martes, 21 de abril de 2015

Tras la barra del bar


Uno de los Sabios Creadores trabajaba con las palabras. Gramática y sintaxis no tenían secretos para él, las palabras recuperaban las tildes y volvían a su redil las silepsis  más descarriadas. Caminaba en la noche buscando un concepto de artículo que se le escapaba, y decidió entrar un café a tomar algo. Y se quedó paralizado al entrar: En la barra había una mujer para la que no tenía adjetivo.
Buscó una mesa, olvidado el artículo y con los sustantivos mini-short, escote y mirada todos entremezclados. Quiso agregar todos al adjetivo que la definiera, y así también el aura de cabello suelto que la cubría como una capa, como el aura de un ángel obscuro, con la ferocidad y salvajismo de una fiera despiadada al mismo tiempo. Sensualidad y violencia. Mirarla le despertaba sus más ocultos deseos, sus más oscuras pasiones.

Ella lo miró, ofreciéndole una copa. Él se perdió en su mirada, y en sus curvas sensuales, contestó cualquier cosa, sin saber que decía;  porque había perdido, más que las palabras, la posibilidad de emitirlas, de pensarlas. Recorrió sus largas y torneadas piernas, absorto en su belleza; se perdió por completo en la curva de sus firmes pechos apenas ocultos por el exagerado escote; tembló en la delicada forma de sus labios para caer rendido a sus ojos felinos que lo miraban con reproche y con desprecio al mismo tiempo que insinuaban una sonrisa.
No supo que  adjetivo usar  para describirla.

Cuando se fue, pocos momentos después, estaba marcado. Pasaba noches en vela pensando en ella; dormía y la soñaba, agresiva y seductora; despertaba con el sabor del deseo en sus labios y en su cuerpo. Ella era magia y belleza, era todos sus sueños, y mejor; era deseo y lujuria, pero también amor. Y cuando se dio cuenta de esto, entendió que había encontrado la palabra justa que la describía.
Volvió al bar habiendo pasado ya mucho tiempo, con miedo a entrar y no encontrarla, o a encontrarla.
O encontrarla acompañada. O sola, y no saber que decirle. Entró y la vio en la barra, y era distinta. Distinta a su recuerdo, a sus sueños. Más real, y al mismo tiempo irreal, por no ser la misma. Estaba cambiada, pero no mucho. Quizás el que había cambiado en el tiempo había sido él. Anotó el concepto de una palabra (la única palabra que había sido capaz de describirla) en su libreta, pidió un café y se fue antes que se lo trajera.

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