viernes, 21 de agosto de 2020

Árbol verde claro

 

Hoy vi la imagen de un árbol dibujado en un cuento para niños, y me acordé del verde claro. Si, el color, el del lápiz verde claro que usaba siempre para los árboles por ahí porque no me gustaban los árboles oscuros, fantasmales y serios, sino que me gustaban verdes, brillantes, con copa con onditas y redondos por más que —para mi capacidad para el dibujo— hacer un simple pino ya era un acto frustrado desde antes de comenzar. Era intentar hacer una pintura realista con el chip de caricaturista puesto: unos palitos y unas curvas esquemáticas trataban de representar la realidad de un árbol que se hacía inmarcesible para mi habilidad a esa edad... o nunca, o siempre, como prefieran verlo. Pero con marrón oscuro y el verde claro, un verde manzana verde, un color de luz y brillo como no había otro en la caja de lápices. Porque el amarillo no se veía sobre el papel blanco y el sol era una sombra apenas en el cielo que obligaba darle bordes negros para que se notara acaso que ahí había algo. A veces al lado del árbol la casita con techo alpino, rojo; o acaso otra cosa, pero siempre tenía que estar el árbol, con su copa verde manzana claro. Capaz más adelante le llegué a dibujar ramas, capaz con el tiempo se acabó la luz y cambié el color, capaz dejé de usar lápices y me atrajeron las fibras hasta que dejé de dibujar y ese mundo mágico de colores quedó abandonado. Cómo un tiempo de una niñez que ya pasó. Pero olvidado, no.

¿Quién tiene lápices? Dibujemos...



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