sábado, 3 de febrero de 2024

Chat inteligente

 



Jueves a la tarde, salgo del trabajo y tomo el tren a zona sur como todos los días. Por suerte es principio de año y no va tan lleno, alguna gente está de vacaciones. 

Viajo tranquilo escuchando un audiolibro, siendo que el viaje es largo me mantiene entretenido mientras mis auriculares me aíslan de la cacofonía de mensajes de audio, videos de Youtube, y TikToks que suenan a los gritos dado que casi nadie los usa. A eso sumado el incesante paso de los vendedores ambulantes comentando su mercadería que pasaban haciendo su trabajo cruzando con dificultad por el pasillo lleno de personas paradas y apretujadas, mismo pasillo en el que yo dejaba descansar mi mente después de las presiones laborales. 

Pasó otro vendedor y mientras me retorcía en mi lugar para tratar de dejarlo pasar pensando en el calor y la transpiración de una semana de verano de 36 grados promedio, miré a la puerta: un cartel, entre divertido y oficial mostraba la imagen de una chica seria de anteojos que decía — Vamos a chatear!, con la actual y angloparlante notación de puntuación que sólo cierra el signo de admiración. Siempre veo esas cosas. Abajo, indicaba un número de teléfono para agendar y —mucho más moderno— ofrecía escanear un QR. También una línea que sólo cerraba el símbolo de admiración. Es casi un toc para mí, lo sé.

Pensé que sería algo de los trenes, alguna medida de comunicación o seguridad, pero realmente no lo decía. El cartel parecía propio de la empresa de transporte, y de la misma forma, no había suficiente información para saberlo. Me intrigó.

Yo, como el 95% del vagón, tenía mi celular en la mano. Apunté con la cámara y aunque no estaba demasiado cerca, escaneé el QR. Apareció la opción de entrar a un sitio web y aceptándola, me llevó a mi Whatsapp a un chat titulado Trenes argentinos.

Bueno, otro chat insulso, hoy por hoy los chatbot nos inundan con opciones en menúes programados que nunca llevan a nada y evitan que podamos comunicarnos con un ser humano que sepa resolver un problema real. Chats que nos dan respuestas que ya sabemos y le ahorran a las empresas el tener una mesa de ayuda que realmente brinde un servicio. Uno más. Y los llaman chats inteligentes.

El viaje es largo, son muchas estaciones y después tengo que combinar en otro tramo, pero de pronto en una estación importante bajaron varias personas y me pude sentar. El señor sentado al lado iba con su celular viendo un partido de fútbol, con unos enormes auriculares de marca conocida, en vez de los que uso que se introducen en los oídos, que yo siento más cómodos cuando voy parado. Sonreí pensando en lo bien que estaría escuchando y lo concentrado que se lo veía. Yo aproveché a revisar el mail pero no había nada nuevo, el whatsapp dio un error al abrir el programa, pero podía esperar. Raro, pero no infrecuente: mi celular no es demasiado nuevo, y cada tanto conviene reiniciarlo. Estuve a punto de hacerlo, pero el audiolibro estaba en su punto álgido comenzando una emocionante batalla entre un psicoanalista y un enfermo mental. Llegué a la estación de combinación y abordé el otro tren, casi vacío. Esta vez no tenía compañero de viaje. Cinco estaciones más. El viaje es largo al vivir tan alejado pero la vida es tranquila. Inseguridad existe, sin dudas, pero en el barrio nos conocemos todos y estoy en una calle tranquila. La misma manzana adonde toda la vida vivió mi familia, una casita chica con una terraza , un perro y un jardín. Tomé el colectivo en la estación, y caminé unas cuadras hasta llegar. Desde la esquina noté algo raro, mucha gente reunida en la cuadra. Los gritos y mi mamá llorando. Los vecinos que venían corriendo a la esquina a hablarme, los comentarios que ahora alcanzaba a escuchar:— ¡Lo soltaron, lo soltaron! Me senté en el borde de piedra del jardín mientras me decían que mi papá ya regresaba con mi tío, que habían salido con el auto a llevar el dinero. En unos minutos todo se aclaró: Al parecer me habían hecho un secuestro virtual, habían aprovechado el link y que yo aceptara la página web para insertar un virus en el celular, con él habían secuestrado el teléfono y no podía recibir mensajes ni llamadas, ni por mail ni por whatsapp. Con mis mensajes descubrieron de inmediato el teléfono de mis padres y los llamaron para decirles que me tenían secuestrado. Mi papá, muy práctico, había cortado de inmediato y había intentado llamar a mi teléfono, sin suerte. Al enviar un whatsapp los hackers habían contestado por mí, diciéndole que me tenían y dándoles por la misma vía el lugar donde depositar el dinero para liberarme. No sé como supieron de la venta del auto, pero pidieron los 15.000 dólares que habían cobrado unos días antes.

Para cuando me enteré de esto, ya habían regresado mi papá y mi tío, habían dejado el dinero en una bolsa azul, en un deposito de basura en una calle de Balvanera, en CABA. 

Ahora toda la familia viaja en tren, hasta que pueda devolverlos. 





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