miércoles, 13 de enero de 2016

Noche




Oscurece, el sueño es esquivo. Cena, sillón, película, la rutina diaria aún después de un día cansador. El cansancio se siente, pero el 

sueño no, apago las luces: quedan las dos pantallas, la boba y la activa. Arranco apagando la boba, y el sonido. Queda el resplandor del silencio, las luces de afuera apenas marcan las cortinas y un cono de luz fluorescente enmarca el insomnio. Un té, mejor que un café. No me quiero dejar atrapar por la tentación fluorescente, pero casi no tuve tiempo en el día para mí, para hacer algo de lo que me gusta. De todas formas  ya es tarde, si no duermo ahora pierdo una hora de sueño, y con menos de 6 horas realmente no rindo, ni me hace bien. Apago el monitor, la cpu ronronea y su rayo de luz azul se interrumpe. Ahora si, es hora. Apago el ventilador, me preparo a acostarme, pongo el teléfono a cargar, apago la luz. Y la luz del mensaje titila en el celular, un brillo oculto por la tapa que se hace visible al apagar la luz. Un mensaje. No resisto la tentación, lo miro, leo, escribo, lo respondo. Otro mensaje. Cierro el celular. Me gustaría apagar mi mente y mis pensamientos tan fácil como apagué la luz.

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