lunes, 6 de enero de 2020

Leyenda de los reyes magos




Con motivo de la fecha, decidí adaptar una antigua leyenda española sobre el regalo de los reyes magos. Espero a disfruten.


El regalo

Erase una vez tres chicos muy pobres que iban caminando por el sendero de un bosque profundo y oscuro. Era la noche del día 5 de enero, y caminaron y caminaron con el mayor de ellos llevando una débil linterna para alumbrar su camino. Después de un rato, cansados y algo asustados encendieron una fogata y se sentaron en unas piedras para tratar de orientarse. Estaban discutiendo que dirección seguir cuando de entre los arboles surgió una mujer muy hermosa que les preguntó que estaban haciendo tan tarde en el bosque, y en una noche tan particular.
Los niños se sobresaltaron por la aparición, pero el cansancio y la sonrisa amable de la mujer los venció y convenció de contarles su secreto: Habían esperado a que sus padres se durmieran para ir a la ciudad a esperar a los reyes magos y ver si les traían regalos, y aunque sus padres siempre les prevenían que no fueran al bosque e incluso los propios mayores nunca cruzaban entre los añosos árboles, ellos sabían que era el camino más corto para llegar a la ciudad y esperaban poder llegar antes que acabara la noche orientándose por las estrellas. Pero habían tenido que detenerse porque no habían contado con que el bosque fuera tan tupido que las ramas cubrieran el cielo impidiéndoles orientarse, y estaban perdidos.
La mujer sonrió y pareció mucho más joven de lo que realmente era cuando les preguntó por qué no esperaban los regalos de Reyes en sus propias casas. La respuesta fue triste y la mujer la sintió más amarga al haber sido ella misma una niña pobre: Otros años habían esperado a tener regalos pero nunca recibían nada. El año pasado los tres amigos se habían encontrado en secreto en el establo de la casa del mayor a esperar a los reyes pero el sueño los había vencido  y al despertar en la mañana vieron otra vez sus zapatos vacíos. La menor de los tres amigos, una nena de trenzas desordenadas, pensaba que era porque los reyes magos no conocían el camino al pueblo y con esa idea había convencido a los otros dos a  ir a la ciudad a esperarlos.
La mujer los miró con atención: La esperanza iba camino a la desesperanza, la fe a la desesperación al saberse perdidos y mucho más, al saber que no seguramente no tendrían regalos nuevamente. Las ropas muy usadas no dejaban de estar limpias, porque se habían puesto lo mejor para la aventura con la seguridad de encontrarse con los reyes, una seguridad que segundo a segundo se perdía en el desespero. Pero en los ojos del chico del medio, el del flequillo rebelde que aún se notaba haber sido peinado para verse más presentable, aún quedaba una chispa de fuego, de rebeldía, en sus ojos ardía una llama que se avivó cuando dirigiéndose a todos pero mirándolo a él les dijo que los iba a ayudar, pero debían ser valientes en extremo, ya que el bosque era muy peligroso y el camino muy largo y difícil.
Fue entonces cuando les dijo que los ríos que tenían que cruzar eran profundos y anchos, correntosos y sin puentes para cruzarlos. Que en el camino los esperaban senderos que se bifurcaban y verdaderos laberintos de árboles y enredaderas. Que los animales que iban a encontrar eran peligrosos y hambrientos.
Los chicos la escuchaban mudos de miedo, de asombro y también de curiosidad. Así que ella les contó que podía asegurarles pasar si eran capaces de vencer el miedo y sí le hacían un favor. Los chicos le dijeron que sí, que estaban dispuestos a ayudarla. No pidieron nada a cambio.
Ella les solicitó que entregaran una carta que necesitaba enviarle a un amigo que ella tenía en medio del bosque, en todo caso les quedaba de camino a la ciudad. Cuando llegaran al castillo que tenía su amigo debían decirle a quien encontraran en la puerta que necesitaban entregarle esta carta al señor encargado del castillo y que los enviaba Dinah. Así supieron su nombre, que sólo muy pocos conocían.
Entonces la mujer le dio al mayor una bolsa de arpillera llena, indicándole que cuando los acecharan las bestias del bosque, les arrojara un trozo de carne y así las fieras no les iban a atacar.  Estiró luego la mano hasta un árbol y cortando una ramita sin hojas, se la dio a la niña diciéndole que cuando se encontraran perdidos la tirara al piso porque al caer la punta le iba a indicar la dirección correcta para alcanzar el castillo. Con un breve gesto de sonrisa, la pequeña la dejó caer una, dos y tres veces y cada vez la varita apuntaba en la misma dirección. Al del medio le pidió que fuera valiente, y dándole una galletita, le explicó que cuando llegaran al castillo encontraría cortado el paso por un animal, que le diera en la boca la galletita y los dejaría pasar.
La niña preguntó entonces como harían para cruzar los ríos, entonces la mujer abrió su bolsa, y tomando una pluma de ave escribió en un pergaminos unas palabras que resplandecieron tenuemente en la oscuridad de la noche al momento de ser escritas, y guardó este papel en un sobre que selló con la marca de un anillo que tenía en su dedo corazón. Dándole la carta a la pequeña le dijo que cuando encontraran los ríos, debían tirar el sobre al agua y que se subieran a él para poder pasar.
Los chicos en ese momento ya estaban superados de asombro por lo que cuando ella se despidió, prometieron entregar la carta y salieron por un sendero del bosque en la dirección que indicaba la ramita.
La mujer se quedó en el claro, cada vez más oscuro a medida que se apagaba la fogata, y cuando los niños se perdieron entre el follaje camino al castillo sólo sonrió. El bosque y la noche la ocultaron.
Los pequeños no tardaron en ver que el camino cambiaba de dirección y se dividía o era bloqueado por ramas o  árboles caídos pero en cada ocasión dejaban caer la rama y siguiéndola retomaban al camino correcto. Llevaban más de una hora caminando cuando un lobo los enfrentó en medio del camino, gruñendo y avanzando con el pelo erizado y las orejas inclinadas hacia atrás, mientras unas gotas de saliva saltaban de su boca. El mayor de los chicos enseguida tomó un trozo de carne de la bolsa y se lo arrojó. Brilló un rayo de luna reflejándose en los ojos del lobo cuando alzó la mirada mirándolos a los tres a los ojos, y de un salto se metió entre la espesura perdiéndose en el bosque. Luego fue un oso, y después un jabalí que los detuvieron un momento a lo largo del viaje, en todos los casos el chico hizo lo mismo y los animales se apartaron. En un tramo muy oscuro unos ojos chispearon entre las plantas y un gruñido, casi como un rugido, los asustó; pero con excelente puntería el mayor lanzó un trozo de carne en esa dirección y el animal oculto se fue. Nunca supieron qué animal era.
También cada tanto aparecía un río que cortaba el camino que llevaban. El primero que encontraron era ancho con una fuerte corriente que los asustó mucho. La nena, con natural desconfianza, soltó el sobre en la corriente esperando que esta lo mojara y arrastrara, pero al tocar el agua el sobre creció convirtiéndose en un barco de papel en el qué cuando se subieron, los trasladó secos y seguros al otro lado.
Luego cruzaron otros ríos: uno que parecía miel, de agua dorada y con agua de aspecto pegajoso; otro con agua negra en el que aparecían luces flotando  como si fueran llamas; y otro en el que el agua era gris plata y animales extraños se asomaban lejos del bote, pero por suerte o por otra razón ninguno se les acercó y pudieron terminar la travesía.
Finalmente a lo lejos y a la luz de las estrellas pudieron ver las torres de un castillo en medio del bosque, torres y cúpulas en una fortificación que era casi un palacio. Pero cuando llegaban corriendo felices hacia la puerta del foso del castillo surgió una serpiente, parecida a una  cobra gigantesca que alzó su cabeza a más de tres metros de altura y los miró con malignidad mientras sus anillos entrechocaban con ruido a huesos y sus colmillos destilaban veneno. Los chicos retrocedieron asustados y casi a punto de echar a correr miraron al monstruo que se acercaba reptando velozmente mientras un silbido que helaba la sangre salía de su boca. Fue entonces cuando uno de los niños se detuvo, y sacando del bolsillo una galletita avanzó decidido hacia el enorme reptil que sin dudarlo un segundo atacó. Y se detuvo. Mirando al niño con desconcierto al ver que no huía, el inmenso ofidio tomó la galletita que el atemorizado pero decidido niño le acercaba a la boca, y al comerla empezó a disminuir de tamaño mientras volvía  al puente que cruzaba el foso y se ocultaba en el fondo. Los niños cruzaron el puente y se presentaron a los guardias de la puerta, diciéndoles que tenían un recado para el señor del castillo. Los guardias llamaron al mayordomo y cuando este se hizo presente los niños le indicaron que tenían una carta para su señor, la cual le entregaron. Él los hizo pasar a un salón y los sentó frente al fuego mientras iba a llevar la carta. Pasaron unos minutos y el mayordomo regresó precediendo al señor del castillo:
— Soy el señor, rey y mago de este castillo, en el que permanecí años hechizado y hoy la carta con escritura mágica que trajeron rompió el hechizo y vuelvo a ser libre. Vengan conmigo.
Los llevó a un comedor, en el que comieron una deliciosa cena caliente y luego hubo tortas, dulces y confites de todo tipo. A continuación los llevó a otra sala llena de armas de juguete, armaduras como para su tamaño, arcos y ballestas para jugar, pelotas y muñecas con casas de muñeca que eran castillos como en el que estaban, joyas de fantasía y caballito de madera, junto con estanterías enormes llenas de libros de cuentos, y les dijo que tomen lo que quieran.
Finalmente, en la sala principal del castillo anunció:
— ¿Vieron ya el castillo, y los jardines, y los coches con caballos? Ese es vuestro regalo de reyes, así que pueden disponer de los sirvientes y de los guardias, y vamos a buscar a sus padres para que puedan venir a vivir aquí, porque desde este momento el bosque deja de estar encantado y también les pertenece junto con el castillo y todo su contenido. Y cuando los criados engancharon un lujoso coche a unos bellos caballos, los niños vieron que los senderos del bosque habían sido reemplazados por una ancha carretera que llegaba al pueblo, y los ríos ahora tenían seguros puentes y las fieras habían desaparecido.
Y con sus padres que no salían de su asombro los niños volvieron contentos al palacio a disfrutar de su regalo de reyes y a partir de entonces vivieron muy felices.

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