martes, 21 de abril de 2015

Sucio



Uno de los Grandes Sabios Creadores llegó al bar, para eludir un poco la presión de no encontrar su campo de trabajo, y se refugió en pequeño y algo escondido local de bebidas y comida rápida.
Momentos más tarde, entre copas vio los movimientos voluptuosamente sensuales de los vecinos de mesa que, habiéndose puesto de pie con una canción, bailaban excitados en torno a su mesa. No lo habría pensado sino hubiera estado ligeramente alegre -porque con su mente lógica no se fijaba en esas cosas-, pero con toda su sapiencia descubrió una verdad tan obvia que daba risa: El baile aumentaba el nivel de hormonas para el deseo sexual. No tuvo mejor idea -allí, algo achispado por el alcohol- que aprender y aprehender los movimientos del cuerpo que incrementaban el deseo. Y lo hizo. Creó un baile que era casi una coreografía del acto sexual, animal, simulado entre compases. Eligió una música rápida, repetitiva como el propio movimiento, como el propio acto. Descartó las letras románticas y perfiló otras de una clara obscenidad para potenciar la lujuria. Aprendió música, y a cantar. Y se presentó en el mismo bar para la comprobación práctica de su verdad metafísica. Llevó un video para que se pudieran copiar los movimientos.

Fue un éxito. Apenas comenzaron a sonar las primeras notas las parejas se levantaban de las mesas mirándose interrogantes, a la primer estrofa bailaban excitados con llamas en los ojos acoplándose a los movimientos de la pantalla y a los de sus parejas. Apenas sonó su voz finita, rápida e incomprensible como de mujer, sin prestar atención a las letras sino a palabras sueltas, caían al piso y sobre los sillones desatados de concupiscencia, los cuerpos lúbricos.
Y saboreando el triunfo de su idea, él mismo atravesó la línea al cruzar la mirada con la chica de la barra -que pasó de ser un obstáculo a ser una ventaja-, para fluir juntos al más puro deseo.

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