martes, 16 de abril de 2019

Selva umbría de sol eterno



El encuentro fue imprevisto y esperado, en un lugar de la ciudad lejos de los lugares que ambos sabían frecuentar. Hacía ya mucho habían pasado cerca de allí, de ese parque, de ese shopping, de ese rincón de la ciudad , él acompañándola a un trabajo con la excusa de tener luego un rato para tomar juntos un helado. Debió ser un verano, entonces. El día era tan caluroso que dibujaba caminos de vapor de agua en el asfalto, ríos de aguas oscuras en esa confluencia de calles que llevaban de alguna forma al mar de plata, desde un núcleo de autos y smog, ríos secos que viajaban kilómetros para conducir a una cadena de montañas y a una selva umbría, de sol eterno. 
El frío del helado contrastaba con el sol de la tarde, el calor del deseo del encuentro contrastaba con las heladas palabras, el frío en su interior al apagarse la llama de un deseo y una esperanza. Y aparecieron palabras, una tras otra, como burbujas vacía de alma que su boca antes tan adorada se encargaba de repetir en el silencio de mis oídos. Salimos a calor helado de la calle, bajo una temprana luna amarilla de sol, fría como la nieve que cayó en nuestros recuerdos.

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