sábado, 7 de abril de 2018

Simulación de una traición



La noche parecía irradiar oscuridad pero ellos estaba iluminados con su propio resplandor.
En la esquina un breve fogonazo de luz, en la puerta un fogoso beso. El cuerpo de ella temblaba contra él; su cabellera pelirroja enmarcaba unos labios sensuales, húmedos, plenos de deseo. Él la deseaba. La alzó desde el umbral de su casa hasta la habitación, mientras ella gritaba divertida. 

Cinco años en una relación en la que cada día había sido romance, cada encuentro sonrisas, cada fin de semana placer. La había perseguido cuando era la mujer más deseada, como amigo hasta convencerla de ser algo más, y ella había elegido, lo había elegido, único entre muchos pretendientes. Y tenía muchos: Su figura delgada, en jeans que le marcaban la cola y su remerita sin mangas escotada eran su marca de seducción, siempre irresistibles. Había tomado por costumbre el guardar el celular en su escote cómo había sido popularizado por una modelo durante un mundial y pese a no tener tanto, destacaba. Ella era algo mayor que él, en el primer momento había sido un logro conquistarla, otros amigos, compañeros de oficina, flacos del gimnasio la invitaban a salir todo el tiempo. Tenía un cuerpo excelente y una sonrisa seductora,  y aún hoy después de tantos años Romina deslumbraba con su belleza: Ojos muy negros, piel muy blanca; largas y muy bien torneadas piernas, un cuerpo sensual, un cabello oscuro como alas de cuervo... Hacía apenas un día que Gabriel había conocido a la pelirroja.
Más que conocerla, ella se lo había encontrado, por así decirlo. Cuando él salía hacia el trabajo en la mañana, tropezó con ella que cargaba una bolsa, como en una película mala se le cayó todo su contenido con el choque. Ella era tan delgada que él había sentido el golpe como una pluma, se agachó y le ayudó a juntar unos paquetes de fideos y unas latas mientras la observaba de reojo: bellísima, delicada, los radiantes rulos rojos no lograban ocultar unos ojos verdes felinos y deslumbrantes. Era acaso más delgada que su ya eterna novia, se veía excitante en unas calzas símil jeans, una remera oscura sin mangas que prometía sin revelar. Era su tipo sin ninguna duda. Le preguntó el nombre, mientras se presentaba y  le pedía disculpas, ella sonreía restándole importancia y agradeciendo la ayuda, e invitaba a más, con una mirada que lo recorría con atención. No supo cómo se animó a pedirle el teléfono, ella no dudó al dárselo. El  —Llamame, era una promesa murmurada a gritos.

Ella contestó cuando él la llamó, lo había estado esperando. Lo comentó con el otro, que sabía lo que iba a ocurrir. Contestó y recibió la invitación, la invitación era deseo en la voz de él,  la voz era una sonrisa que no llegaba a los ojos de ella, el lugar era un café esa misma tarde.
Mara se preparó a conciencia con botas cortas metidas en pantalones elastizados bien pegados a su curvilíneo cuerpo, una remerita muy ajustada, toda de negro. Camperita corta sobre los hombros desnudos, un rojo fuerte en los labios, un toque de sombra verde oscuro en los ojos bien delineados que aumentaban su mirada felina. Su belleza natural apenas realzada. No era necesario más.

Gabriel se sentía un ganador, con su novia bellísima a la que tenía completa e irremisiblemente enamorada, y ahora esta diosa. Sangre irlandesa en la pecas debía tener, y estaba decidido a contar cuántas tenía en todo el cuerpo. Por ahora, un cafecito y por sí se daba algo más que el café había cambiado las sábanas adonde alquilaba y vivía solo, barata para mantener con los dos mangos que ganaba, tenía un laburo mal pago pero fácil, una motito que había comprado con ayuda de su novia era su única propiedad. Hoy no llegaba en moto, como primera cita había propuesto un bar que estaba a dos cuadras cortas de su casa, y ella había dicho que sí, que no había problema. Mara, un nombre que le había quemado la cabeza en la noche mientra la anhelaba con avidez. No se reconocía a sí mismo, una mujer como esa podía ser modelo, aunque era un poco bajita. Bueno, igual que su novia, un estilo parecido, pero esta era una explosión de seducción con sus ojos verdes, con esos rulos rojos, y compartía con su chica el tener un cuerpo delgado y excitante. Sentado en la mesa del bar miraba la puerta nervioso: ya era la hora, aunque mujeres así nunca llegaban a horario. Quince minutos más tarde, estaba por pedir una cerveza cuando el brutal sonido del silencio le hizo levantar la vista. Todas la miradas ya estaban apuntando a la puerta, las mujeres con envidia, los hombres con deseo. El sol de la tarde enmarcaba el cabello suelto como un fuego mientras la luz de sus ojos verdes horadaba la penumbra del bar y fijaba su mirada en la suya sin pestañear mientras caminaba hacia él. Se puso de pie para saludarla, y en el movimiento quedaron muy juntos, rozándose. Ella se acercó con un beso en la comisura de sus labios que lo hizo explotar de deseo. el beso y que no dejaba de mirarlo en los ojos, sin pestañear. 
Se sentaron, pero él no recordó luego de que hablaron, los ojos de Mara  lo absorbían, y atrapaban. Ella apoyó la mano cerca del centro de la mesa y él la tomó y comenzó a acariciarla. Ella pidió un té. Luego de un tiempo sin tiempo en que lo importante de la conversación era el tono y no las palabras, él no pudo resistir más la mirada y se levantó para besarla. Mara aceptó el beso con sensualidad y una media sonrisa, lo tomó suave y firme de la nuca y lo acercó a su boca voluptuosa, lo acarició con la mirada y con la lengua. Gabriel pagó y salieron.

La noche parecía irradiar oscuridad pero ellos estaban  iluminados con su propio resplandor.
En la esquina un breve fogonazo de luz, en la puerta un fogoso beso. El cuerpo de ella temblaba contra él; su cabellera pelirroja enmarcaba unos labios sensuales, húmedos, plenos de deseo. Él la deseaba. La alzó desde el umbral de su casa hasta la habitación, mientras ella gritaba divertida. 
La habitación era netamente masculina, ni un adorno, ni un cuadro. Apenas unas cortina en la ventanas que daban a la calle. Ella lo besó apasionadamente, los cuerpos muy juntos antes de caer entrelazados en la cama, suspiró mientras él la acariciaba y escapó del otro lado de la cama para entreabrir la ventana.
— Necesito aire —dijo.
Luego se deslizó en la cama, encima de él seduciéndolo con su cuerpo y su mirada. Él estaba fascinado, jadeaba despacio mientras ella controlaba los movimientos de ambos.
Ella se detuvo y sin permitirle apartar la mirada con su ojos clavados en los de él, dijo:
— Decime, ¿te gusto?
— Me encantás
— ¿Me deseas?
— Muchísimo
— ¿Que querés?
— Quiero ser todo tuyo
— ¿Querés verme mejor? Encendé el velador.
Ella se estiró lánguida con la luz sobre su cuerpo, le tomó las manos y las hizo deslizar sobre su piel suave recorriendo cada parte de sus curvas mientras le hacía el amor despacio. 
De pronto se detuvo.
— Tengo que irme — dijo.
Ella comenzó a vestirse, él no entendía que pasaba, estaban en el mejor momento. Intentó que ella le explicara.
— Tengo que irme —repitió.
Terminó de vestirse, y abriendo la puerta se despidió sin siquiera un beso.

Romina recibió un pendrive en su trabajo de forma anónima, al día siguiente. Había fotos, algunas en un  bar donde siempre se juntaba con su novio, en la esquina de casa de Gabriel y en la propia puerta, y también desde la ventana de su departamento una filmación en que veía y escuchaba a su novio diciéndole a una pelirroja que la deseaba, que quería ser todo suyo. No quería creer que fuera verdad, pero no podía mentirse a sí misma, Gabriel la engañaba con otra. Desesperada de dolor se fue a llorar a la cocina. Roberto esperaba el momento. Como algo casual, fue hasta allí y le preguntó qué pasaba. Cuando ella lo abrazó llorando supo que su plan había resultado.


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