miércoles, 12 de abril de 2017

La tierra no es para ángeles



La tierra no es para ángeles, no cabe duda. Y últimamente el diablo pide más y más.   —  Veneno sabor a miel, El Soldado
Es la batalla de los ángeles y los demonios que se disputan el alma de los porteños. —  Leopoldo Marechal

Es jueves, son las ocho de la noche y  Juan sale de su trabajo de oficina en una automotriz alemana en Puerto Madero, y va a distenderse a Palermo. Es casi un vip en el bar que tiene de logo una rosa negra, va todos los jueves. Y claro, no es el único:  es cita obligada de muchos de sus compañeros de trabajo que reservan sitio en una lista y llegan con tiempo para tomar algo. 
Él suele encabezar la lista, no tanto porque le guste bailar, o la compañía de los otros —ya los ve todos los días en el trabajo—, sino porque le gusta el lugar: la paredes de ladrillo, las luces, la gente bien vestida como si cada jueves fuera una fiesta eterna, más que un after office.
La clientela es variopinta, desde abogados claramente diferenciables en trajes caros o no tanto, hasta un pálido psiquiatra con quien una vez compartió unos Bloody Mary. Ingenieros en sistemas, contadores, algunas chicas buscando un buen pasar o acaso una buena noche, muy bien vestidas con o sin marca en sus vestidos, pocos turistas, muchos cancheros, un barman eficiente. 
Las mesas limitan el lugar para bailar y permiten mayor cercanía o intimidad, si uno sabe ubicarse. Juan sabe perfectamente los mejores lugares pero su terreno es la barra, prefiere estar parado cerca de las bebidas hasta las 22 que es cuando el lugar se transforma en boliche y la fiesta supera las conversaciones. En otras pampas lo llamarían careless whisper, aca es sólo chamullo. Incluso hasta hace poco una pizarra en la pared adviertía el estilo del lugar: "En este establecimiento sólo se admiten chamullos al estilo Fourcade". Lo suyo no es vanagloriarse mintiendo su posición para convencer a una esporádica compañía, lo suyo es acompañarse de una buena bebida, el abrazo frío a una copa medio llena y mirar, disfrutar del lugar. 
Pero hoy mientras observa descuidado hacia la puerta, siente una mirada sobre él. El Azar parece haberlo elegido, se da vuelta despacio.
Ella está contra una pared en el otro extremo de la barra, con una copa en la mano. Sus miradas se cruzan.  Piel blanca tostada de un verano que no es el de Buenos Aires, rubia, alta, con estilo. El brillo azul fluorescente de la luz negra sobre su evanescente vestido blanco  revela muy buenas formas y le quita de pronto el incipiente sueño y  el ligero aturdimiento del alcohol. Juan no aparta la mirada, conoce el tema y se desliza entre los que pueblan la pista en dirección a esos ojos zafiro sin  parecer pretenderlo, ni negarlo. Desde una mesa cercana, otros ojos azules chispearon al momento. Un amuleto brilló con una profunda luz aguamarina, se escuchó una risa tenue, que Juan no escuchó. La mirada y sonrisa de la ocupante de la mesa regresó a su acompañante y sus labios brillaron sensuales mientras se le acercaba en el sillón. 
Juan no vió nada de esto, caminaba hacia la pared como si un hilo tendiera un puente entre miradas, evitando toda la gente entre ellos. Las luces dibujaban sombras, las sombras desplegaban nuevas luces fuera de su campo de visión, mientras ella no pestañeaba en su acercamiento.
Y de pronto alguien se cruzó y el puente de miradas quedó roto.
El estrépito de los parlantes se hace intenso y brilla resonando en el vestido rojo sangre, Juan se frena sujeto por  una chica de pelo rojo oscuro que se atravesó de frente en su camino como una gata negra de buena suerte y brillantes ojos verdes. 
Juan redefine mentalmente la palabra Voluptuosa. Ella despliega una sonrisa como el gato de Cheshire de Alicia; pero con picardía y sensualidad al mismo tiempo. La rubia se separó de la pared y ahora viene a su encuentro, las dos se miran, se miden, se sonríen levemente. Parece que se conocen, o se reconocen. Juan todavía está quieto, aún no dijo una palabra, pero reaccionando al fin dice — Hola, al espacio vacío entre ambas.
La rubia no dice nada, lo vuelve a mirar con sus profundos ojos azules y se acerca un paso. Su cabello rubio ondula siguiendo el sinuoso ritmo de la música,  pero no es bastante. Juan se ve apartado por la morena que sonríe con chispas en sus ojos esmeralda y le dice — Hola, mientras tomándolo de las manos lo arrastra a la pista.
Brillos y sombras se mezclan, luz y oscuridad, mientras una chica alta, rubia y de formas perfectas regresa a su lugar cerca de la pared atrayendo miradas. Desde luego, la partida está perdida. Desde lejos, ve una figura en vestido rojo perdiéndose en las sombras de las mesas del fondo, la luz negra que cae sobre ella crea el efecto de que lo último que se vea al alejarse sea su sonrisa.
La noche recién comienza pero sabe que no es suya. Se despega lascivamente de al lado de la barra y pide un último trago. La tierra ya no es para ángeles, no cabe duda, ni siquiera para ángeles caídos. Los humanos pueden enseñarles sobre seducción y lujuria a los mismos tentadores, son otros tiempos y otros dioses. La rubia sonríe apenas en su derrota y desaparece en las sombras con un ligero perfume a azufre, para no perder el estilo.




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