martes, 5 de abril de 2016

La Adivina de las cartas de Tarot



La Maldición Gitana
“Olajai Callí Panipen gresité lerele lucue drupo, camble Ostebé sos te diqueles on as baes dor buchil y arjulipé sata as julistrabas, sos te merelees de bocata, sos ler galafres te jallipeen, sos panipenes currucós te mustiñen ler sacais; sos Cresorne te dichabe yesqui zarapia tamboruna per bute chiró, sos unga quesarelas romandiñao tucue rumi te sugerete ler nogués, sos manques sacaitos te diquelen ulandao de la filimicha, y sos menda quejesa or sos te buchare de ler pinrés y sos ler bengorros te liqueren on drupo y orchi balogando á or casinobé.”
“Mal fin tenga tu cuerpo, permita Dios que te veas en las manos del verdugo y arrastrado como las culebras, que te mueras de hambre, que los perros te coman, que malos cuervos te saquen los ojos, que Jesucristo te mande una sarna perruna por mucho tiempo, que si eres casado tu mujer te ponga los cuernos, que mis ojitos te vean colgado de la horca y que sea yo el que te tire de los pies, y que los diablos te lleven en cuerpo y alma al infierno. ”


Otra vez. Estaba trabajando, y se distrajo pensando en ella. Caminaba por la calle y sus pensamientos la seguían, la recordaban. Pensaba su última conversación y la próxima, si es que hubiera una próxima. Sonreía cuando recibía un mensaje de texto en la mañana, se entristecía cuando no le contestaba el teléfono. Siempre ella. Lo había dejado, pero siempre estaba presente. Y recuerda, o no olvida, que es un sentimiento más intenso.
Estúpido. A ella ya no le importaba, lo tenía dominado con un recuerdo, con la sombra de una sonrisa. Ya no siquiera necesitaba verlo, era tan encantadora que le perdonaba todo, que aceptaba esperas y negativas. La idealizaba, la veía siempre más inteligente, más bella que la vez anterior, no importaba el peinado, no importaba lo que tuviera puesto, era en todo la mejor.

Necesitaba olvidarla. Probó con la psicología, con salir con otras, con enfrascarse en su trabajo, con interminables sesiones en le gimnasio. En  cada momento, ella. Sin dejar de pensar en encontrarla, sin ver nada más en su mente que reminiscencias de momentos vividos, vestigios en su memoria de cada momento íntimo, reteniendo el recuerdo de su cuerpo y el deseo, ...
Basta.

Ya no podía seguir así. Sábado a la mañana y se despertaba pensando en lo mismo, no podía evitarlo. Ya no sabía que hacer,  cuando buscando departamento en los clasificados vio el anuncio: Tarotista - Amarres rápidos - Desbloqueos Energéticos - Videncia - Rituales o hechizos de unión de pareja permanentes - Maldiciones gitanas. Llame ya al 3220-9___. Por la característica del teléfono supo que no era lejos, le quedaba de camino. 
Lo vio como una señal. Pensó en la canción de Silvio Rodriguez: "Ojalá se te acabe la mirada constante, la palabra precisa, la sonrisa perfecta, ojalá pase algo que te borre de pronto..."; sabía que estaba basada en un maldición gitana. Eso era la respuesta: Una maldición. Una maldición hacia ella que pudiera cambiarla, que no fuera la imagen ideal que él veía, que la alejara de él. Que alejara la realidad de su recuerdo. Que la transformara en un ser humano normal, en lugar de un sueño hecho realidad, se requeriría una mágia extraordinaria. 

Recordó lo que sabía sobre maldiciones gitanas, se basaban en magia antigua. Recordaba a su bisabuela, que hablaba mezclando palabras andaluzas con caló, hablando despaciosamente en la sabiduría de la edad y de haber vivido y visto mucho, le recomendaba nunca expresar malos sentimientos con respecto a personas o situaciones, con histrionismo le instaba a no pensar en alguna mala acción o frase porque esta podía alterar positiva o negativamente  la realidad de sus semejantes. con una sabiduría ancestral y religiosa contaba como la primer maldición la realizó Dios, que en el principio era Verbo y apenas se inicia el Genesis se cuenta. “Entonces el Señor Dios dijo a la serpiente: “Por haber hecho esto, maldita seas entre todas las bestias y  entre todos los animales del campo. Sobre tu vientre caminarás, y polvo comerás todos los días de tu vida.”    Génesis 3:14
Tenía grabado en la mente el versículo, tantas veces lo había escuchado y ahora al recordarlo, recordaba todo, palabras en caló, la fuerza de la palabra como una certeza de quienes la emanan, como creencia de que es cierto lo que ponen en su boca, un imprimiendo de voluntad la frase que simboliza un hechizo muy difícil de romper.
Recordó su infancia, su abuela, las primeras palabras de una antigua maldición. Se decidió en el momento y marcó el número. Contestó una voz sin edad, seca, joven, decrépita, profesional
— Tarot y su destino en la palma de la mano.
— No, tarot no, quiero una maldición gitana.
Escuchó el silencio del otro lado, un suspiro y un asentimiento. Arreglaron un horario, el tenía que llevar una foto del objetivo de la maldición. 

Pensó en los miles de fotos que tenía de ella sola, juntos, en los mejores momentos compartidos. Su cerebro inmediatamente seleccionó la foto en que la recordaba mas tentadora, mas sexy. Eso era lo que había que destruir, eso era el objetivo.
Cuando llegó al lugar entre los edificios del céntrico barrio descubrió una casona antigua, mal cuidada pero de aspecto señorial. La mujer le abrió la puerta casi sin mirarlo y se presentó. Se veía mucho mas joven que lo que hacía suponer la voz en el teléfono. Entró detrás de ella a un salón en 
penumbra, sobre una mesa redonda vio ardiendo un plato con una vela negra. Sacó la foto. La adivina no se veía tan joven a la luz de la vela, vista a través de la mesa. Hizo tres círculos concéntricos en la foto, el punto que debía dañar, tal como le indicó la adivina. Le dio la foto. En ese momento ella alzó la vista hacia él, lo miró a los ojos aún con la foto en las manos; sofocó un grito. La foto cayó sobre la mesa, boca abajo.
La adivina se levantó, con una gran emoción en la mirada le pidió que se vaya. No habría maldición o magia de ningún tipo —dijo—, era algo que la superaba. Él se levantó agitado y sintió una energía extraña dentro suyo, abrió la puerta haciendo tambalear el cartel con el nombre de la tarotista y salió para no regresar
La adivina cerró la puerta y puso el cartel de cerrado. Se sentó en la vieja silla de madera y apagó la vela. La  oscuridad no es un problema para quien ve el pasado y el futuro, había estado ciega al presente. Él era presa de una maldición aunque no lo sabía. No podía hacer nada contra la magia que lo poseía, el cliente ya estaba hechizado por una magia más antigua, mucho más poderosa. Recordó las palabras de la ancestral maldición árabe, para la que no tenía remedio. Tradujo las palabras en su mente:
"Ojalá te enamores"




Entes Sueltos en Buenos Aires 4: La Adivina de las cartas de Tarot





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