miércoles, 17 de enero de 2018

La letra A




"Yo no sabía, ni me podía imaginar el asunto que tenías entre manos, había venido por casualidad a esta ciudad y te encontré. Viejos amigos, y todo eso que suele decirse, todavía no habían dejado de interrogarme cuando empezó el tiroteo."
Cosecha roja, Dashiell Hammett



Estaba muerta, fría sobre el asfalto de Av. Rivadavia en el centro de Floresta.
Era domingo por la mañana, en las veredas se apilaban borrachos y drogados en espera de un rayo de sol que obligara a sus pupilas a desenfocarse y a sus párpados a abrirse, pero ella yacía apenas fuera de la calzada, helado su cuerpo en la madrugada de primavera, los ojos abiertos, el pelo como una aureola castaña y sucia a su alrededor,  los labios sensuales desencajados en un grito ahogado en vómito, olvidada por la vida hasta que un vecino madrugador avisó a la policía.
Durante el registro desestimaron que la hubieran arrojado desde un auto, leves marcas en la vereda indicaban que había llegado corriendo, y luego arrastrándose hasta caer adonde la habían encontrado.
Fuertes golpes en la cara, en las piernas. Marcas de haber sido atada. Vestigios de pinchazos con agujas. Restos de lágrimas en su maquillaje y de vómito en su vestido. Restos de semen en su cuerpo. Un cuerpo que era un resto de humanidad en sí mismo.
El forense dictaminó al hacer la autopsia que no había muerto por los golpes, o por las quemaduras en forma de puntos de cigarrillo. Había muerto envenenada por ácido bórico, un tradicional veneno para cucarachas.
El inspector principal Diego Reyes estaba interesado en el caso. Para los demás era un suicidio y se aprontaban a cerrar el caso: decisión de mujer golpeada, nada raro para el barrio.  Él no lo descartaba pero no entendía el porqué del veneno, no era lo usual en suicidas. Reyes vivía de y para la violencia cotidiana en su trabajo; en privado apostaba a los caballos, fumaba,  y leía a Dashiell Hammett. Divorciado, estaba en juicio por alimentos por la madre de su hija que siempre pedía más. Durante sus investigaciones, lo  'normal' era la brutalidad, el desprecio a las normas de la sociedad, los depravados resultados del amor o el deseo; pero no esto. Mirando el cadáver, sintió en su interior una rabia como bilis ácida en su garganta que lo ahogaba y pedía que lo aclarara.
Interrogó a los vecinos, buscó pistas en el lugar, sin siquiera tener un nombre, no había documento entre las exiguas ropas. Sólo una cadenita colgando del cuello de la víctima, con la letra A.
Encendió un cigarrillo sin filtro, sentado en su viejo escritorio de madera —nunca había aceptado el nuevo de fórmica. Estaba tratando de contar cuantas mentiras por falta de pruebas se leían en el informe policial antes de que él llegara al caso: llevaba encontradas tres con la promesa de ser más, puede que hubiera hecho bien en pedir intervención de la división de delitos complejos en lugar de solicitar ayuda de la división de trata de personas.
Entre las grabaciones de las cámaras de una pizzería cercana al viejo teatro Fenix, se veía aparecer a la víctima. Momentos después, aún de madrugada, un Chevrolet Astra que estaba estacionado en esa cuadra ya no se veía. La cámara alcanzó a tomar la matrícula, pertenecía a un comisario retirado: Salas. Recordaba ese apellido. Un viejo conocido. No era buena cosa que lo recordara.
Con absoluta discreción se obtuvo una orden, se intervinieron teléfonos. Unos mensajes dieron pie a una nueva escucha, de esta a una vigilancia activa de dos propiedades. Los antecedentes de las personas que ingresaban alcanzaron para realizar unos allanamientos. "El prostíbulo clandestino de la policía", fue el título de la nota en un importante diario, evidenciando el deterioro ético de la sociedad.

Él mismo acompañó al equipo especial cuando irrumpió en la vivienda tipo casa chorizo, e incluso detuvo a un agente que intentaba escapar por la ventana, derribándolo profesionalmente con un puñetazo, casi como un tributo a los clásicos del cine.
En una habitación interior encontraron a una niña, de unos 9 años. Gritó cuando aparecieron y en la desesperación dijo un nombre: Ángela. Ángela no volvería aunque ya la había ayudado. La pequeña Agustina fue quien contó que su hermana apenas mayor de 13 años había desarmado las trampas para cucarachas para tragar el veneno. Que los captores habían tratado de sacarla en el baúl de un automóvil en plena noche cuando comenzaron los síntomas de envenenamiento y los gritos. En la pericia policial se vio como estaba rasguñado el seguro del baúl del Astra que había sido abierto por dentro. Las cámaras que lograron tomar el escape, la muerte, la huida del vehículo, la investigación ulterior provocada por el veneno que llamaba la atención, fueron el resto de las piezas del rompecabezas que se unieron cuando en la morgue la niña entre lágrimas reconoció el cadáver  de rostro juvenil, cabello castaño y los labios exangües y verdosos de la hermana que la había salvado, sacrificándose. Reyes tomó la cadenita de la caja de pruebas, sin que nadie lo objetara, y la colocó en el cuello de Agustina.
Otro caso resuelto que dejaba otra marca negra en su endurecido corazón.




3 comentarios:

  1. ¡Buenas! Hermoso relato. Llegué a vos desde Literautas. Quiero consultarte una cosita pero no encontré formulario de contacto en el blog. ¿Sería mucha molestia pedirte que puedas escribirme a lucianosivori@gmail.com?
    Posdata: oh casualidad, tu libro con lo mejor del blog se llama como mi blog, jaja.
    ¡Saludos!
    http://www.viajarleyendo451.blogspot.com.ar

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  2. Gracias Luciano, ya te escribo. Buen nombre para tu blog :)
    Me gustó tu artículo http://viajarleyendo451.blogspot.com.ar/2017/04/portal-2-lab-rat-comic-oficial-valve.html

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