incesante paso de los vendedores ambulantes comentando su mercadería que pasaban haciendo su trabajo cruzando con dificultad por el pasillo lleno de personas paradas y apretujadas, mismo pasillo en el que yo dejaba descansar mi mente después de las presiones laborales. 

Pasó otro vendedor y mientras me retorcía en mi lugar para tratar de dejarlo pasar pensando en el calor y la transpiración de una semana de verano de 36 grados promedio, miré a la puerta: un cartel, entre divertido y oficial mostraba la imagen de una chica seria de anteojos que decía — Vamos a chatear!, con la actual y angloparlante notación de puntuación que sólo cierra el signo de admiración. Siempre veo esas cosas. Abajo, indicaba un número de teléfono para agendar y —mucho más moderno— ofrecía escanear un QR. También una línea que sólo cerraba el símbolo de admiración. Es casi un toc para mí, lo sé.

Pensé que sería algo de los trenes, alguna medida de comunicación o seguridad, pero realmente no lo decía. El cartel parecía propio de la empresa de transporte, y de la misma forma, no había suficiente información para saberlo. Me intrigó.

Yo, como el 95% del vagón, tenía mi celular en la mano. Apunté con la cámara y aunque no estaba demasiado cerca, escaneé el QR. Apareció la opción de entrar a un sitio web y aceptándola, me llevó a mi Whatsapp a un chat titulado Trenes argentinos.

Bueno, otro chat insulso, hoy por hoy los chatbot nos inundan con opciones en menúes programados que nunca llevan a nada y evitan que podamos comunicarnos con un ser humano que sepa resolver un problema real. Chats que nos dan respuestas que ya sabemos y le ahorran a las empresas el tener una mesa de ayuda que realmente brinde un servicio. Uno más. Y los llaman chats inteligentes.

El viaje es largo, son muchas estaciones y después tengo que combinar en otro tramo, pero de pronto en una estación importante bajaron varias personas y me pude sentar. El señor sentado al lado iba con su celular viendo un partido de fútbol, con unos enormes auriculares de marca conocida, en vez de los que uso que se introducen en los oídos, que yo siento más cómodos cuando voy parado. Sonreí pensando en lo bien que estaría escuchando y lo concentrado que se lo veía. Yo aproveché a revisar el mail pero no había nada nuevo, el whatsapp dio un error al abrir el programa, pero podía esperar. Raro, pero no infrecuente: mi celular no es demasiado nuevo, y cada tanto conviene reiniciarlo. Estuve a punto de hacerlo, pero el audiolibro estaba en su punto álgido comenzando una emocionante batalla entre un psicoanalista y un enfermo mental. Llegué a la estación de combinación y abordé el otro tren, casi vacío. Esta vez no tenía compañero de viaje. Cinco estaciones más. El viaje es largo al vivir tan alejado pero la vida es tranquila. Inseguridad existe, sin dudas, pero en el barrio nos conocemos todos y estoy en una calle tranquila. La misma manzana adonde toda la vida vivió mi familia, una casita chica con una terraza , un perro y un jardín. Tomé el colectivo en la estación, y caminé unas cuadras hasta llegar. Desde la esquina noté algo raro, mucha gente reunida en la cuadra. Los gritos y mi mamá llorando. Los vecinos que venían corriendo a la esquina a hablarme, los comentarios que ahora alcanzaba a escuchar:— ¡Lo soltaron, lo soltaron! Me senté en el borde de piedra del jardín mientras me decían que mi papá ya regresaba con mi tío, que habían salido con el auto a llevar el dinero. En unos minutos todo se aclaró: Al parecer me habían hecho un secuestro virtual, habían aprovechado el link y que yo aceptara la página web para insertar un virus en el celular, con él habían secuestrado el teléfono y no podía recibir mensajes ni llamadas, ni por mail ni por whatsapp. Con mis mensajes descubrieron de inmediato el teléfono de mis padres y los llamaron para decirles que me tenían secuestrado. Mi papá, muy práctico, había cortado de inmediato y había intentado llamar a mi teléfono, sin suerte. Al enviar un whatsapp los hackers habían contestado por mí, diciéndole que me tenían y dándoles por la misma vía el lugar donde depositar el dinero para liberarme. No sé como supieron de la venta del auto, pero pidieron los 15.000 dólares que habían cobrado unos días antes.

Para cuando me enteré de esto, ya habían regresado mi papá y mi tío, habían dejado el dinero en una bolsa azul, en un deposito de basura en una calle de Balvanera, en CABA. 

Ahora toda la familia viaja en tren, hasta que pueda devolverlos. 





martes, 16 de enero de 2024

Un Resplandor de Historia: La Bandera Argentina y su encuentro con el Sol

 

Foto de plaza de mayo, de espaldas a la Casa rosada
Jueves 11/01/2024

En la bandera y en la historia de Argentina, se esconde un dilema que ha intrigado a muchos: ¿la bandera nacional siempre lleva el sol en su corazón? vamos a desentrañar este misterio y descubrir la verdadera esencia de uno de nuestros símbolos patrios.

La bandera, emblema cumbre de nuestra identidad, ondea con el orgullo de los cielos celestes y la pureza del blanco. ¿Pero qué pasa con ese sol que brilla en su seno? ¿Es una constante en nuestra enseña nacional?

Para descifrar este enigma, es imperativo remontarnos a los días de febrero de 1812, cuando el general Manuel Belgrano dio vida a nuestra amada bandera en la Capilla del Rosario. Según cuanta la tradición, el General Belgrano tomó como ejemplo los colores celeste y blanco de la escarapela de los patriotas de la independencia para crear la bandera: Durante las fechas de la Revolución, los patriotas que estaban a favor de la independencia repartían cintas a quienes estaban de acuerdo con los colores que identifican, incluso en la actualidad, a la dinastía de los borbones.

La bandera luego fue consagrada en 1816 por el Congreso de Tucumán, pero las confusiones surgieron en 1818 cuando el Sol de Mayo fue incorporado por el presidente Pueyrredon a la franja blanca central y así adquirió su lugar privilegiado en el corazón de nuestra bandera. Este Sol de Mayo fue creado por el hábil artesano Juan de Dios Rivera. Inspirado en Inti el Dios inca del sol, este astro radiante con 32 rayos entre flamígeros y rectos, rinde homenaje a la Revolución de Mayo.

Pero desde ese momento comenzaron los juegos de luces y sombras con un sol que se muestra (Febo asoma...) o no, en nuestra enseña.

La pregunta persiste: ¿Con sol o sin sol? La confusión, en realidad, fue un intento de simplificación en el siglo XIX. En 1818, se asignaron distintos usos a la bandera según su diseño: sin sol para civiles y con sol para fines militares, assí serviría para identificar los barcos militares de los mercantes. Dos banderas en paralelo, en una confusión que duró 167 años hasta que en 1985, la Ley 23.208 barrió con la dualidad y proclamó que la única bandera argentina es la que lleva el sol. Desde entonces, el sol inca ilumina con su resplandor cada rincón donde nuestra enseña flamea. Esta ley no solo estableció la unicidad de nuestra bandera sino también sus derechos de uso. Desde el Gobierno nacional hasta instituciones civiles, todos comparten la misma enseña nacional. El bicentenario de la Revolución de Mayo trajo consigo un decreto en 2010 que fijó las medidas, características de la tela, colores y accesorios de nuestra querida bandera. Todo un protocolo para garantizar que su esplendor se mantenga incólume.

Hoy, al ondear la bandera argentina, recordemos que su sol brilla con una luz que ilumina nuestro pasado y guía nuestro futuro. Un resplandor que nos une como nación, donde la historia y la identidad se encuentran en cada pliegue de nuestro símbolo patrio.





viernes, 29 de diciembre de 2023

La vida comienza tantas veces


Cada año hacemos promesas para un nuevo año, expresamos nuestros deseos mentalmente o a viva voz. Terminaba el año pasado, un año de aprendizaje, de recuperación, y expresé mi deseo sin saber bien cuál era, en una plegaria. 

El año pasado allá por noviembre, por diciembre; allá por España, allá por Italia, entre el sol de una playa de Barcelona y el invierno de un mercadito de Firenze, con el corazón confundido, recuperé el espíritu de la Navidad y la capacidad de rezar con fe cuando ya parecía perdida.

Y comencé este año con ese pedido, cuya respuesta me hizo comenzar una vez más a creer en una sonrisa y unos ojos brillantes. Comenzar con la esperanza de enamorarme de nuevo, de creer que la vida está hacia adelante y no es sólo recuerdos.

Cada día de este año fue una respuesta a esa plegaria confundida que decía, simplemente: "que sea lo mejor". Apostando todo a la fe, al destino, a la magia del universo. Llámenlo como quieran. Y a mi vida llegó la magia de una persona que me hace soñar y creer en mí y en nosotros cada día, todos los días.

La vida comenzó una vez más, cómo un romance perdido y reencontrado. 

Ya sé mi pedido para el año que viene: Qué sea lo mejor. Las cosas se acomodan. La vida comienza.

Tantas veces.




lunes, 11 de septiembre de 2023

Un cuchillo por una moneda

 


Hace ya varios inviernos en estos pagos en una localidad pequeña de Buenos Aires situada al límite de la pampa profunda, vivía un hábil orfebre y talabartero llamado Estanislao. Estanislao era conocido en todo el pueblo por sus magníficos cuchillos de hojas afiladas y filigranas intrincadas que adornaban los mangos de hueso y madera, así como por sus adornadas rastras tan deseadas en dias de fiesta. Sumado a su destreza en el arte, el hombre era una persona generosa.

Conocedor de la superstición que comentaban en fogones y pulperías de que no se deben regalar cuchillos, y siendo la confección de los mismos buena parte de su trabajo, nunca realizaba su tarea gratis. Pero cierto día, Estanislao fabricó un cuchillo con tanto arte y de hoja tan templada que decidió compartir su destreza y regalar este cuchillo a uno de sus amigos cercanos. No siendo supersticioso creyó que su amistad era lo suficientemente fuerte como para resistir cualquier mal augurio.

Cuando llegó el onomástico de su amigo de toda la vida, Martín, un apasionado cazador, metió el cuchillo en una repujada funda y rumbeó para la vivienda. Eran mediados de noviembre y se sabía que su amigo salía a cazar durante largas noches del verano, por lo que un cuchillo era una herramienta insubstituible. Martín estaba encantado con el hermoso cuchillo y agradeció a Estanislao con efusión. Sin embargo, días después cuando salió a cazar por los pajonales, Martín pisó una vizcachera cuchillo en mano y al caer con el tobillo roto se cortó gravemente. En la noche, solo y en medio del campo, le costó regresar y casi no la cuenta. Y aunque Martín sobrevivió, la herida dejó una marca permanente y esa noche a la intemperie, herido y casi desangrado cambió su personalidad de manera extraña, volviéndolo más irritable y distante. Sobre todo, distante a Estanislao.

Estanislao se sintió preocupado, pero aun así decidió que sólo se trataba de una casualidad y cuando su sobrino Diego, un joven agricultor, vino a comprarle un cuchillo, y habiendo justamente terminado un largo facón de mango de hueso perfectamente trabajado, se lo regaló con una sonrisa. Pero el destino jugó una última y cruel broma. Regresando Diego a su estancia usó el facón en varias tareas y habiéndolo recibido sin funda, lo dejó clavado en un tocón al borde de los sembrados. Esa noche al inicio de una feroz tormenta eléctrica, con el aire cargado y antes de caer una gota de agua, un rayo golpeó sobre el propio cuchillo y provocó un incendio. Aunque Diego logró escapar ileso y no se dañó el rancho, la cosecha fue destruida por las llamas. Luego llegó la lluvia y pasó el peligro, aunque a la mañana siguiente se encontró el cuchillo con el mango quebrado y carbonizado y el metal derretido en el campo quemado.

Convencido ahora por las desgracias que habían caído sobre sus amigos y familiares, Estanislao finalmente comenzó a creer que las antiguas supersticiones tenían un fundamento de verdad. Lamentablemente, el peso de su culpa y la creencia en las consecuencias funestas lo atormentaron a lo largo de su vida.

La historia de Estanislao se convirtió en una advertencia y leyenda en el pueblo, contada de pulpería a posta y llegando a pueblos vecinos, recordando a todos que los cuchillos eran objetos poderosos y que debían tratarse con respeto y precaución. La gente del pueblo ya nunca dudó de la superstición a regalar un cuchillo sin intercambiarlo por una moneda o algún otro objeto de valor, temiendo las consecuencias funestas que podrían caer sobre ellos sí desafiaban la tradición.