A veces me pasa que te miro y no puedo evitar pensar que estuviste ahí todo el tiempo. Incluso cuando no estabas.
No en presencia, quizás. Pero en esas cosas pequeñas que uno no se da cuenta hasta que se detiene: una palabra que repetís, una forma de mirar, una canción que aparece sin buscarla y me lleva derecho a vos.
No sé si fue el tiempo o la distancia. O tal vez fui yo. Pero algo cambió.
Y sin embargo, cuando volviste, todo tenía tu forma. Tu voz era la misma, pero traía algo nuevo. Como si el camino te hubiera pulido, como si hubieras vuelto siendo más vos.
Estás. Y ahora lo sé con una claridad que antes no tenía.
Porque sí, siempre me dejaste algo. No como esos amores que hacen mucho ruido. Lo tuyo fue distinto: Fuiste una palabra en común en mitad de una charla, risa que se me escapó sin saber por qué, una idea que encendiste sin darte cuenta. Dejaste en mi cosas que no sabés.
Te hiciste parte de mis días. En la forma en que miro el cielo, en lo que leo, en el gesto automático de pensar en preparar dos cafés aunque esté solo.
Sos también la que empujó cambios. Lo que me hizo querer estar mejor. Por vos, o por mí con vos.
Porque no es que te fuiste. Es que hiciste tu viaje, y yo el mío. Y en algún punto, sin hacer ruido, sin promesas ni fuegos artificiales, volvimos a encontrarnos.
Sos ese lugar al que se vuelve sin preguntarse por qué. Esa presencia que no empuja, pero sostiene.
No hicimos todo juntos, pero sí hicimos algo que pocos logran: resistimos. Y regresamos. Volvimos...
Y ahora que estás, ya no pienso en lo que faltó. Pienso en lo que queda.
Y queda tanto.