viernes, 19 de junio de 2015

El mensajero


La primera señal la tuvo en el colectivo hacia el trabajo: Un hombre que estaba frente a él en la cola lo miró mucho y lo rozó al bajar. Ya en la vereda lo vio seguirlo con la mirada desde la ventanilla del colectivo. No le dio importancia, realmente pensó con una sonrisa que lo miraban más los hombres que las mujeres y siguió caminando.
No había perdido de vista el colectivo cuando vio que un hombre venía caminando hacia él. Bajos recursos, mala catadura, fumando, no hizo el mas mínimo intento de esquivarlo. Él se corrió, y se dio vuelta al pasar el otro, solamente para ver como se daba vuelta y lo miraba. Dos pasos mas y abría la puerta del acompañante de un auto que lo esperaba, y arrancaba acelerando ruidosamente. Lo vio darse vuelta en el asiento para mirarlo.
La tercera señal fue durante el viaje en subterráneo, en al amontonamiento del vagón, cientos de cuerpos, tuvo un tirón en el bolso en donde llevaba eso. Tenía el bolso terciado adelante suyo, pero al levantarse alguien del asiento de enfrente lo arrastró enganchado de la campera.  Algo común. El otro le pidió disculpas apresuradas y bajó. Siendo lo que es hoy, lo raro fueron las disculpas. Cómo tampoco se pueden considerar extraños los empujones o el golpe que recibió un rato después, que le hizo girar la cabeza a ver quién había sido entre cientos de personas, el doble de cantidad de brazos y codos. Imposible de determinar. No había sido tan fuerte tampoco. Bajó en la estación de siempre, tenía que pasar por el trabajo y después llevar el encargo que tenía en el bolso, era muy importante que lo entregara sin falta a las 17 hs, pero mientras tanto tenía que comportarse como todos los días, para que nadie sospechara lo que llevaba encima. Por eso lo habían elegido, su rutina era la perfecta cobertura para el secreto. Ni el mismo lo sabía exactamente, tampoco su importancia.
Salió del subte, pasó frente al bar histórico como todos los días, y se sintió observado. Dos flacos, con gorrita, zapatillas nuevas, camperón de gimnasia, cara aindiada. Lo estaban mirando sin perder un movimiento, apoyados en una camioneta de reparto. Blanca, sin señales de ningún tipo. Se metió en la galería que servia de pasaje entre las dos calles, llena de gente. No se movieron. Comentaban datos poco específicos sobre la participación del Paraguay en la guerra de la triple alianza. No le dirigieron una segunda mirada.
Llegó a su trabajo.
Al colgar en el perchero el saco negro del traje anodinamente negro como tantos, vio que tenía la espalda cruzada con una raya de tiza naranja. Visible como un faro a 100 metros de distancia. Tuvo miedo. Se suponía que nadie sabía lo que llevaba, nadie podía relacionarlo a él con nada del proyecto, por eso había sido elegido.
Dejó el paquete en su bolso, sin atreverse a pensar en él. Necesitaba entregarlo. El día transcurrió rutinariamente lento, hoy quizás mas lento.  No salió a almorzar. Tenía que entregarlo cerca de la esquina de San Martín y Corrientes, eran 8 calles, le habían dado la dirección y le habían pedido que la memorizara. Cerca, pero ahora estaba marcado. Estuvo distraído en la tarde, no había otra forma de llegar mas que caminando, no tenía ningún teléfono al cual llamar. Un taxi parecía una mala solución, tardaría mas y sería fácil de alcanzar si lo estaban vigilando. Sin duda dejar el paquete en el trabajo no solucionaba el problema.
Salió a la misma hora que todos los días, dejó el saco al cual no pudo sacarle fácilmente la marca. Caminó rápidamente por Florida, mas gente, era al mismo tiempo mas y menos peligro. Transpiraba. Esquivó a los que le ofrecían volantes, alguien que le quería vender medias y otro que le pedía una moneda. Empezó a sentir mareo, tenía la boca seca, frío pese a que tenía la camisa manchada de sudor. Casi no se detuvo hasta llegar a Corrientes, sin dejar de mirar por encima de su hombro, aceleró mas el paso. Prácticamente corría cuando llegó frente al edificio que era su destino, había una obra en construcción, un pozo; dos operarios se paralizaron y se quedaron mirándolo cuando llegó. Uno levantó algo, un teléfono, o ... Entró al edificio sin tocar el timbre, un edificio viejo con una puerta metálica. Recorrió el pasillo de la planta baja casi en penumbras hasta llegar a los ascensores. Frente a los ascensores había más luz, y un guardia de vigilancia le permitió pasar luego de decirle el piso al que iba. No hubo más preguntas. Al llegar al piso se encontró dos puertas, una pequeña, de oficina, y un portón como los de una sala de hospital. Una cámara con una luz como un brillante ojo rojo le observaba. Tocó el timbre, dio el nombre que le habían dicho (Carolina)  y esperó. Cinco minutos mas tarde, cuando ya los nervios no le dejaban pensar, se abrió la puerta, y una bellísima mujer -30 años, minifalda, medias negras, botas bajas, blusa ajustada, algo escotada) lo hizo pasar a una oficina. Antes de entrar vislumbró un laboratorio adentro del lugar, separado por un pasillo y un grueso vidrio.  En la oficina, Carolina tomó el paquete y lo hizo esperar, casi nada, para decirle que estaba todo en orden. La miró a los ojos, e inevitablemente le preguntó que era eso que llevaba, por que el secreto, por que era tan importante, por que él. Las preguntas salían sin detenerse, toda la tensión acumulada en sus palabras.  Ella lo miró, volvió la vista atrás, entornó la puerta y le dió la respuesta.
Salió sorprendido de la oficina, no supo como llegó a la calle, sabía ahora lo que había hecho, el paquete era... Tropezó. Distraído, no vio la baldosa floja, y al tropezar con ella cayó en medio de la calle. Una mano le ayudó a levantarse, unos borcegos negros, militares. Alzó la vista para ver una chaqueta de tela gruesa, negra. Una cara cuadrada, un hombre alto ojos negros, profundos, rapado, una coleta larga hasta la cintura teñida de colorado. Retrocedió, todo su cuerpo gritando de terror, hacia la calle, sin tiempo de ver la cara de asombro del individuo, sin tiempo de ver el colectivo que lo mató.

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