domingo, 20 de marzo de 2016

Amor digital


  ¡Ding! Una campanita mínima en su teléfono le indicó que alguien interesado en su perfil estaba cerca. Había entrado a la aplicación de citas casi como un juego, y cada vez estaba más tiempo en línea, mirando perfiles. Alguno de los que les había puesto ‘Me gusta’ había respondido de la misma forma, por ahí estaba allí mismo en ese momento, o a mil kilómetros. Miró alrededor: Shopping en sábado a la tarde, mas personas que un desfile. La aplicación le decía quien era, no porque hubiera  pagado el extra que proponía el programa para tener esa información, sino por la propia coincidencia, miro las fotos de él: Sacando músculo  —o más bien ocultando panza—, en selfies sacadas contra el espejo del baño, una cortina de baño con voladitos y un inodoro de fondo. La cortina le indicaba que probablemente vivía con sus padres antes de leerlo en el perfil. No servía mirar alrededor, no reconocía a nadie, pelo castaño, todos tenían ropa y panza. Aburrida de mirar vidrieras bajó a tomar un café antes de la película.
   Él estaba en el café del shopping, primer piso, cerca de las escaleras mecánicas. Chequeaba mails, copiaba  en los grupos de whatsapp chistes y video de unos a otros, y de paso miró la aplicación de citas. A ver, gente cerca, una chica rubia con fotos en bikini, mucho short y playas en las fotos. No estaba nada mal, puso un me gusta. Inmediatamente la aplicación contestó con un ¡ding! De coincidencia, se formó un corazón en la pantalla. Él al haberla buscado de esa forma sabía que estaba cerca. Un decir: 3 pisos de shopping, miles de personas, 11 cines. Se necesitaba tener la vista y perspicacia de un Sherlock Holmes o tener demasiada suerte para encontrarla y reconocerla. Terminó su café despacio, tenía unos minutos. 
   Ella entró al café, miró alrededor  y rápidamente se sentó en la mesa que encontró libre, un verdadero milagro dado la hora. Pidió un cappuccino, desdeñó la oferta del mesero para acercarle una revista, y se puso a chequear facebook. Si hubiera levantado la vista habría visto una cara conocida y aún desconocida, a dos mesas de distancia. Él siguió absorto en sus mensajes, ella también, miles de conversaciones digitales sin ver el mundo real. El mundo digital tiene esa atracción e inmersión, no hay duda. Difumina la realidad.
   Faltaban pocos minutos para el cine. Él levanto la vista para buscar al mesero y le pareció ver… si, ¡era ella!, sentada en el mismo bar, no entendía como no la había visto antes. El pelo era igual, la cara no tanto, debían ser fotos viejas, pero recordó el cuerpo en la playa y decidió asegurarse, abrió la aplicación y le envió un mensaje. Ella estaba poniendo el celular en el bolso para pedir la cuenta cuando zumbó en su mano. Cambió la dirección del movimiento, dibujó un intrincado dibujo de desbloqueo con la yema del índice y vio un mensaje. Básicamente le decía que era muy bonita y que tenía lindas fotos. Cero original, todos ponían lo mismo cuando no ponían directamente lo que querían con ella. Sin metáforas ni eufemismos. No se estila el romance en estos ambientes, algo mas rápido, hay intención, hay ganas, encuentro para ver que la foto es real, charla mucha o poca,  beso caliente y a la cama; o si el otro es una cucaracha se lo planta o se escapa del lugar de la cita rápidamente con cualquier excusa. Contestó rápido algo trivial, lo que contestaba siempre para indicar que seguía la conversación y buscó al mozo con la mirada. Lo descubrió mirándola a dos mesas de distancia. Él hizo un comentario sobre que le gustaba el cappuccino, lo vio en su pantalla de reojo mientras lo miraba. Esperó. Él le envió otro mensaje, algo que no era diferente a las fotos. Ella comentó sobre la cortina del baño, él que se estaba por mudar en pocos días a vivir solo, o con un amigo. Llegó el mozo, ella pagó y le contestó que está haciéndose tarde, que le hablaba luego. Lo miró desde su mesa, tomo su bolso, se demoró acomodándose el saquito. Esperó unos segundos, pero miró la hora en el celular y salió, llegaba tarde para la película. Hizo la cola, no había conseguido ninguno de sus primitos para ir a ver Kung Fu Panda 3 con ellos, sus amigas querían ver Divergente e iban todas juntas el domingo. No era la primera vez que iba sola al cine, a ella le gustaban las películas de animación. Incluso, lo había escrito en su descripción en el perfil de la aplicación de citas. Hizo la cola, ya estaban entrando. Butaca H13, casi al centro. 
   Él dudó antes de acercarse, el chatear le daba una excusa a su timidez. Por escrito todos somos ingeniosos y ganadores o creemos serlo. La vio tomar su bolso e irse, seguramente estaba apurada. Pagó y se compró el combo que venía con un balde de pochoclo y una coca cola grande, el balde con la imagen de Kung Fu Panda. Miró la entrada, F15, la había reservado por internet el día anterior, justo al centro de la sala, adonde a él más le gustaba. Entró, la sala a oscuras, estaban pasando las propagandas con las  películas de estreno próximo. 
   La película fue excelente, se le dibujó una sonrisa, salió antes de que terminaran los títulos para evitar el amontonamiento. Ella se quedó hasta el final, esperando ver si había alguna escena oculta al final. Pero no, ya no hacían eso. Fue una moda hace unos años. Salió, miró el celular, sin mensajes. Se quedó pensando en él, en el casi encuentro pero no le dio muchas vueltas en la cabeza, y fue a la avenida a tomar el colectivo. Él tomó otra línea en la misma cuadra, casi en la esquina, había salido por la otra puerta del shopping, al mismo destino. La vio al pasar por su parada, esperando. Le envió un mensaje por la aplicación, y le pasó su teléfono. Ella iba a ver el mensaje 7 minutos más tarde,  ya sentada en el colectivo, al entrar a una zona con wifi. Justo antes del mensaje de él, llegó otro ¡ding! de la aplicación, otra coincidencia. Morocho, alto. Recibió un mensaje pícaro junto con el aviso de coincidencia, raro, un mensaje sin horrores ortográficos. Algo mayor, pero jugado, le decía que le gustaría conocerla. Respondió. Después vio el mensaje que le había llegado de él, le contestó con su teléfono, recibió otro mensaje, otra vez su teléfono, recibió un whatsapp del flaco del shopping, una llamada del morocho: Quedaron en verse. Con el primero cruzaron algunos mensajes, él fantaseó mirando sus fotos de playa,  y no terminaron de concretar una cita; ya estaba ocupada. Por unas semanas al menos.
   Se cruzaron un par de veces por la calle: No lo sabían pero vivían a unas cuadras. No se reconocieron.
   El mundo digital hace el amor rápido y efímero. 

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