jueves, 8 de septiembre de 2016

Mentira




Leardon, el dios de las Mentiras, festejaba.
Los dioses, en la vanidad de su omnipotencia habían abandonado a los hombres, y en su ausencia de milenios él  había habitado la tierra. Caminaba entre mortales, sembrando falacias en los oídos de los hombres, gobernando sus acciones oculto en sombras. Finalmente se había mostrado y demostrado una a una que todas sus creencias eran falsas, que los corazones no sentían de verdad y que cada persona engañaba a los demás; y la humanidad había reconocido que nada era más poderoso que la mentira. Lo habían llamado dios supremo. Su culto se extendía por toda la tierra conocida, llegaban constantes ofrendas a quien creían el único o el más poderoso de los dioses. Quizás no se equivocaban.
Toda adoración da sus frutos: cuantos más adeptos tenía, más fuerte era. Superó así el  poder de los ancestrales dioses mayores: los del Destino, los de las Tormentas, los del Azar y aún a la diosa de la Lujuria. Nubes de incienso quemados en altares de oro llegaban a los cielos reconociendo su divinidad y majestad. Rey de dioses. Crecía su fuerza en cada momento y en cada oración, su reconocimiento. Era su Victoria, su conquista.
Era el supremo Dios de las Mentiras. Y como tal tenía un destino que cumplir, una acción que completar.
Orgulloso, y con esta idea en mente decidió invitar a un banquete en su palacio a todos los dioses. Renuentes, no pudieron rechazarlo a riesgo de disgustar al nuevo poder.  Asistieron.
La velada comenzó como podía esperarse, el anfitrión demorando su entrada hasta que todos estuvieron sentados en sus lugares, ansiosos, y  recién entonces  ingresó Mentira, con un vestuario principesco, mostrándose reluciente al sol aquel que siempre operó entre sombras, entró rodeado de dos bellas semidiosas, Fama y Adulación. La mesa estaba cubierta de incontables y suculentos platos, los concurrentes decidieron por el momento olvidar su malestar y hacer honor a los manjares que había pero pronto notaron que no se sentían satisfechos por más que comieran. Cada invitado repitió varias veces de los exquisitos platos que se sucedían traídos por diligentes mozos esclavos, sin resultado, sin saciarse. Tenían Hambre.
Mentira en tanto había desaparecido discretamente luego de los aperitivos y no se le veía. Comenzaron las discusiones por no poder entender que pasaba, continuaron y fueron subiendo de tono. Algunos postulaban que era una broma aunque de mal gusto y sonreían ante el 'banquete de Mentira', otros estaban ofendidos e insistían que el dios había ido demasiado lejos. Algunos de los dioses mas poderosos pedían lavar la afrenta como fuere necesario; otros proponían moderación. Rápidamente se formaron grupos, y luego bandos, la discusión pasó a violencia y esta  se convirtió en Guerra.
Desde detrás de un cuadro, Mentira observaba atento, solamente faltaba uno.
La situación ya no podía controlarse, algunos propusieron retirarse y encontraron las puertas cerradas, el miedo y el odio se desataron a partes iguales y entre dioses poderosos cada palabra o acción era un acto divino. Uno de los dioses considerado imperecedero —como todos los dioses— fue fulminado  en el acto durante una disputa con Olvido, la causa no se recuerda, y tampoco el nombre del dios muerto.
Fue la primera muerte pero no la última en la guerra de los dioses.
Y fue este hecho el que  trajo al cuarto jinete, se había producido una Muerte, y cada jinete había sido convocado por designio de los dioses, las condiciones se cumplían.
Gracias a Mentira, el Apocalipsis había comenzado.


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