viernes, 13 de enero de 2017

Observar sin juzgar




Salgo a almorzar. Microcentro es un microcosmos de gente apurada, hombres de traje o jeans, mujeres con look laboral. De alguna manera ambos están vestidos como cuando salen a tomar algo para seducir, ir al trabajo los seduce, y se seducen en verse. Llego a la esquina, un edificio ahora desocupado permite que 5 vagabundos sucios y medio desnudos  tomando cerveza hayan acercado un sillón desvencijado entre  bolsas de residuos y ropa, desde el que señalan a los que pasan y les gritan obscenidades a las mujeres que circulan acelerando el paso, mientras los ignoran. No existen más que para ellos mismos. 
Giro a la derecha, dos cuadras hasta Av de Mayo buscando un lugar para almorzar. Voy por la vereda y delante mio una mujer elegante que camina hacia mi tropieza con una baldosa floja, hace una pirueta imposible y recupera el equilibrio con un grito, y la cara roja de susto y de vergüenza en partes iguales. Paso frente a unos turistas brasileños que cantan cuando hablan, ellas vestidas como para ir a la playa en pleno mediodía urbano, ellos con una irrazonable sonrisa para un día tan alejado del fin de semana. Eso es para mi, no para ellos, que disfrutan de las vacaciones. Distintos momentos, distintas maneras de verlos.
Son miradas, minutas de imagenes que los ojos registran cuando alejamos la mente del stress, y hacemos lugar para alejarnos de nuestros propios pensamientos.
La chica que pasa con una minifalda de piernas perfectas me hace girar la cabeza. Veo que la mitad masculina de la calle gira conmigo y la acompaña al pasar, sin una palabra. Aún hay espacio para reconocer la belleza, en este caso la admiración es el silencio.
Hoy me alejo del bar tradicional que suelo elegir, entro a un Starbucks, tostado con jugo de manzana, saco el ebook con una buena novela de R. R. Martin, busco un lugar sentado al lado de la escalera frente a una barra, en una silla alta que hace una diferencia a la cotidiana rutina. Más pronto que tarde los muchachos que atienden se entusiasman con la música y nos ensordecen al ritmo de jazz, que pasa de ser relajante a ser molesto. Respiro. Trato de concentrarme en la música, no, en el libro. Uffff, la concentración falla. Tanto esfuerzo en enfocarme que pierdo la noción del entorno y sobre mi hombro  —demasiado cerca— aparece una cara ajada de un tipo flaco, camisa azul manga corta semidesabrochada, con un nene chiquito subido a los hombros; que me pide 'una ayuda'.
Respondo que no, sin pensar realmente, y veo que recorre varias mesas pidiendo y hablándole al nene al mismo tiempo. Empiezo a sacar un billete mientras le presto atención, su pedido en una cantinela sin pausa y sin repetirse, sin diferenciar en tono o forma cuando se dirige al hijo o cuando pide. Tengo la costumbre de no dar nunca limosna a los que piden con chicos, me parece cruel y un abuso usar así a un menor, pero no es el caso, el hombre no está del todo en sus cabales y pide mientras trata de cuidar al chico, a una mujer le pide un poco del vaso de agua que tiene junto al café, y cuando se lo niega rezonga y protesta y nos insulta a todos, mientras baja por la escalera y recibe el billete que le acerco, cambia el discurso y pide a los que entraron nuevos al piso de abajo y un vaso de agua al chico que atiende la caja, y se lo da a su nene. Se va por la calle sin dejar de protestar, pedir y murmurar en un disco interminable de palabras a las que casi nadie escucha o les presta atención.
Salgo a la calle, del bar tradicional sale un humo espeso por una de las rejillas de ventilación con aroma a asado, hace 30 minutos hubiera sido una tentación irresistible. Una mujer gorda se queja entre risas del humo, y no sé si se queja o se rie de la situación. Enfrente el negocio de diarios ahora envuelto en una nube artificial, muestra de manera relevante una serie de publicaciones con una clara dirección política demostrando que se puede hacer proselitismo desde el lugar al que a uno le toque.
Me distraigo viendo los títulos de las revistas y tropiezo en la misma baldosa en que la mujer había ejecutado con intuitiva perfección su acto acrobático minutos antes, aunque  no con la misma destreza, realmente.
El mismo hombre de la camisa azul sigue pidiendo en la calle a los que pasan, con su niño al hombro. Cruzo y paso por frente a la plaza Roberto Arlt, el sol dibuja filigranas de luz y sombra en las baldosas al atravesar sus rayos entre las ramas de los árboles, frente a la plaza permanentemente cerrada desde que unos ocupas pusieron unas carpas dentro para vivir. Tardaron dos meses en desalojarlos y cerraron la plaza. Se mudaron hasta la esquina, a una obra en construcción y luego a la otra esquina, por Bartolomé Mitre y son los que me crucé al salir. Girando por la cuadra alrededor de la plaza, ahora en construcción, para ver cuando pueden volver a ocuparla. Girando alrededor de un eje. Cómo todos. Unos giran tras un trabajo, tras una mirada, tras una ayuda. Giran caminando por las cuadras a la hora del almuerzo y van y vuelven de la casa al trabajo, como decía el General.
Nuestra vida es una rueda, si se sabe observarla. 




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