martes, 27 de febrero de 2024

Déjà vu

 


Déjà vu (/deʒa vy/, en francés ‘ya visto’) es un tipo de paramnesia del reconocimiento de alguna experiencia que se siente como si se hubiera vivido previamente. Básicamente se trata de un suceso que se siente que ya ha sido vivido.

- Wikipedia


Maximiliano estaba caminando por la calle cuando de pronto vio o pensó un árbol y una secuencia de acciones. Un pensamiento, llegó y se fue. Trató de recordarlo. Acaso un recuerdo del futuro, algo que ya había ocurrido en su mente cuando en realidad estaba por ocurrir, un déjà vu. 

No era la primera vez que le ocurría: cuando era un niño no sabía lo que pasaba, luego cuando creció entendió que era algo que luego ocurriría. Ya como joven lo le comenzó a ocurrir cada vez menos, aunque pudo probar la realidad de concreción de algunas situaciones. Ahora su pensamiento le traía un árbol, enorme, añoso, de nudosas raíces, de ramas entrelazadas. Trató de recordar: Daba vuelta en una calle y el árbol allí estaba. Buceó en su recuerdo, antes recordaba todo lo que iba a ocurrir, conversaciones completas ahora..., ahora no lograba situar la imagen en su pensamiento. El árbol estaba, eso era correcto, pero algo fallaba en el recuerdo, algo más, algo faltaba, no recordaba el momento posterior.

Algo en el déjà vu le hizo recordar uno anterior, cuando recién comenzaba en sistemas. Salió del instituto con una compañera, conversando ambos del programa que estaban desarrollando a medida que aprendían. Una simple base de datos que buscaban hacer crecer a un sistema para un almacén. Durante la charla Maximiliano no dejaba seguir el movimiento de los labios de Paula, pendiente más en esto a lo que decía, mientras los ojos color azul cielo de ella brillaban sonriendo. Creyó que era el momento de invitarla a salir, ese fin de semana… y de pronto recordó el déjà vu, la conversación que recordaba ya haber tenido, el momento, la calle, el auto amarillo pasando al lado de ellos, la plaza (¡No era un bosque, claro! Era la plaza), esos eran los árboles, y la conversación:

Es una exhibición de artes marciales, en el Jardín Japonés ¿Fuiste alguna vez? 

No, es en Palermo, ¿verdad?

Si, también hay una clase abierta de origami…

¡Me encanta el origami!

Si querés podemos ir, si tenés tiempo, el fin de semana.

¿No lloverá?

No, va a hacer un sol radiante, lo dicen todos los pronósticos, después podemos tomar algo por ahí. ¿Vamos el domingo?

¡Si hay sol es fantástico!, pero este domingo es mi cumpleaños…, no puedo, mamá preparó una fiesta para la familia en casa.

Lo dejamos para otro domingo entonces, la exposición de origamis va a estar todos los domingos del mes.

¡Dale!

Recordó todo en un momento, la escena, la conversación completa, palabra por palabra, cruzaron delante del paseo de compras y entonces:

¡Mirá! Esto parece como para vos, vos practicás Taekwondo, ¿no?

Es una exhibición de artes marciales, en el Jardín Japonés ¿Fuiste alguna vez? 

No, es en Palermo, ¿verdad?

Si, también hay una clase abierta de origami…

¡Me encanta el origami!

Si querés podemos ir, si tenés tiempo, el fin de semana.

¿No lloverá?

Fue un segundo, un momento en que nunca supo por qué había decidido ofender a los dioses del destino. Recordaba la conversación, recordaba las palabras justas, pero de pronto dijo:

Es muy probable que llueva, sí. 

No pudo completar la frase, la voz se le apagó a medida que vocalizaba. Se hizo el silencio. Maxi miró a su alrededor sin entender, todo parecía haberse detenido: Paula a su lado lo miraba congelada, el auto amarillo no llegaba nunca a la esquina, el viento ya no movía las banderas con el nombre del centro comercial. Un paso sin secuencia de sucesos, un movimiento a la nada, un vacío, un segundo en un espacio donde no hay tiempo. 

Luego de una infinitesimal eternidad, Paula respondió:

¡Si hay sol es fantástico!, pero este domingo es mi cumpleaños…, no puedo, mamá preparó una fiesta para la familia en casa.

Respuesta equivocada. O la correcta. Querer escapar del destino, salir de un ciclo infinito del déjà vu seguro dejaría un daño, así que…

Lo dejamos para otro domingo entonces, la exposición de origamis va a estar todos los domingos del mes.

¡Dale!

La respuesta del destino fue fatal e inmediata, Maxi nunca logró esa cita con Paula.

Siguió intentando recordar, el árbol, sí. Pero era otro lado del árbol, no del otro lado, dentro del árbol, tampoco. Había unos ojos azules, claros, y eso era lo que seguramente había evocado el recuerdo de Paula, ¿qué más…?, un perfume, un encuentro, un anillo.

Maxi continuó su camino, con el eco del déjà vu resonando en su mente como las hojas susurrantes del árbol que había anticipado. El sol derramaba su luz sobre las aceras, creando sombras danzarinas que se entrelazaban con los recuerdos que lo perseguían.

Decidió dar un rodeo hacia el instituto de computación, aquel lugar donde las líneas de código se tejían como hilos invisibles del destino. Mientras caminaba, la sensación de familiaridad se intensificó. Recordó haber vivido ese instante antes, pero esta vez, algo era diferente. El déjà vu parecía tener un matiz especial, como una página de un libro que había sido arrancada de su lugar y luego pegada de nuevo, pero ahora con palabras borradas y reescritas.

Frente al instituto, el déjà vu lo envolvió como un velo, y la imagen de aquel árbol se entrelazó con la arquitectura moderna de la institución. El sonido de las teclas resonaba y cada golpe su memoria se aproximaba al recuerdo, pero no podía atrapar el detalle que diferenciaba este momento del déjà vu que le había visitado.

Ingresó al edificio y se encontró con un pasillo iluminado por luces fluorescentes. Unos metros más adelante, vislumbró unos ojos azules que le miraban con intensidad. La sensación de déjà vu alcanzó su punto álgido, pero ahora, algo más se desplegaba en su mente.

Maxi siguió avanzando, notando un perfume familiar que flotaba en el aire, un aroma que se entrelazaba con el código que se procesaba a su alrededor. Del otro lado de la pantalla un enorme árbol de algoritmos y líneas de código se desplegaba durante el experimento. No era dentro del árbol, era la forma del árbol, las características, las ramificaciones en cada decisión que tomaba el programa, cada bifurcación era una rama.  Entonces un encuentro se produjo, un instante que parecía predestinado, como si el tiempo se hubiera plegado sobre sí mismo.

Frente a él, una joven con ojos azules llevando consigo el aroma de las flores que le había sido dado a percibir en su visión previa. En su mano derecha brillaba un anillo, el mismo que Maxi había visto en su déjà vu.

Los dos se miraron, reconociéndose en un instante que trascendía el tiempo. Maxi, aturdido por la revelación, intentó articular palabras, pero la realidad se retorcía a su alrededor como un sueño vívido. La joven sonrió, como si hubiera estado esperando este momento tanto como él.

Entonces, un pensamiento se insinuó en la mente de Maxi: ¿y si el déjà vu no era solo una ventana al futuro, sino una puerta a múltiples posibilidades? Aquel encuentro, aquel anillo, aquella fragancia, las flores, eran las piezas correctas, pero la disposición en el tiempo las había cambiado.

La joven, con ojos llenos de complicidad, le susurró: "En cada déjà vu, creamos nuestro propio destino". Y así, Maxi comprendió que el futuro no estaba escrito en piedra, pero era poderoso, forzando cada elección, cada déjà vu tejía la trama de su existencia. 




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