miércoles, 1 de agosto de 2018

Miedo




Volvía del trabajo, la lluvia se había atenuado en una llovizna molesta que rellenaba baldosas flojas, Ricardo caminaba con la vista baja mirando las trampas de agua del piso y levantándola de pronto para evitar choques con los paraguas vecinos al suyo, cuando al alzar la vista lo vio: un chico flaco de profundos ojos negros que lo miraba sin pestañear.
Estaba apoyado en un cartel, bajo una obra en construcción en la esquina de Callao y Rivadavia. Lo siguió con la vista cuando pasaba, una mirada vacía en el chico de pantalón corto y remera sin mangas en esa tarde fría. Se sintió incómodo. En algún momento le hubiera dado pena un chico de 7 u 8 años tan mal vestido con ese frío, pero no se trataba de esa incomodidad. Tuvo miedo.
El cruce de Av. Rivadavia le absorbió la atención al momento quitándole la sensación de su cabeza, bajó al subte y se paró a mirar las revistas en el kiosko de la estación. Kiosko militante, o que sabía aprovechar los gustos de ls que iban a protestar al congreso, entre los diarios y revistas tenía publicaciones de grupos de izquierda y pines sobre el Che Guevara y la legalización del aborto, mezclado con revistas de psicología y de decoración de jardines para grandes mansiones; junto a obras de literatura universal en formato de pequeños volúmenes de bolsillo, excelentes para leer en el viaje.
Estaba viendo unas revistas de cómic usadas cuando lo vio parado en la parte más oscura del andén, pegado al kiosko, su mirada confundida con el propio túnel. Parado, oscuridad, mirándolo. No lo había visto pasar, sólo habría podido pasar por detrás suyo para llegar ahí.
El subterráneo llegó con su compañía de luz y gente abarrotada, el ruido y el calor de los vagones llenos al punto de casi no poder entrar en hora pico. Ricardo no dudó, e ingresó a presión al más cercano, entre empujones y quejas. Se asomó al entrar al vagón para verlo quieto, parado en el fondo del andén, una presencia gris y solitaria en el bullicio circundante.
No pudo verlo al arrancar el subte, distraído por una mujer que se quejaba y empujaba a todos mientras intentaba acomodarse ella y una cartera del tamaño de un bolso, en un espacio insuficiente e inexistente.
Bajó varias estaciones adelante, en el viaje cotidiano y conocido a su casa adonde vivía sólo, parado entre los vaivenes del transporte, paraguas chorreantes y sensación de cansancio. Las puertas se abrieron y subió despacio los escalones de las escaleras mecánicas apagadas como de costumbre en cada día de lluvia, aunque la llovizna había cesado.
Una cuadra más adelante lo vio parado al otro lado de la calle, una presencia triste frente al feliz negocio de empanadas que bailaban en un cartel de neón, mirándolo sin apartar la vista, quieto. No cambió de vereda evitando esa esquina y apuró sus pasos, con el corazón corriendo desbocado y su mente sólo preocupada por llegar a su casa,  en blanco a todo lo demás, con el paraguas aún cerrado sin notar la lluvia que volvía a caer y que comenzaba a chorrear de su cabello, ni el aroma al pan recién sacado del horno de su panadería preferida. Ignorando el peligro dos cuadras adelante cruzó la calle sin ver y recorrió los metros de la vereda hacia su casa en un constante mirar sobre su hombro. La llave de la puerta del edificio fue una duda y una frustración hasta lograr colocarla al derecho en la cerradura. Al fin.

Abrió la puerta de su casa y una mirada vacía lo recibió desde el sillón del comedor..


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