sábado, 11 de julio de 2015

HT, como la vida misma




Salió a ganar el partido.
Con sus limitaciones de siempre, porque no es el mejor, pero entiende el juego de equipo. Y este juego es el más importante de su vida.

Comenzó en el vestuario, el entrenador estaba arengándolos, era el décimo  partido que ganaban por la copa, nunca habían llegado tan lejos. La estrella del equipo se demoraba en llegar: lo habían comprado como delantero a un club amigo, era rápido, de nombre impronunciable –la hinchada una vez intentó corearlo y en el trabalenguas que se armaron decidieron gritarle siempre por el apellido: Marini–. El DT estaba convencido que había que su posición, por velocidad, por recorrido, no era de delantero,  y lo ponía de extremo ofensivo todos los partidos. Los veías practicar con Gomes, el pibe canterano, el orgullo del DT, los dos corriendo pegaditos a la raya, ida y vuelta, una y otra vez, Marini ganaba siempre. Y cuando entendió como era el puesto hubo que darle la razón al técnico, era letal en la banda, el 7 perfecto, se ganó a la hinchada a fuerza de centros precisos y goles a pura gambeta en velocidad. Jugaba en la misma banda que Gomez y eran el tándem ideal para las contras, la pared, el toque justo, la corrida...  fueron los grandes responsables de este inesperado equipo que le peleaba la copa a todos.

Él los veía todos los días, entrenaban juntos Marini y Gomes, aunque a él lo compraron tarde, ya era mayor para entrenarlo. El técnico no supo nunca que hacer con ese jugador, lo relegó, era un tiempo en que el equipo estaba en pleno ascenso, estaba llegando el que iba a ser el mejor momento del club y Pablo no tenía lugar. Lo entrenaban un poco, jugaba cada tanto. ¡Y era tan diferente al resto!  El chiqui Gomez, canterano, defensor lateral como él, venía con la camiseta del club tatuada en el pecho. Ese era el que llegaba temprano al entrenamiento, siempre serio, trabajaba, le ponía garra. Pablo  llegaba fundido de una noche pasada de sueño e irse de fiesta con los otros más grandes  y cuando al fin llegaba, el flaquito ya estaba meta correr en la pista, antes que llegara el preparador físico.  Tenía destino de selección Gomez, mucho despliegue por la banda, jugó mucho de lateral un tiempo, impredecible para los rivales. Eclipsado por jugadores más grandes y por el  DT que no lo llamaba, siempre coqueteaba con la sub20 y no llegaba su hora. ¡Y no aflojaba eh! No era el caso de Pablo. Su hora había pasado antes de llegar, alguna mala decisión, un pase a un equipo flojo en sus años de promesa y después siempre quedar en segundolugar, siempre del montón. Es que el futbol tiene eso, como algunos otros casos: Si no la embocas de entrada, después ya no hay chance, casi nunca.

Él no tuvo esa chance extra. Con el tiempo, después de errores y fracasos, se dio cuenta que no lo logró, que no puede ser el mejor.  Pero en este tiempo, olvidado por todos, igual descubrió que sí puede ser cada día mejor.  Y aunque en el partido –cuando juega– no sea de los que se llevan los flashes, no sea la figura, no sea el bravo conductor, es el que corre. Corre todas. Corre y asiste a un compañero. Corre y tapa un hueco. Es el que corre y pelea cada pelota cuando los demás bajaron los brazos, el se levanta después de un cruce fuerte, y con marcas de los tapones en la rodilla se pone de pie y sigue adelante. 

Hoy era el partido 10 de la copa y el rival era de primera. Nuestro  equipo se había armado bien en la temporada, con un par de estrellas, con buenos jugadores, algún suplente aceptable. Una defensa de miedo, el Chiqui en una punta y el veterano en la otra. Al medio estaba el ruso, rústico, rubio, pasaba el jugador o la pelota. ¡Pura potencia! Los rivales lo veían y temblaban... y eso hacía que se animaran más por la banda, y ahí estaba el Chiqui Gomez  para robarla y arrancar las contras. Pero hoy se complica. El rival es muy bueno, nuestro 10 acumuló amonestaciones y no puede jugar, el Mago Marini que no llega…

:- DT! 
El grito resuena en el vestuario acallando la charla técnica. El ayudante viene con un teléfono en la mano. Nuestro DT escucha, hace un gesto, asiente. Devuelve el teléfono y mira a Gomez.
:- Juan, hoy jugas de 7, Marini está roto. Tincho, entrás vos de 4.
Martin se pone de pie, seguro, contento con su oportunidad. No hay suplente para lateral y  Pablo, como nuevo defensa suplente, se va al  banco a ver el partido: 
Se escucha el clamor del estadio, caminamos por el túnel y la luz de los reflectores nos deslumbra al salir al calor de la  tarde/ noche de miércoles. Arranca el partido. Yo lo veo desde el banco, el rival viene agrandado por los éxitos, pero los nuestros tienen confianza. Es a ganar o ganar ¡Y el arquero se lesiona nos a los 5 minutos! Tincho cierra  la banda pero Gomes es el alma en ataque, un centro y otro más. El equipo de nos madrugó de entrada y arrancamos abajo en el marcador, y empezamos a cambiar ataque por ataque, gol por gol. A los 70 minutos estamos 2 a 3 abajo. Y fue entonces que a Gomes le  quebraron la rodilla. Se escucha el silencio en el estadio. El DT me mira. Miro a Gomes, en el piso, trabó en ataque. Seguro roto menisco y ligamento cruzado anterior. No me da tiempo ni de calentar y entro a la cancha.

Jugadores así no son los que salen en las revistas. No son los que hacen que un equipo gane un partido por solo ellos. Pero ningún equipo gana un campeonato sin jugadores así. Equipo de fútbol, equipo de oficina, grupo de amigos o pareja de dos. Es el que se esfuerza más del límite. El que aprieta los dientes cuando todo está perdido.
Gomes se sienta en la tribuna, no va a perderse de ver el partido aunque haya quedado afuera:
Minuto 70, éramos locales, yo en medio del dolor escuchaba el silencio de la tribuna. Y entró Paul. El equipo rival se tiró atrás, buscando la contra. Y Paul pasaba y pasaba al ataque, daba pases impredecibles, era indescifrable para la defensa rival. Pesaban las piernas, ellos no pasaban la mitad de la cancha, y se refugiaban cerca de su arco. 
Y al minuto 88 estallo la locura. Nuestro defensa mas rústico, el ruso, que ya estaba jugando en mitad de la cancha, envió un pelotazo cruzado a la derecha... ¡y pegado al palo lo encontró a Pablo que se elevó en un cabezazo letal! Era el empate, 3 a 3 y alargue. Quedaban dos minutos, y el estadio lloró en una contra: manejaron la pelota en velocidad y dejaron a su mejor delantero frente a nuestro arquerito suplente, la puso adonde las arañas tejen su nido. Nos quedábamos afuera, un minuto de alargue no era nada. La gente empezó a irse cuando sacamos del medio, pelotazo atrás, sin destino... casi, porque atrás de todos, estaba Pablo, irreconocible, seguro, controló la pelota y picó por la banda con la cabeza levantada, viendo la entrada del 9 nuestro que corría a la par. El resto del equipo se paraliza, en el banco nos estiramos a ver sin poder creer a estos dos locos que avanzaban solos, Pablo elude a  uno, a otro, y cuando todos esperábamos el pase hizo lo impensado: se cruzó en diagonal camino al arco y casi de costado, atorado por un defensor que le fue al cruce ¡tira un taco de rabona que se cuela de caño al arquero para empatar de nuevo! 
¡Escuchen el estadio! Los gritos me envuelven, estamos en los penales, hay una chance…

Final: 13 a 12. ¿Adivinan quien pateó el último, fuerte y al medio,  mientras el arquero se tiraba a la derecha y nos dio el pase a octavos?

No hay comentarios:

Publicar un comentario