martes, 1 de noviembre de 2016

Lluvia



Me quedé hasta tarde, viendo una película. Y hubo un momento que tuvo significado:
Una pareja, sentados frente a frente en el marco de una puerta, apenas mirándose, y viendo por la puerta abierta la lluvia caer. 
Hace mucho tiempo, con apenas 10 años estaba en una casa vacía jugando con mi prima. Los vecinos se habían mudado, la casa estaba en venta. Se oscureció, no había luces eléctricas; y por una ventanita de la puerta pudimos ver la tormenta acercándose, y escuchar sobre el pasto y las baldosas el sonido de la lluvia, en el viento el olor a la tierra mojada.
Algunos años después, en esa casa iba a morir mi mamá. No llovía.
En otro recuerdo estábamos en la playa en Mar del Plata, de vacaciones. Un día de sol y mar, mi papá, mi mamá. Me habían comprado un avión de tergopol, de los que se remontan en el viento, había armado las alas introduciéndolas en una rendija en el cuerpo del avión, y con un hilo desde la punta planeaba como no vi ningún avión antes o después. Se escuchó un trueno, el cielo cambió de color empezó a soplar un viento fuerte, juntamos todo rápidamente y corrimos al auto, mi papá me llevaba agarrado de la mano, y yo sujetaba el avión con la otra. Un golpe de viento rompió el fuselaje en dos. El mar pasó el muro y las calles se inundaron, mi papá hizo mil giros hasta lograr sacar el auto evitando las calles más inundadas y a veces, cruzándolas, y llegar adonde parábamos. En el viaje miraba el agua cayendo a baldes por las ventanillas del auto. No pude arreglar el avión, estaba irreparablemente roto. Nunca hubo otro avión de tergopol.
En esa misma playa de Mar del Plata, o en otra tal vez, imposible saberlo, escribí en la arena el nombre de mi primer novia cuando habíamos terminado, y deje que el mar lo borrara. Volví a mi hotel, había ido solo de vacaciones. Esa noche escribí mi mejor historia, una receta para olvidar un gran amor. Aún no sabía que los grandes amores no se olvidan. No llovió ni una vez.
Con mi primer novia habíamos tenido la primer vacación 'en pareja', no sé cómo nuestros padres, sobre todo los de ella, nos dejaron ir solos. Esa vez, en una casa alquilada. En otra ocasión, varios años más tarde, alquilamos una habitación chiquita diez días en Miramar, llovió durante nueve días, un record decía el dueño del hotel. Salíamos igual, pese a la lluvia. No nos dábamos cuenta que empezaban las primeras discusiones.
Miramar, muchos años después: veo correr a mi hija bajo los árboles del bosque, me escondo, reaparezco, me busca, me ve, me persigue. No tiene ni dos años. Corre feliz entre los árboles. Junta piñas. Me siento, viéndola correr, investigar, jugar, descubrir, cierro los ojos y me recuesto en un árbol, siento el viento. Caen agujas de pino con el sonido de suaves gotas de lluvia.
Y eso me cura. Y entiendo. Y ahora vuelvo a entender que dimensionamos mal a los problemas. 
Para entender el mundo hay que entender la lluvia.



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