jueves, 7 de enero de 2016

Besos de miel, besos de hiel




Un beso que es la ilusión de un beso, el beso perfecto, sus brazos sobre mis hombros, una mirada y su boca que se aprieta contra mis labios, suave, sus labios tibios, acariciantes, su cuerpo concavo y convexo contra el mío; el abrazo que se estrecha, los labios entreabiertos, la lengua tímida, ansiosa, imperiosa, juguetona, sensual; los cuerpos que se encuentran en caricias sin separar los labios, abusando del espacio del otro, y deseándolo. Siempre el mejor beso es el actual, y el próximo. Un beso que es más que el primer beso y es como un primer beso, y es un primer beso, todo en uno. La mirada que se encuentra, se esconde en ojos que se cierran, se ilumina en un reflejo de amor o de sol, y se empaña con lágrimas de ternura.
Besos que se transforman en caricias, caricias que se transforman en llamas. Llamas que nos abrazan y nos abrasan, desde un beso, foco y epicentro de un incendio.

Un beso que fue el último beso, un beso robado, violento, desesperado, confundido. Los cuerpos lejos, ajena la mirada, la boca se cierra y surgen palabras duras, hirientes, un beso que se transforma en dolor y en silencio, en lágrimas de pérdida, en un abrazo en que solamente son brazos cruzados sobre el pecho en negativa, la ternura que encuentra al odio y el incendio  que se consume y en los labios queda un gusto a cenizas, que llegan al alma.

Dos besos distintos.




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