lunes, 19 de octubre de 2015

Una serie de eventos desafortunados (Lunes)


¡Ups!, me quedé dormido. El despertador sonó, lo apagué, y me adormecí. Miro la hora: No pasa nada fueron apenas 15 minutos, son las 7. Me levanto a bañarme, este tobillo no deja de doler y sigue torcido, voy a tener que descansar el pie en lo posible.
Termino de bañarme, me cambio, elijo otro pantalón y camisa, y agarro el celular. La radio sigue encendida e indica que va a llover a la tarde, así que tengo suerte, voy preparado, agarro una campera.

Son 7:20, si agarro el colectivo por autopista en lugar del común, aún puedo llegar a las 8 al trabajo.

Salgo a la puerta, pulso el botón del ascensor: nada. Los dos ascensores parados, piso 20. No queda otra, bajo por la escalera. El tobillo protesta en cada piso. Llego abajo, el encargado (portero, bah, ahora se dan nombres importantes) no está; no es posible ni preguntarle que pasó. No importa, ya estoy abajo salgo y voy hasta la esquina a esperar el colectivo semirápido por autopista. Larga cola, esperemos que pare, cuando ve mucha gente como viene lleno ni se detiene. Mejor prepara la tarjeta para viajar... ¡No tengo la billetera!, claro, cambié de pantalón, la dejé en el departamento. Volver. 20 pisos. Escalera. Ni en mi mejor estado es fácil, siempre me cuesta lo de subir escaleras, con el tobillo torcido, aún más. Abrir, billetera, cerrar, escalera, bajar, esquina, cola. Viene el colectivo al rato: Nos deja a todos esperando, ya a esta hora no se detiene ninguno, viene lleno. Cambio de parada y tomo otro colectivo, también lleno pero que se detiene, 20 cuadras hasta el subterráneo. Son las 8:05, bueno, mala suerte.

Llega un subterráneo con los vagones vacíos, la suerte parece cambiar un poco, me logro sentar. Esto ocurrió solamente 2 veces en los últimos 2 años, así que es una sorpresa absoluta, se llena, sale. Se sigue llenando en cada parada, las paredes parecen expandirse. Plaza Miserere, combinación con el tren: Marea de gente que quiere entrar, no hay forma de que ingresen todos, pero hoy, justo hoy, yo sentado. La marea e cuerpos se estrella contra otro muro humano cerca de la puerta. Gritos, protestas que se van a detener cuando las puertas se cierren. Pasa un minuto. Dos, tres minutos, las puertas siguen abiertas: Una voz indica que hay demora. Espero, puede ser algo pasajero. Los miles que llenan el subterráneo, igual: esperan. Diez minutos, doce, quince. La voz impersonal resuena en el andén indicando que la línea está interrumpida. Nada que hacer, salir del inframundo y ver si hay algún colectivo. Tengo esa idea un segundo solamente, los colectivos llenos ni se detienen a esta hora, camino una cuadra y paro un taxi que pese a los muchos atascos de tránsito logra dejarme a dos cuadras del trabajo. Veo la salida del subterráneo, donde debería haber bajado: sale gente, en el tiempo que conseguí el taxi, lo tomé, y llegó se ve que reactivaron el servicio, y los subterráneos funcionan nuevamente. Fueron $50 de más en gasto inútil. Llego al trabajo finalmente: 9 en punto. Funciona un solo ascensor, de los dos; entran 6 personas, soy el sexto. 
Baja. llega mas gente, se ponen detrás mío. Vamos a entrar, el quinto por entrar un viejo baboso las invita a que pasen a dos chicas que están detrás mio, minifaldas y piernas largas sobre unos tacos que
indican claramente que no tienen dolor de tobillos. Les mira el culo cuando suben. Me voy por la escalera, el ascensor entre que sube y baja tiene para un rato.
Y llego a la oficina, por fin, cansado, transpirado, y recordando que yo tuve que cambiar el franco que había pedido PARA HOY, porque había un acto en el colegio de la nena y había que buscarla mas temprano. Y si, hoy no tendría que haber salido de casa.
En fin, a trabajar.

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